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Tiempos de sadismo: por qué somos peores personas que nunca
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Alberto Olmos

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Tiempos de sadismo: por qué somos peores personas que nunca

El odio a los judíos es visto de nuevo como la opción correcta por buena parte de la población mundial

Foto: Foto: Reuters/Yara Nardi.
Foto: Reuters/Yara Nardi.
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Seguro que han visto un mapa con cuatro fechas del siglo XX donde un territorio repartido entre dos autoridades evoluciona en favor de una de ellas. Con ese mapa perfectamente a la vista, se pueden matar todos los niños que quieras. Nunca habrá suficientes niños muertos, según el mapa.

No habían pasado 24 horas desde el ataque de Hamás sobre Israel; no se habían de hecho recogido aún los cadáveres (en torno a 700) ni identificado a las personas secuestradas (en su mayoría mujeres jóvenes, según parece), y ya había en las redes un motivo perfecto para no sentir escalofríos, desesperanza u horror por los infanticidios, las violaciones, los secuestros y las ejecuciones. El motivo era el mapa.

El mapa dice que Israel también ha cometido atrocidades contra los palestinos. O sea, y nuevamente: dice que puedes matar todos los niños israelíes que quieras. Hay gente a la que no le va a dar ninguna pena otro niño israelí muerto más.

También muy rápidamente se produjeron manifestaciones en contra de Israel en Barcelona o Chicago, y declaraciones en favor de Palestina entre algunos cargos electos de partidos de izquierdas. Realmente no se había secado la sangre de los niños, no se había apagado el grito de las jóvenes secuestradas, no se había confirmado el número de padres y madres eliminados de la faz de la Tierra, y ya un buen puñado de personas (los conocedores de la verdad absoluta sobre el conflicto) se ponían de parte de los asesinos.

Un motivo oportuno para desactivar la gravedad de los asesinatos cometidos en el presente por Hamás era tener en cuenta de inmediato los asesinatos que Israel va a cometer en el futuro, como represalia. Así, 700 muertos y decenas de secuestrados son irrelevantes porque, entre un antes sanguinario nunca suficientemente saldado y un después hipotético siempre intolerable, se equilibra con total precisión la balanza de la atrocidad.

La capacidad de un ciudadano occidental y acomodado para ver cadáveres recientes y violencia extrema en televisión o en la pantalla de su ordenador y no sentir de inmediato y sin paliativos que eso está mal resulta desconcertante. No puedes ir matando niños por ahí.

placeholder Manifestación en Chicago el pasado domingo, día 8, en apoyo a Palestina.  (Europa Press/Zuma Press/J. Daniel Hud)
Manifestación en Chicago el pasado domingo, día 8, en apoyo a Palestina. (Europa Press/Zuma Press/J. Daniel Hud)

Este abotargamiento moral no es nuevo: celebrar el horror, estar de parte del mismo demonio, chapotear en una miserable ausencia de empatía. Lo nuevo es que la gente se sienta orgullosa de ello. Lo exhiba. Lo tuitee. Es como si dijeran: “¿Ves estos niños muertos? Pues yo no.”

El amor al prójimo se ha visto reducido a un itinerario moral concretísimo: no ser racista, no ser homófobo, no ser machista. Eso te hace sin duda buena persona. La gente es buenísima persona, y antisemita.

Es como si no pisando las líneas rojas de la nueva moral, todo te estuviera permitido. Linchar a un ciudadano heterosexual blanco acusado de algún delito sexual: venga. Sin piedad. Sin mácula. En realidad, demuestras tu condición ejemplar linchando sin piedad a un desconocido. La maldad es la bondad.

Quizá si tuviéramos un país donde refugiarnos estaríamos a salvo, pensaban. Sin embargo, los supervivientes de la shoá, son ahora el fascismo

A las alucinadas divisas orwellianas ya establecidas (“la mentira es la verdad”, “el amor es el odio”, “la paz es la guerra”, 1984), hemos añadido una nueva: “El sionismo es fascismo”. Era lo que decía la pancarta de la manifestación en Chicago en favor del pueblo palestino.

El sionismo fue la solución geopolítica a la persecución de los judíos durante siglos en prácticamente todos los países donde residieran, hostigamiento que alcanzó su pesadilla con el exterminio de seis millones de judíos durante el nazismo. Quizá si tuviéramos un país donde refugiarnos estaríamos a salvo, pensaban. Sin embargo, los supervivientes de la shoá, y los hijos y los nietos de los judíos gaseados, fusilados o ahorcados por el fascismo, son ahora el fascismo. Lo saben en Chicago. Son muy listos.

Este trile conceptual es lo que permite a una persona luchar contra el fascismo de lunes a viernes, y recrearse en el odio a los judíos los sábados y los domingos. En realidad, nunca deja de luchar contra el mal, ni cuando lo celebra.

placeholder Familiares de Ili Bar Sade, soldado israelí muerto en los ataques de Hamas contra Tel Aviv. (Reuters/Hadas Parush)
Familiares de Ili Bar Sade, soldado israelí muerto en los ataques de Hamas contra Tel Aviv. (Reuters/Hadas Parush)

Dudo mucho que las personas progresistas aquejadas de insensibilidad hacia cualquier agresión o discurso de odio que afecte a los judíos sientan la menor solidaridad con Palestina. Simplemente son antisemitas. Como lo fueron sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. No aguantarían ni media hora en suelo palestino; podrían vivir perfectamente en Israel durante años.

Cuando todavía no han pasado ni cien años desde el Holocausto, el odio a los judíos ha regresado con idéntica fuerza, y una espeluznante legitimidad. Odiar a los judíos es, para muchas personas, lo correcto. También Hitler pensaba que era lo correcto.

No es lo correcto. Nunca lo fue.

Seguro que han visto un mapa con cuatro fechas del siglo XX donde un territorio repartido entre dos autoridades evoluciona en favor de una de ellas. Con ese mapa perfectamente a la vista, se pueden matar todos los niños que quieras. Nunca habrá suficientes niños muertos, según el mapa.

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