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Alberto Olmos

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Sánchez: ganar pisoteando la razón

No poner los límites de lo que puede hacerse para que no gobierne la derecha nos ha llevado a las puertas de la más siniestra arbitrariedad

Foto: Albert Camus.
Albert Camus.

Por lo que sea, llevo algunos días pensando cómo sería eso de vivir en una dictadura. Al mirar la calle principal de mi barrio, la vida normal de la gente normal, imaginaba que teníamos en el país un dictador, y la verdad es que no echaba nada de menos. Estaban los mismos árboles y los mismos bares, comparecían los mismos autobuses y los mismos anhelos. La vida de la gente, en esta simulación que les digo, era, al mismo tiempo, la propia de una democracia y la propia de una dictadura. Esto me deprimió mucho.

No creo que sea tan fácil saber qué es una dictadura, porque a usted, objetivamente, la democracia tampoco le aporta tantas cosas. Si viviéramos bajo el yugo de un dictador, también habría que trabajar, hacer la compra y limpiar la casa. Nuestra vida diaria sería prácticamente idéntica. Cuando vemos fotos de nuestros padres o abuelos en los años sesenta, no notamos que ese día en la playa, ese guateque o esa boda transcurrieran en años de dictadura. Las vacaciones, las fiestas y el amor siempre parecen democráticos.

La noción de dictadura se tantea estos días porque parece que Pedro Sánchez siempre va a ser presidente del gobierno. Ha encontrado la fórmula. Es como el Real Madrid con sus cinco copas de Europa. Juega a otra cosa.

En España hemos visto alcaldes sempiternos, y comunidades autónomas gobernadas durante cuarenta años por el mismo partido, pero nunca un PRI. Vargas Llosa, en 1990 -según leo en El Orden Mundial- definió la situación política mexicana como “la dictadura perfecta”. Gobernaron desde 1930 hasta el año 2000.

Pedro Sánchez ha encontrado la fórmula. Es como el Real Madrid con sus cinco copas de Europa. Juega a otra cosa

La charlatanería de Pedro Sánchez es de una simpleza que ya les han explicado muchas veces: o gobierna él o sufriremos el fascismo. La suma de apoyos se realiza dando a los partidos regionales, sobre todo si son independentistas, todo lo que pidan. Esto hace que la hemeroteca se visite mucho. Un par de semanas antes, Sánchez prometía no hacer una concesión que ahora ya está firmada.

A partir de ahí, Orwell toma el mando. Todo lo que sea contrariar a Sánchez es fascismo, incluido defender lo que él mismo defendía hace meses. Si gobernara la derecha, gobernaría el fascismo; pero desde la oposición también se comportan como fascistas. Por ejemplo, salen a las calles. Este camelo, esta matraca pueril, la reconoce todo el mundo. Sin embargo, funciona.

Mucha gente tiene más miedo de imaginarios retrocesos de un hipotético gobierno de la derecha que de cualquier barbaridad que al líder del PSOE se le ocurra hacer ante sus propios ojos. De tanto anticipar el fascismo, lo han acabado inventando, y les gusta.

Mucha gente tiene más miedo de imaginarios retrocesos de un gobierno de la derecha que de cualquier barbaridad que a Sánchez se le ocurra

Lo sepa o no, Sánchez promueve el estigma “fascista” no para debilitar al rival, sino para mantener maniatados a sus propios votantes. No hay nada que aterre tanto a un votante de izquierdas como el calificativo de “facha”. Harían, dirían, tolerarían cualquier cosa con tal de no ser incluidos, ni por los bordes, en ese campo semántico. Curiosamente, los comportamientos más intolerantes hoy en día los protagonizan siempre personas de izquierdas.

Me preguntaba estos días: ¿y si hay que fusilar a alguien para que no gobierne la derecha?, por empezar por el top. ¿Cómo lo veis? ¿Sí?, ¿no? Seguramente el votante de izquierdas diría “no”. Por ahora. ¿Y prohibir periódicos panfletarios de derechas? Seguramente aquí tendríamos un “sí” inmediato. ¿Cuál es el límite? Dentro de cuatro años, conoceremos nuevos límites, dado que cada vez va a ser más difícil que la gente te vote para destruir su país.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álex Zea) Opinión

No tengo mayor interés en que gobierne el PP. De hecho, siento mucha más simpatía por el PSOE, así al peso, que por el PP. Pero el PSOE de Sánchez no es un partido, es una patronal política. Siento como si trabajara para ellos, en una empresa llamada España. Esto ya no parece un país: parece un taller de Zara.

Otra cosa que he pensado: ¿dónde está el IBEX cuando se le necesita? Pablo Iglesias llegó a vicepresidente y Sánchez a lo mejor nos dura treinta años. ¿Quién detenta el poder real aquí? ¿No erais tan importantes en el palco del Bernabéu?

Con todo, uno duda, aplastado por la propaganda infecta y la voz norcoreana de Ángels Barceló. Por eso viene bien leer los Diarios (Anagrama) de Rafael Chirbes. Uno se siente reconfortado. En ellos retrata al PSOE de Zapatero, y como son textos de hace 16 años y el autor está muerto, parecen una verdad preservada, fiable, sin contaminar.

Uno se dice: no estoy loco. Antes la gente razonable pensaba así.

placeholder Rafael Chirbes, ya fallecido, en 2014. (EFE)
Rafael Chirbes, ya fallecido, en 2014. (EFE)

Chirbes, comunista todo a lo largo, describe ya en 2007 cómo funciona la cosa: “Contra la derecha está todo permitido”. Y enumera: “Mentiras, tergiversaciones, simplificaciones”. “Lo peor es que cualquiera que señale eso, que lo critique, o lo denuncie, pasa a convertirse en un agente de la derecha”.

Por encima (o por debajo, según se mire el alma humana) de las ideologías hay algo mucho más valioso que ser de derechas o de izquierdas: es la decencia. Si tú dices que tu bando trae el progreso, y para ello hay que mentir, estigmatizar, prevaricar y odiar a la mitad de un país, ni tu bando es mi bando ni tu progreso vale nada.

Le pasaron a Pedro Sánchez una cita de Albert Camus para hermosearle un discurso que daba: “Se puede tener razón y perder”. Estas palabras en boca de Pedro Sánchez suenan siniestras. Él ya sabe, sin leer, que se puede pisotear la razón y ganar. Él es el hombre exacto que Albert Camus detestaría.

Por lo que sea, llevo algunos días pensando cómo sería eso de vivir en una dictadura. Al mirar la calle principal de mi barrio, la vida normal de la gente normal, imaginaba que teníamos en el país un dictador, y la verdad es que no echaba nada de menos. Estaban los mismos árboles y los mismos bares, comparecían los mismos autobuses y los mismos anhelos. La vida de la gente, en esta simulación que les digo, era, al mismo tiempo, la propia de una democracia y la propia de una dictadura. Esto me deprimió mucho.

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