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El país de la inocencia: crímenes increíbles en Japón
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Alberto Olmos

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El país de la inocencia: crímenes increíbles en Japón

'El castillo de arena', de Seicho Matsumoto, es más una muestra de civismo que de literatura del género negro

Foto: (Getty/Yuichi Yamazaki)
(Getty/Yuichi Yamazaki)

Japón ha dejado de estar de moda desde que Corea del Sur hace mejores películas y Corea del Norte hace mejores dictaduras. China va a dominar el mundo, lo que también contribuye a arrinconar la presencia cultural japonesa en nuestras vidas. Antes era guay, Japón. Ahora aburre. Ni siquiera abundan ya esas noticias delirantes sobre sandías cuadradas o robots que tocan la trompeta, que tanto relieve daban al país del sol naciente. Hasta los robots los asociamos ya en mayor medida a Elon Musk que a Japón. El futuro ha dejado de ser japonés; Tokio es como un gran parque de atracciones que pronto va a cerrar.

Cuando viví en Japón —algo que quizá ya les haya contado—, hubo un gran escándalo por unas imágenes donde se veía a dos policías huir de un ladrón. El ladrón o mafioso les amenazaba con un bate en la calle, y los policías, después de pensárselo bien, concluyeron que su obligación era salir indemnes de la amenaza, y corrieron. Todo quedó grabado. El cuerpo policial japonés se cubrió de gloria y durante toda la semana se debatió sobre si la falta de crímenes en el país había vuelto a la policía completamente inútil. La policía de Japón no está acostumbrada a hacer trabajo policial.

Así las cosas, no sé muy bien qué novela negra pretenden hacer en el archipiélago. La novela negra japonesa es como la novela histórica en Andorra: no hay sustancia sobre la que edificar. Libros del Asteroide lleva cuatro libros publicados de Seicho Matsumoto, siendo el último este El castillo de arena que ahora comentaremos. Supongo que los lectores han recibido bien los tres anteriores, y que por eso Asteroide sigue publicando a un escritor muerto y sus libros de hace sesenta años.

Dentro de las motivaciones editoriales para publicar un libro u otro, es interesante pararse un poco a pensar por qué publicamos autores muertos desconocidos que a nadie le importan de países donde ni siquiera resultan, estos mismos autores, singularmente representativos. Autores muertos desconocidos japoneses representativos serían Osamu Dazai (Indigno de ser humano, 1948) o Edogawa Rampo, que se sumarían a los más conocidos pero apenas leídos Mishima, Kawabata, Tanizaki, Natsume, y, hasta hoy, Murakami (Haruki).

La novela negra japonesa es como la novela histórica en Andorra: no hay sustancia sobre la que edificar

La explicación podría estar en que Matusmoto hace novela negra, y las novelas negras, como los libros de caza de Delibes, "siempre tienen una venta". Normalmente, cuando se publica en España, de pronto y sin mayor motivo, un autor muerto o muy viejo al que ignoramos durante décadas se debe a que lo han publicado en Francia y Estados Unidos y ha ido bien. No tiene más misterio.

El castillo de arena

Entonces la nueva novela vieja de Matsumoto son cuatrocientas páginas sobre un asesinato barrial que acaba con cadáver sobre las vías del tren. No se puede negar que son cuatrocientas páginas muy fáciles de leer, porque parecen escritas por un niño con buena letra. Frase, información: eso es todo. No hay el menor rasgo de estilo, la menor dificultad argumental o técnica, ni siquiera ese bombardeo de términos intraducibles que suele ser habitual en estos libros traducidos.

Como novela negra, El castillo de arena es de una inocencia asombrosa. Llena de diálogos, desde policías a criminales, pasando por cualquier ciudadano que asome en sus páginas, todos hablan como si obedecieran a un Manual de buenos modales. Ni un taco, ni un odio, ni un desplante, máximas diplomacia y educación mientras van cayendo los muertos. El inspector protagonista merodea a un grupo de creadores en el transcurso de su pesquisa, y opina de uno de ellos: "Me pregunto qué tipo de vida lleva un intelectual como él. Supongo que siempre estará leyendo libros y reflexionando".

placeholder Portada de 'El castillo de arena' de Seicho Matsumoto.
Portada de 'El castillo de arena' de Seicho Matsumoto.

Esta inusitada candidez produce a veces párrafos escalofriantes: "Imanishi echó un vistazo al cuerpo tendido en el futón. Llevaba el pelo bien peinado y se había maquillado. Sabía que la vería mucha gente una vez muerta y se había vestido y arreglado para la ocasión".

Los muertos se arreglan para la ocasión de morirse y los policías van a todas partes en transporte público. Salen muchos trenes en El castillo de arena. Cuando la investigación no avanza, los policías se martirizan pensando en todo el dinero (los billetes de tren, sus horas de viaje y fracaso) que han gastado en vano del presupuesto policial. Más japonés que esto no hay nada. "Se sentía culpable por haber gastado dinero del presupuesto de la división (…). Sus superiores intentaron consolarlo".

No hay el menor rasgo de estilo, la menor dificultad argumental o técnica

Imaginen en España un funcionario llorando por todo el dinero que ha desperdiciado, y al ministro abrazándolo para que no se tire por la ventana, de pura desolación.

Como novela negra, El castillo de arena es blanquísima, muy floja: demasiadas coincidencias, demasiados personajes plastificados por la ultra-corrección. Lo más parecido a los bajos fondos que encontramos en el libro es la foto de su autor, que sale fumando. Sin embargo, como retrato de un país, resulta encantadora.

Japón ha dejado de estar de moda desde que Corea del Sur hace mejores películas y Corea del Norte hace mejores dictaduras. China va a dominar el mundo, lo que también contribuye a arrinconar la presencia cultural japonesa en nuestras vidas. Antes era guay, Japón. Ahora aburre. Ni siquiera abundan ya esas noticias delirantes sobre sandías cuadradas o robots que tocan la trompeta, que tanto relieve daban al país del sol naciente. Hasta los robots los asociamos ya en mayor medida a Elon Musk que a Japón. El futuro ha dejado de ser japonés; Tokio es como un gran parque de atracciones que pronto va a cerrar.

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