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C. Tangana, como Steve Jobs: triunfar sin saber hacer nada
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Alberto Olmos

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C. Tangana, como Steve Jobs: triunfar sin saber hacer nada

El éxito artístico es enrevesado, y muchas veces la suerte y la habilidad relacional importan más que el talento puro

Foto: C Tangana y Jordi Évole, en la costa amalfitana. (Cortesía)
C Tangana y Jordi Évole, en la costa amalfitana. (Cortesía)
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Declaraba Orson Welles que el primer día de rodaje de Ciudadano Kane fue también el primer día de su vida que pisó un set de rodaje. Welles afirmó por ello que hacer películas era una chorrada, pues en tres días lo aprendías todo. Junto a su camarógrafo, Gregg Toland, se decía: ¿puedo hacer esto, puedo hacer aquello? Y así, realmente a lo tonto, revolucionó la historia del cine.

Woody Allen, por su parte, confiesa en A propósito de nada (Alianza) que después de toda una vida dedicada a hacer cine su conocimiento técnico (cámaras, lentes, focos, químicas) es exactamente el mismo que cuando empezó: ninguno.

El ciudadano común quiere pensar que el arte está vinculado con la profesionalidad, igual que arreglar coches o poner pleitos, pero lo cierto es que, como oficio, sigue teniendo algo salvaje y netamente intuitivo. Los profesionales son los que ayudan al salvaje a convertir en realidad su intuición; en arte, los profesionales son los que fracasan.

Quentin Tarantino señala que como director lo único que debe hacer es transmitir adecuadamente su visión al resto del equipo. No tienes que conocer el vestuario de cada época ni dominar los efectos especiales, ni toda la música que le podría venir bien a tu película. No tienes que saberte de memoria todas las relaciones de aspecto (proporción entre el ancho y el alto de una imagen) que existen en la historia del audiovisual. Sólo tienes que llegar y hacer esa película que tienes en la cabeza, y que cien personas con habilidades concretas son capaces de conseguir que hagas.

placeholder Steve Jobs en 2008. (EFE/John G. Mabanglo)
Steve Jobs en 2008. (EFE/John G. Mabanglo)

Es decir, todos estos genios son como Steve Jobs, según le caricaturizaba Bill Burr en un monólogo. “¿Qué coño hizo ese tío?”, gritaba Burr. “Lo único que hizo fue decirle a unos científicos: quiero toda mi música dentro de este cacharro. ¡Ahora!”

Es duro darse cuenta de que alguien no sabe hacer absolutamente nada, y por eso ha triunfado. Ha nacido para mandar. Se llevará todo el crédito y se hará millonario, y un montón de gente querrá cortarse la venas porque ellos sí saben distinguir una batería de ión de litio de una batería de litio-polímero, o sí saben lo que es un narrador extradiegético o tocar el clarinete o quién es Bill Douglas (director de cine); y el triunfador, ni flores.

Quisiéramos que todos los creadores fueran como Martin Scorsese o Nolan o Prince, gente seria, solvente, enciclopédica y con muchas horas de vuelo previas al éxito. No. Decenas de escritores de cincuenta años sufren para ver publicadas sus novelas perfectas, mientras que jovencitos sin la menor idea de lo que es una novela acaparan los puestos de salida en los sellos más importantes de España. ¿Por qué?

Porque a nadie le interesa la novela perfecta del cincuentón, y basta con que un joven apenas leído diga algo nuevo (o sea, contemporáneo) para que el público desee acercarse a su libro.

C. Tangana

Viene todo esto al pasmo que puede poseernos si vemos la entrevista que Jordi Évole realizó a C. Tangana, emitida el pasado domingo. Dice C. Tangana (en paráfrasis): “No sé cantar, no sé tocar ningún instrumento, no sé qué nota es esta o aquella; hago las canciones según se me ocurren cuando llego al estudio. En resumen: soy un impostor porque no tengo ni puta idea de música”. Se trata del artista español más exitoso de los últimos tiempos.

Una pista sobre cómo funciona de verdad el mundo de la música nos la da la “mentora y consultora” de raperos Wendy Day; cuando dice (The cheat code): “El talento no importa”. Y añade: “Nunca ha importado. El talento es muy fácil de encontrar. Sé que esto deprime a mucha gente, pero cuando alguien me viene y me dice, oh, este tío tiene mucho talento… eso me indica enseguida que no entiende la industria musical. Porque no se trata de talento. Se trata de éxito: es un negocio. Se trata de la historia que cuentas, se trata de carisma, se trata de quién eres y de lo que la gente piensa de ti, de si le gustas. Se trata de empatía, de conexión, de engagement. Son muchas más cosas que talento.”

En estas palabras de Wendy Day, si alguien queda cartografiado por todas sus puntas, es C. Tangana. Antón Álvarez Alfaro siempre supo que esto era un negocio, como le espetó a otro cantante, Yung Beef, hace años: “La posición es ganar el máximo dinero que puedas”. En ese encuentro, Tangana derrochaba unos conocimientos milimétricos de cómo fluía el dinero en el mundo de la música. De eso sí sabía.

Además, ¿cómo no sentir empatía por alguien que trabajó en un Pans&Company? ¿Cómo no sentirse seducido por la historia del ex novio de Rosalía? ¿Y qué decir de que un álbum titulado El madrileño aparezca justo cuando Madrid vive una especie de renacimiento casi nacionalista?

Todos esos bares cutres, y esos hoteles de lujo, y esas entrevistas dadas en pijama, y esas fotos comiendo spaghettis han construido sin lugar a dudas lo importante: el carisma. Conseguido el carisma, C. Tangana podía hacer discos o rodar películas, o presentarse a las elecciones generales. Eso ya daba igual.

Pero hizo discos, y en el último en concreto, El madrileño, sin saber cantar, incorpora a los que sí saben (La Húngara, El Niño de Elche), y, sin pasarse tardes enteras pegado a un cuaderno contando sílabas y tachando versos, llama a los que atesoran el mayor prestigio como letristas: Kiko Veneno, Jorge Drexler o Andrés Calamaro. ¿Para qué necesita Pucho talento si puede utilizar el que tienen los otros?

El talento de C. Tangana es de gestión, organizativo y cínico: se trata de colarse en la industria, darle lo que pide, alimentar titulares y, encima, hacer buenas canciones. Es casi un detalle que C. Tangana se haya molestado en triunfar haciendo buenas canciones, la verdad. En Estados Unidos, se triunfa fácilmente sin hacerlas (al menos yo soy incapaz de escuchar entera una canción de Drake, por ejemplo).

Finalmente, Tangana es tan listo que después de haber sido acusado de machista en decenas de ocasiones (desde la foto en un yate rodeado de chicas en bikini al propio disco El madrileño: “Está plagado de dicotomía entre machismo y neomachismo”, escribió Leonor Canals Botas), resolvió la entrevista con Évole consiguiendo que Twitter celebrara su feminismo. Si no lo entendí mal, se pasó tranquilamente de echar de menos en sus letras “sentimientos de vulnerabilidad masculina” a aplaudir que dijera: “No es el momento de decir lo que sentimos los hombres”.

Declaraba Orson Welles que el primer día de rodaje de Ciudadano Kane fue también el primer día de su vida que pisó un set de rodaje. Welles afirmó por ello que hacer películas era una chorrada, pues en tres días lo aprendías todo. Junto a su camarógrafo, Gregg Toland, se decía: ¿puedo hacer esto, puedo hacer aquello? Y así, realmente a lo tonto, revolucionó la historia del cine.

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