Mala Fama
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La auténtica clase trabajadora eres tú haciendo clic en tu ordenador
El desprecio por los agricultores resulta inevitable en un país que ya ha olvidado de dónde viene
Si con algo asociamos la pobreza, es con depender del cielo, si llueve, si hace sol, si es abril. Nada más humilde que la ropa de faena, los días junto al ganado y las botas embarradas. El campesinado fue siempre clase baja, semillero de revoluciones, modelo para cuadros (Las espigadoras, Millet) muy sentidos.
Sin duda hemos progresado enormemente, porque ahora los agricultores son terroristas y empresarios, valga la redundancia, imagen del mal en el mundo y gente que nos sobra. ¿Quién necesita personas que cultiven la tierra y produzcan los alimentos básicos? Una de las locuras de nuestro siglo es que la gente imprescindible es la primera de la que queremos librarnos.
Empezó la cosa con los tractores en las carreteras, cortando el tráfico. Aquí el comentario inmediato no fue preguntarse qué les pasaba a estos conciudadanos, por qué estaban tan cabreados como para echarse a los caminos con sus máquinas. Lo inmediato fue hilar actualidades y pensar que, si los revoltosos del procés eran terrorismo, pues los agricultores también. Unos plantan patatas para vivir y los otros plantaron fantasías para entretenerse: todo es agricultura.
De pronto, comprar y comer naranjas se volvió colaboración con banda armada. La frutería entera era el impuesto revolucionario de estos hijos de puta con tractor. Dentro de cada campesino hay un terrorista deseando salirse de la linde; van dándonos de comer mientras encuentran el momento de irse a Madrid a quemar neumáticos.
Como la protesta seguía, el escarnio se diversificaba. Así, vimos a los terroristas mutar en empresarios (necesariamente explotadores), y CC. OO., como indican sus siglas, salió a defender a los de siempre: al gobierno. Se dijo a cuatro voces que los de los tractores no eran clase trabajadora, y como tampoco eran funcionarios ni pensionistas, a nadie debía importarle lo más mínimo qué pedían. Hay en esta vida moderna un entresuelo social, un gran espacio de sacrificio llamado autónomos. Un autónomo no tiene derecho alguno, más allá del derecho a que se rían de él, y, si es agricultor, te puedes reír de él dos veces.
La clase trabajadora, de pronto, no tenía pinta de un tío subido en un tractor, ni de muchos tíos, y muchas mujeres, y sus hijos, con barro hasta las rodillas recogiendo remolacha (que llueva o no llueva no les hace tampoco más clase trabajadora). La clase trabajadora no se parece ni por asomo a tener que irte en pleno febrero a quejarte en medio de una autopista y que la policía te tunda a palos; la clase trabajadora no es eso de manejar herramientas y maquinaria, ni vestir chalecos reflectantes o monos de manga ranglán. ¿Qué tendrá que ver todo esto con la clase trabajadora o la clase obrera auténticas?
La clase trabajadora eres tú haciendo clic en tu ordenador. Eso sí es clase obrera. Proletario del click, jornalero del Spotify; puto héroe.
Para rematar la caricatura, todo el que cultivaba la tierra pasó a ser de Vox. Esto quiere decir que cualquier cosa que digan sobre dar de comer a sus familias sonará siempre a “Viva Franco” si afinas un poco el oído. Parece que dicen que su mundo se acaba, que la agricultura nacional está siendo destruida, que no hay futuro alguno para el sector primario. Pero si sabes leer entre líneas, entre surcos, entre vertederas, se oye claramente que dicen: “Franco, Franco, Franco”.
Esto es curioso porque, si son de Vox, de Franco y de Isabel la Católica ahora, en la protesta, también lo son cuando trabajan sin quejarse y mandan a la capital toneladas de tomates y cebollas y mandarinas. Entonces tú blanqueas a la extrema derecha cuando compras y consumes sus tomates. Cada vez que te comes un tomate español, eres de Vox. O, al menos, simpatizante.
Quiere decirse que nos ponemos muy dignos con manifestaciones supuestamente de extrema derecha, pero se nos olvida la política ante una ensalada totalmente fascista. Esto habría que pensarlo un poco más, amigos.
Lo malo de los agricultores es precisamente que producen tomates y cebollas, y no cocaína, que es lo civilizado. Si les debiéramos la cocaína, el MDMA y la marihuana, nadie se preguntaría cuánto pagan a sus empleados o cuánto cuesta el tractor que mueven por la autopista, o cuántos miles de muertos hacen falta para que puedas consumir tu gramo semanal y tuitear estupideces. La gente cuando consume cocaína es mucho más agradecida que cuando consume tomates: nunca he visto a un cocainómano poner en duda la ideología del narcotraficante.
España es ya (enero de 2024) “el primer productor de cannabis de Europa”, y a los productores de cannabis no les llamamos terroristas. Ellos sí son clase obrera. Gente honrada. Vota bien. Cultivan lo importante.
En el origen de casi cualquier estirpe, en el fondo del fondo de cualquier linaje, hay un abuelo sobre los surcos y una abuela volviendo de trillar. Como soy de Segovia, soy campesino, y todo este menosprecio por las gentes del campo me abre las carnes, me da mucha violencia.
No sé si un país puede caer más bajo.
Si con algo asociamos la pobreza, es con depender del cielo, si llueve, si hace sol, si es abril. Nada más humilde que la ropa de faena, los días junto al ganado y las botas embarradas. El campesinado fue siempre clase baja, semillero de revoluciones, modelo para cuadros (Las espigadoras, Millet) muy sentidos.
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