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Los señores serios siguen salvando la literatura
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Alberto Olmos

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Los señores serios siguen salvando la literatura

Gonzalo Hidalgo Bayal nos devuelve a la novela carismática y sofisticada con 'Arde ya la yedra'

Foto: Foto: Getty/Hulton Archive/Keystone/Chris Ware.
Foto: Getty/Hulton Archive/Keystone/Chris Ware.
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La editorial Tusquets Editores no lo hace todo mal, porque al menos sigue publicando señores. En el primer trimestre del año, según he mirado, publicó autores españoles cuya media de edad rozaba el medio siglo; en el segundo trimestre, se volvió más caritativa y nos ha ofrecido autores españoles cuya media de edad supera ya los sesenta años. Me refiero a escritores varones españoles.

Quizá no haya autor menos comercial que el señor, salvo si ese señor se llama Luis Landero. Los señores, a menudo jubilados o, en todo caso, de vuelta de todo, ya solo quieren escribir y poner otro libro en la balda del salón. Si no han tenido éxito, pueden salir a la calle como si fueran otro jubilado más, otro perdedor más, otro ciudadano desencantado. Escriben libros y se los publican, nadie los lee, nadie se queda con su nombre y nunca reciben el premio nacional. Se conforman y van escribiendo sus cosas de señores que están conformes.

Para convertirse en un señor escritor, en un señor de los que publica Tusquets, no sé muy bien qué hay que hacer, porque el coliseo literario se alimenta de escritores muertos, descatalogados, olvidados, rechazados y vueltos a rechazar. Ser un señor que escribe y no le hace daño a nadie no es tan fácil de conseguir.

El coliseo literario se alimenta de escritores muertos, descatalogados, olvidados, rechazados y vueltos a rechazar

El señor escritor es muy aburrido, no da bien en las fotos y sabe demasiado de literatura como para tenerle en cuenta en la literatura. Se supone que sólo tres o cuatro autores alcanzan algo parecido al éxito por generación (esto es, ganan dinero escribiendo como para no tener que hacer otra cosa, salvo pedir más dinero). Así, aguantar en las librerías sin éxito y con muchos años es una derrota de lo más estimulante, un poco como la del portero del edificio que lleva ahí desde antes de que tú nacieras.

placeholder Portada de 'Arde ya la yedra', de Gonzalo Hidalgo Bayal.
Portada de 'Arde ya la yedra', de Gonzalo Hidalgo Bayal.

Lo cierto es que no sé si Gonzalo Hidalgo Bayal les suena a ustedes de algo, ni si en realidad es un escritor de mucho éxito y estamos aquí hablando por hablar. Yo le ignoré durante años, después de leerme Campo de amapolas blancas (2008). Me gusta pensar que muchos escritores a los que no lees siguen escribiendo para ver si entras en razón. Pues yo entré en razón con La escapada (2019), que me gustó mucho, y ahora he leído Arde ya la yedra perdonándome tanta desatención por el señor Hidalgo, porque no puede uno leer todo lo que se publica y, menos, todo lo que producen los señores, que no paran, amigos.

Palíndromos

Arde ya la yedra, así a bote pronto, es título que suena muy raro. Por lo que sea, la gente normal no se pasa el día leyendo las palabras al revés, a ver si funcionan igual. El título de esta novela, como buena parte de su propósito, se acoge a la figura saltimbanqui del palíndromo. El ejemplo usual es: “Dábale arroz a la zorra el abad”.

Jugar con las palabras nos lleva hacia una literatura menor, como es obvio. No en vano, los franceses son los que más han jugado con las palabras, en ese conciliábulo de malabaristas que se denominó OuLiPo.

El caso es que Hidalgo Bayal, como hacía en La escapada, vuelve a sus años mozos y a un Madrid que ya no existe, y le da unas vueltas como se las da a la sintaxis. Tenemos a un joven aburrido (el incipit de Arde ya la yedra me encanta: “Hubo un verano, hace tiempo, en que estuve mortalmente aburrido”) que de pronto se plantea ser escritor, y encuentra una fórmula de incitación creativa perfectamente descabellada. Cada día saldrá a la calle y atenderá a la vida misma, y de las escenas que contemple extraerá un palíndromo. Luego, en casa, con ese palíndromo como detonante, escribirá un capítulo de mil y una palabras. Así, en treinta y un días acabará una novela. ¡Ojalá fuera tan fácil, señor mío!

El incipit de 'Arde ya la yedra' me encanta: “Hubo un verano, hace tiempo, en que estuve mortalmente aburrido”

Arde ya la yedra, por tanto, es la puesta en abismo de la confección novelística, lo que no suena muy apetitoso. Sin embargo, el artefacto, perfectamente ejecutado, nos sirve para leer una estimable prosa y repasar juventudes sin Tinder, las del Madrid y alrededores de, supongo, los años 80. La novela tiene algo de El Jarama, de Sánchez Ferlosio, mezclado con El bello verano, de Cesare Pavese y con los volatines que decimos de un Perec o de un Raymond Queneau. El autor describe con belleza el palíndromo: “Palabras incompatibles combinadas sin más criterio que la caprichosa e irracional prestidigitación de los espejos”. Así, encontraremos “La ruta natural” y “Hoy mola lo mío” entre varias decenas más; o “¿Hay latín en Italia?”

Acabada la novela dentro de la novela, llega una segunda parte donde el muchacho participa con ella en un concurso de provincias. Aquí dejamos atrás los amores primeros y entramos de lleno en las primeras frustraciones del artista. Toda la obra tiene un tono como de no ser nada ya tan importante, incluso cuando su protagonista es tan joven que no lo sabe. Es, en fin, la lección de la edad y de la resistencia. Nada es ya tan importante.

La editorial Tusquets Editores no lo hace todo mal, porque al menos sigue publicando señores. En el primer trimestre del año, según he mirado, publicó autores españoles cuya media de edad rozaba el medio siglo; en el segundo trimestre, se volvió más caritativa y nos ha ofrecido autores españoles cuya media de edad supera ya los sesenta años. Me refiero a escritores varones españoles.

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