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No sonrías con Aznar, y otros preceptos del cine español
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Alberto Olmos

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No sonrías con Aznar, y otros preceptos del cine español

'Vida y maravillas', de Manuel Gutiérrez Aragón, es un delicioso repaso a la cultura española desde los años 60

Foto: Foto de archivo de los "grises" conteniendo una protesta en 1976. (Europa Press)
Foto de archivo de los "grises" conteniendo una protesta en 1976. (Europa Press)
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Cuando no puedes comprarte un piso, vives de alquiler; y cuando no puedes hacer películas, escribes novelas. La literatura siempre fue el verdadero cine de bajo presupuesto, porque cualquiera con un Bic y un montón de folios puede ponerse a escribir La Ilíada. Que no te salga nunca La Ilíada no es culpa tuya, sino del bolígrafo, que no te sigue el ritmo.

Manuel Gutiérrez Aragón dejó de hacer películas en 2008, y justo a renglón seguido empezó a escribir novelas. Ya lleva seis.

Ahora, a sus 82 años, ha decidido contarnos su vida, cosa muy de moda en este curso, donde también se han escrito libros muy gordos. 2024 está siendo el año o de la autobiografía o del tocho, según sea tu avidez por el martirio.

Vida y maravillas (Anagrama) me ha gustado mucho, me lo he leído de un tirón y sólo me he saltado cuando sale Cuba, que no me apetecía. Como Ropa de casa (Seix Barral), de Ignacio Martínez de Pisón, primero se habla de la persona y luego del artista. La persona contempla la infancia; y el artista, el mundo. La persona de Gutiérrez Aragón se acaba pronto, en la página 100.

Como persona, nuestro director y ahora novelista, era cántabro, clase media, con constipados. También iría a la universidad. Se puso muy malito con seis años y así pudo darse importancia, lo que sin duda le llevó a ser luego director de cine. Tenemos el paisaje social reconocible de la burguesía española en el franquismo, donde las "criadas tísicas" te pegan enfermedades y luego, porque son masocas, cuidan de ti.

placeholder 'Vida y maravillas', la autobiografía de Manuel Gutiérrez Aragón.
'Vida y maravillas', la autobiografía de Manuel Gutiérrez Aragón.

En la facultad, en Madrid, Manuel sigue el trap de su tiempo, que es hacerse comunista. En estas páginas todo suena como nos sonaba ya en los años 90, cuando nos contaban lo de los grises, el delator y las células. Suena como que estamos hartos de escucharlo, la verdad.

Sin embargo, Gutiérrez Aragón escribe con primor y delicia, se va leyendo el tópico que fue su vida joven con reverdecido interés, y además se llega pronto al cine, que es a lo que hemos venido aquí. La gente que piensa en hacer revoluciones es un coñazo, porque la revolución nunca sale y tampoco está tan claro que alguien quisiera que saliera.

Foto: Foto: Getty Images. Opinión

Dejado atrás el comunismo de simulación, llega la Escuela de Cine, y con ella todo un mundo primitivo de intelectuales y anécdotas. Manuel entró muy exclusivo en este centro de educación peliculera, donde sólo admitían a cinco, y donde Luis García Berlanga, José Luis Borau o Carlos Saura eran los profesores. Ahí ya vamos viendo dos cosas del cine español: que hay que ser de izquierdas y que hay que llevarse bien con los profesores, que son los que luego te darán trabajo.

Hasta en el franquismo, la cultura efectiva era de izquierdas: "Es paradójico, la cultura oficial en la década prodigiosa de los años sesenta en España no era la que imponía Franco —que consistía sobre todo en censura y catolicismo, o sea, que obraba en negativo—, sino la de orientación progresista".

En el libro no hay maldad, pero hay puntería. Aparecen todos los nombres de la cultura y de la política de la España tardo-franquista y de la transicional, y para todos tiene el autor un análisis de mucha sustancia, no sólo celebrativo. En aquella España, bastaba con ir a una tertulia o a una cena en casa de alguien para acabar saliendo, décadas después, en las memorias de todos los demás. Vemos, por orden, a Fernando Sánchez Dragó, a Chicho Sánchez Ferlosio, a Lourdes Ortiz, a Alberto Méndez ( Los girasoles ciegos) o a Javier Pradera. "Éramos libres y pobres, pero teníamos muchas cosas que contar".

Foto: Ignacio Martínez de Pisón en 2003. (Alamy/Opale/Basso Cannarsa) Opinión

En el mundo cultural, como saben, ser pobre es que el dinero todavía lo tengan tus padres.

Ya con Felipe González, la vida mejora enormemente, porque se cena en Moncloa con vino del presupuesto.

Salen los santones periodísticos de la época, como Francisco Umbral y Eduardo Haro Tecglen, del que se hace este ajustado y extraordinario retrato: "Haro era duro con los autores, con los amigos, con sus hijos. Amaba a los perros".

Cuando llega Aznar, Moncloa sigue recibiendo, aunque supongo que ahora ponían café y no Riojas. Manuel fue a ver qué pensaba hacer Aznar con el cine, y se hizo una foto después de la reunión, donde había otra gente del celuloide. Fue muy criticado. "Pero si es una foto protocolaria", se defendía Gutiérrez Aragón. "Ya, pero sonríes".

La relación de la Cultura con el Gobierno está clara: siempre es igual, pero con la derecha no debes sonreír en las fotos.

"Pedro Sánchez es, como mucho, un actor secundario de telenovela venezolana"

El autor nos adentra páginas después en la relación un tanto siniestra entre políticos y actuación, en la medida en que los políticos son todos actores de sí mismos. Compara a Felipe González con Marlon Brando, porque "se llegaba a creer todo lo que decía", como un actor del método (ya dijo Umbral aquello de: "la enternecedora sinceridad con la que miente"). Aznar también daba en cámara, mientras que Josep Borrell era "muy mal actor". A Rodríguez Zapatero lo compara con "un émulo menor de Jim Carrey", y a Mariano Rajoy con "uno de esos secundarios de película que pueden hacer cualquier cosa". Como ven, Gutiérrez Aragón no es como que no haya conocido presidentes del gobierno.

Sobre Pedro Sánchez, piensa que "es guapo, pero misteriosamente no es fotogénico". "Es, como mucho, un actor secundario de telenovela venezolana".

El libro acaba cuando a don Manuel se le acaba el cine, y salta al bote del Titanic de la literatura. Parece que obedecer a las televisiones para hacer películas no le apetecía demasiado. Abordó a Jorge Herralde en las postrimerías de un acto oficial y le ofreció su primera novela. No dice que le dieron el premio Herralde, porque, cuando no se puede decir la verdad, es mejor no mentir.

Y, como escritor tardío, lo cierto es que Manuel Gutiérrez Aragón lo hace muy bien, y Vida y maravillas es de lo más valioso que podrán leer ustedes este año.

Cuando no puedes comprarte un piso, vives de alquiler; y cuando no puedes hacer películas, escribes novelas. La literatura siempre fue el verdadero cine de bajo presupuesto, porque cualquiera con un Bic y un montón de folios puede ponerse a escribir La Ilíada. Que no te salga nunca La Ilíada no es culpa tuya, sino del bolígrafo, que no te sigue el ritmo.

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