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Mala Fama
Por
¿Y lo bonito que era ahorrar?
La acumulación de dinero en el banco se percibe como algo antiguo, además de casi imposible para muchas personas
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Aprendíamos a ahorrar antes de aprender a trabajar. El ahorro era un coleccionismo tierno, metálico; ahorrabas la propina de los padres, las monedas que caían de la abuela o de esa tía que andaba de visita. Los niños le daban al dinero el valor justo: tener más. Lo contaban a veces, para aprender matemáticas y alborozarse por llegar al 355. Eran 355 pesetas, pero era sobre todo ese número tan alto que te identificaba. Tu hermano tenía menos, tu amigo no tenía nada. Había que hacer crecer el número, ése era el juego. Los niños de ahora no lo saben, pero hubo en tiempos un objeto bonito y visceral, irrompible de tanto querer romperlo. Se llamaba hucha.
He notado que el ahorro ha pasado de moda, como si pudiera pasar de moda la prudencia. Hay que gastarse todo lo que se gana, y a eso lo llamamos no llegar a fin de mes. La gente, si algo desea, es no llegar a fin de mes. Hacen cualquier cosa por no ahorrar ni un euro.
Si ganas 1200 euros al mes, vale, no llegas; pero si ganases 3000, tampoco. Ya hemos dicho aquí mil veces que en los 90 nos ponían Tener o ser, de Eric Fromm, en el instituto, que había una beligerancia intelectual contra el consumismo, el derroche y El Corte inglés. La gente salía en la tele con ropa miserable, y por eso sabías que eran intelectuales.
Luego estaba Dios, la iglesia, o sea, que tampoco era de tirar el dinero, sacaba a muchos pobres en la Biblia y arrimaba el hombro en eso de que gastar era malo. El ahorro era lo cabal, lo ético, y encima, fíjense, tenías dinero en el banco.
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Hoy, si algo es enemigo de la sociedad, es el ahorro. Los hijos de puta están muy preocupados de que ahorres, no vaya a suceder que alguna vez seas libre. Ahorrar, tener ahorrado, eso que pregunta Broncano, significa: ¿puedes ser libre? Libre, por ejemplo, para dejar un trabajo; libre, ojo, para divorciarte de tu marido. Si el Estado le diera 60.000 euros a toda mujer que desee divorciarse, no quedaba un matrimonio en pie en España.
La hucha no era para guardar el dinero, sino para guardar el futuro.
Si el Estado le diera 60.000 euros a toda mujer que desee divorciarse, no quedaba un matrimonio en pie en España
Un motivo para no ahorrar es que las casas son muy caras, y la única cosa que quiere comprarse la gente es una casa. Lo demás lo va pagando con otro dinero, diríamos, uno que no cuaja, que no produce entradas para pisos ni alcanza los cuatro ceros. Leo en los análisis sobre el problema de la vivienda que “mucha gente no tiene acceso a comprar vivienda debido no solo a los salarios sino a los nuevos estilos de vida que van en detrimento del ahorro”. Que la gente se gasta el dinero en payasadas es innegable. Antes no íbamos todos al psicólogo; antes no tenía teléfono cada miembro de la familia; antes no existía Apple. Canal + era de ricos. Hoy tener sólo Netflix es de pobres.
El ahorro es tan dañino que una cosa llamada Aecoc (Asociación de fabricantes y distribuidores) apunta en una nota que “hay que estar atentos a que la tasa de ahorro no afecte al consumo”. ¡El ahorrador es un peligro social! Prácticamente, roba el dinero que ahorra. Se lo roba al mercado, al comerciante. Cuando no compras un nuevo móvil, le robas a la Fnac 600 euros por lo menos.
Yo creo que vamos hacia una sociedad que te quite el diez por ciento de lo que ahorras, si ahorras. Una sociedad que no entiende no gastarse todo el dinero de inmediato. Diría, haciendo de economista guasón, que la inflación es la manera que hemos inventado para ayudar a la gente a quedarse sin dinero. La gente está deseando quedarse sin dinero. Da igual cuánto cueste una cosa, la compran siempre.
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También leo que la media de ahorro en España es de 300 euros al mes. Como con eso tardarías medio siglo en poder comprarte la mitad de una casa sin ascensor, es mejor dejar de ahorrar. Esta filosofía no entiende el ahorro.
No se ahorra para tener más dinero, sino para tener menos cosas. El dinero no usado es como todo ese chocolate que no te comes para no ser una foca. Habla bien de ti. Tienes control, tienes templanza, tienes, claro, un montón de chocolate guardado. El gordo no tiene tanto chocolate guardado como tú.
Los ahorradores somos perros verdes, locos del céntimo. Si me piden dinero, no se lo voy a dar, por cierto.
La gente sabe que hay dinero por ahí, esperándoles, una alcancía de sangre, y por eso no hay revoluciones
Así, la herencia se ha convertido en ahorro, tener padres es tener ahorros, y la hucha se abre cuando se abre la sepultura. Es triste. La gente sabe que hay dinero por ahí, esperándoles, una alcancía de sangre, y por eso no hay revoluciones, porque hay padres que cuando se queden sin presente te regalarán el futuro.
Sin embargo, yo creo que hay que morirse con dinero en el banco. Despreciar el dinero es mucho mejor que gastarlo. Eso es nobleza. Tenía dinero pero no lo gasté, porque vi en la vida cosas más bonitas. Cuando alguien deja dinero muerto, sabes que supo vivir.
Aprendíamos a ahorrar antes de aprender a trabajar. El ahorro era un coleccionismo tierno, metálico; ahorrabas la propina de los padres, las monedas que caían de la abuela o de esa tía que andaba de visita. Los niños le daban al dinero el valor justo: tener más. Lo contaban a veces, para aprender matemáticas y alborozarse por llegar al 355. Eran 355 pesetas, pero era sobre todo ese número tan alto que te identificaba. Tu hermano tenía menos, tu amigo no tenía nada. Había que hacer crecer el número, ése era el juego. Los niños de ahora no lo saben, pero hubo en tiempos un objeto bonito y visceral, irrompible de tanto querer romperlo. Se llamaba hucha.