Mala Fama
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Algo que haces cuando no tienes razón: te vas
Periodistas, escritores y artistas toman al unísono la decisión de retirarse de la batalla cultural
Algo que haces cuando no tienes razón es irte. Irse siempre es mejor que cambiar de opinión. Si cambias de opinión, puede que te sientas inclinado a hacer algo demasiado humillante para tu vanidad: pedir perdón. Ahora mucha gente se va, se esconde, se calla y se mete debajo de la manta para no tener que pedirnos perdón.
Llevamos una década disparatada. Hemos oído de todo. Hace falta un libro que registre tanto delirio totalitario. Recuerden que algunos activistas entraban en los museos a tirar pintura a cuadros de valor incalculable, y que muchos periodistas y opinadores los defendían. Recuerden las horas dedicadas a un chat privado donde los muchachos hablaban de las chicas como uno espera que hablen de las chicas, y exactamente igual que las chicas hablan de los chicos cuando se juntan ellas solas. No se olviden de las feministas perseguidas por no ver con buenos ojos la “ley trans”, de los mil violadores en la calle, del “bulo” de las denuncias falsas y del “bulo” de las casas okupadas. No se olviden de los siete youtubers linchados por irse a vivir a Andorra y del hermano del presidente viviendo en Portugal. Enemigos de España eran Amancio Ortega y Juan Roig, porque tenían más dinero que cada una de las 200.000 personas a las que dan trabajo. Medio país era fascista; cuarto y mitad era machista. Había un muro.
En un mes, todo se ha venido abajo.
Errejón fue acusado por más de quince mujeres de comportamiento sexual impropio. Errejón era el portavoz de Sumar, partido en el gobierno. Yolanda Díaz lo sabía y le protegió. Hay un machismo estructural en España, y luego hay un machismo de verdad: el de Sumar, Errejón y Yolanda Díaz. Contra ese no hicieron nada.
La DANA provocó inundaciones que arrasaron Valencia y mataron a 216 personas. Los youtubers en Andorra habían dejado de pagar tantos impuestos (quizá cinco millones de euros al año entre todos) que el Estado no podía hacer nada por los valencianos en los primeros cuatro o cinco días. No arrancaba el camión de la UME. No se había rellenado correctamente un formulario. Nadie quería perder su sillón. El Estado no falló, sólo se hizo un poco de lío.
Finalmente, Donald Trump ganó aplastantemente las elecciones a presidente de los Estados Unidos. Le votó todo el mundo, mujeres, negros, latinos, a pesar de ser un histrión y un charlatán. Su intención manifiesta es acabar con todo lo que denominamos woke; es decir, con todo lo que ocupa el segundo párrafo de este artículo.
Dejaron Twitter, se abrieron cuentas en BlueSky y lo primero que hicieron fue empezar a denunciar fascistas en BlueSky
¿Qué dijeron nuestros intelectuales y opinadores progresistas? Sobre Errejón, que no sabían nada (algunos eran amigos suyos); y, finalmente, que Errejón era de extrema derecha. Sobre la DANA, que Pedro Sánchez lo hizo todo bien y que la culpa es de la extrema derecha por no creer en el cambio climático. Y sobre Trump, que la desinformación era el motivo de su éxito, pues la extrema derecha difunde innumerables bulos y mentiras.
Llamar fascista a todo el mundo no es una explicación.
Lo sabían, por una vez, pues nadie se tomó en serio su resobado comodín fascista. Hacía falta argumentar más, reconocer errores, pedir perdón a las mujeres engañadas, a los muertos valencianos, a los lectores del periódico a los que aseguraste que iba a ganar Kamala Harris.
De pronto, como si Sánchez en Paiporta hubiera marcado el camino, todos empezaron a huir. Dejaron Twitter, se abrieron cuentas en BlueSky y lo primero que hicieron fue empezar a denunciar fascistas en BlueSky. A nivel global, hay 3000 denuncias por hora contra cuentas o contenidos no aceptables por un progresista en esa red social “donde se respira mejor” (sic). Entre los usuarios españoles, se ha creado una lista negra de usuarios de BlueSky que deben ser bloqueados. Esto sólo el primer día.
Entre la gente que ha dejado Twitter por su toxicidad y sus bulos están Antón Losada, que llamó “tonto del día” o “tonto ejemplar” a unas cincuenta personas en pocos años, según puede comprobarse fácilmente; y Guillermo Fesser, que adjudicó a Trump el “proyecto 25”, especie de libro de cocina del ultraconservadurismo más abyecto y que Trump mismo ha negado doscientas veces que guarde relación con él.
La fiebre por esconderse siguió. Bob Pop habló en la radio de amigas suyas que le dicen cosas que no le gustan y con las que quizá no vuelva a quedar. Lo espectacular de su deposición radiofónica es que los fachas son ya amigas suyas, y que él (que, como tantos, iba a luchar contra el fascismo) no es capaz de entablar conversación ni con sus propios conocidos, a nada que le llevan la contraria. Su jefa, Àngels Barceló, dijo en otro sitio que se iba a retirar a “los medios tradicionales”, dando por perdidas las redes sociales. Es, de nuevo, una curiosa forma de enfrentarse a eso que llaman fascismo: irse corriendo.
Antonio Muñoz Molina empleó el término “trastienda”. De pronto, también Muñoz Molina tiene pocas ganas de combatir, defender la razón y exponer argumentos de utilidad social. En toda una página en El País, afirmaba: “Habrá que retirarse a la trastienda, apagar la radio, apagar el televisor (…) leer a Montaigne”.
Si hubiera entendido algo de Montaigne, no estaría en el lado equivocado de la civilización.
Gracias a ellos, el mundo es peor, menos plural, menos fraterno, menos libre. Son culpables de destruir la comunidad. Nunca lo hicieron gratis
La verdad: son incapaces de explicar lo que sucede. Después de una década traicionando los valores ilustrados, el sentido común y a todo aquel que se levanta por la mañana para ganarse la vida, la realidad ha superado sus cuatro argumentos multiuso. El precio de las naranjas es demasiado real; doscientos dieciséis muertos son demasiado reales; decenas de famosos feministas acusados de agresión sexual son, ciertamente, demasiada casualidad. Ellos son cómplices de todo esto. Defendieron a los perros, a las ballenas y a los océanos antes que a las personas que no podían afrontar la subida de los alimentos, la luz o el gas; defendieron los impuestos “para sanidad y educación” antes que el uso correcto del dinero público (ay, esos 2000 millones de euros tirados en el ministerio de Igualdad); lucharon contra el machismo del camarero que te dice “guapa”, pero se olvidaron del colega que abusaba de mujeres en los festivales. Su complicidad es lo que les obliga a dar dos pasos atrás.
Gracias a ellos, el mundo es peor, menos plural, menos fraterno, menos libre. Son culpables de destruir la comunidad. Nunca lo hicieron gratis.
Ahora camuflan su descrédito con marchas, huidas, mudanzas, silencios, trastiendas… Si llegara un verdadero fascismo, no podríamos contar con ellos. Han sido derrotados por un tuit. Moralmente no dan para más.
Algo que haces cuando no tienes razón es irte. Irse siempre es mejor que cambiar de opinión. Si cambias de opinión, puede que te sientas inclinado a hacer algo demasiado humillante para tu vanidad: pedir perdón. Ahora mucha gente se va, se esconde, se calla y se mete debajo de la manta para no tener que pedirnos perdón.
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