Mala Fama
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Los mejores libros de 2024, el año donde los premios no aportaron nada
Ya es habitual que ni jurados ni editoriales apuesten por aquellos títulos que acaban destacando
Han sido muchos años de esfuerzo para conseguir finalmente que ningún libro premiado en los grandes certámenes de la literatura española sea recordado cuando llega diciembre. Lo he pensado, y ya se me ha olvidado quién ganó qué. En los años 90, el premio Nadal solía articular esos balbuceos de posteridad que se le suponen a la gran literatura, con algún autor o autora que parecía bien premiado, era muy leído y hasta destilaba tendencias. Pensemos en una obra sólo finalista del Nadal como Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas. Ya en nuestro siglo, el premio Herralde acostumbraba a recaer en obras rotundas, ambiciosas y atractivas; el Tusquets, en textos visceralmente artísticos. Hasta el Alfaguara acertaba a veces. Todo eso terminó, y ahora mismo que te den un premio literario de primer nivel no significa lo que debería: que has presentado un libro muy trabajado o inspirado y que un puñado de expertos ha sabido verlo. Ahora significa que tenemos que premiar a alguien, y te ha tocado a ti.
El año 2024 ha traído muchas novelas gordas, ninguna con premio. Esto me ha llamado la atención. Cómo, en este 2024, han coincidido en publicar varios autores que llevarían años sumando palabras hasta superar las seiscientas páginas, haciendo lo que antes se consideraría "su gran obra". Pero no. Resultó que esos tochos eran palabrería, la sedimentación de una escritura diaria completamente acrítica, donde todo se da por bueno, la página gloriosa y la pura chatarra, y se pone todo junto y, sí, abulta, pero no funciona. Yo creo que muchos libros larguísimos se escriben tan largos porque ya se da por hecho que nadie los va a leer. Normalmente publican los amigos.
Sin embargo, el gran libro de este 2024 ha sido el más largo de todos: 1500 páginas. Arcadi Espada ha estimado que somos veinticinco personas en toda España las que lo hemos leído. Se trata de Un corazón furtivo (Destino), la biografía de Josep Pla escrita por Xavier Pla. Es una obra que justifica por sí sola haber abierto quinientos libros en doce meses y haber cerrado cuatrocientos noventa con desesperación.
El gran libro de 2024 ha sido el más largo de todos: 1500 páginas. Arcadi Espada ha estimado que somos veinticinco los que lo hemos leído
Junto al tocho inútil, salvo la excepción catalana, he notado otra tendencia en el año que termina: el falangismo. Juan Manuel de Prada nos trajo a un truhán falangista en su (además) muy extensa Mil ojos esconde la noche I (Espasa) y Paco Cerdá cifró funerales de lo mismo en Presentes (Alfaguara), que no tuve aún ocasión de leer. Pero el halo falange, Franco, madriles y dictadura ha estado presente en varios libros notables. Uno ha sido Me piden que regrese (Destino), de Andrés Trapiello. El autor ha declarado que será su última novela, cosa que le agradecemos. ¡Hay que escribir menos, saber irse y, desde luego, sorprender con la torería del regreso, precisamente! Otro libro hacia atrás, pero en modo autobiográfico, fue Recordar es político (Alianza), de Pablo de Lora, sobre las trampas de la memoria histórica y las trampas de la propia nostalgia. Y otro más (de los que me gustaron) fue Soberbia (De Conatus), de Recaredo Veredas, que se inicia en el franquismo y muestra esas corrientes subterráneas del medro social que llegan hasta nuestros días.
Como saben, la gente escribe mucho sobre sí misma y no se cansa. Aquí he fallado mes a mes y he sufrido infinitamente. Cada mes, sin exagerar, dos o tres autoras nos contaban sus cositas, y eran todas muy malas. Hay tantas escritoras malísimas que cuesta encontrar a la que sabe escribir. A mí al menos me lo ponen muy difícil. De contar la cosa propia me gustó Polilla (Alfaguara), de Alba Muñoz, ni siquiera sé muy bien por qué. Hay algo en los libros íntimos que ya supera la prosa y la estructura, y apunta al tono, a una cierta presencia de la verdad. Esa misma presencia feliz de lo verdadero encontré en Madre de corazón atómico (Seix Barral), libro que Agustín Fernández Mallo dedica a su padre, a glosar la vida de su padre; y en Objetos a los que acompaño (Círculo de Tiza), de Carlos Risco, sobre su casa en el campo. También la vida de Manuel Gutiérrez Aragón en Vida y maravillas (Anagrama) fue una lectura gratísima.
En 2024 ni desparramando piedad encontré cinco títulos que justificaran este suplicio de leer a todo el mundo
Así las cosas, la única autora que ha escrito un libro que no es muy malo, española y ya en ficción, va a resultar ser Sara Barquinero, con Los escorpiones (Lumen), que por lo menos me debe una edición de las que haya vendido. El libro es disparatado, pero en otro cielo del disparate de escribir, ese en el que alguna vez te saldrá bien.
La argentina Ariana Harwicz publicó una buena novela, Perder el juicio (Anagrama), sólo que un poco lo mismo que escribe siempre. Un monólogo interior de lírica enajenada. Me gusta.
Las mujeres que saben contar una historia han sido todas extranjeras, no es culpa mía. Pensemos sin más en La invitada (Anagrama), de Emma Cline, y en El volumen del tiempo I (Anagrama), de Balle Solvej, dos novelas extraordinarias. También hay chicas ahí fuera cuyo éxito no soy capaz de entender, como el que acompaña a las novelas de Sally Rooney, todas redacciones escolares cuyas diez primeras páginas me han desquiciado siempre. Sin embargo, este año su Intermezzo (Random House) me gustó, joyceana, dublinesca, sentimentalmente conservadora, le vi por fin sentido.
Y, en fin, me gustaron mucho los cuentos de José Moreno en Gagarin o la triste certeza de viajar solo (La navaja suiza). Quiere decirse que 2024 fue bastante mejor que los cuatro años anteriores, donde ni desparramando piedad encontré cinco títulos que justificaran este suplicio de leer a todo el mundo; de tratar de leerlo para usted.
También estuvo el best seller serial recuperado que se inicia con La riada (BlackieBooks), de Michael McDowell, y que se titula conjuntamente Blackwater. Hasta los best sellers salieron buenos este año.
Algunos ensayos no estuvieron mal, como
Les dirán por ahí que libros muy malos fueron muy buenos, en otras listas, suplementos, prescripciones. Normalmente hacen falta cien expertos para engañar a todo el mundo. No pasa nada. Estamos en un tiempo en el que puede decirse la verdad como puede decirse cualquier cosa. Ya lo escribió Thomas Bernhard: "A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo".
Quizá en 2025 dejemos de bajar la cabeza.
Han sido muchos años de esfuerzo para conseguir finalmente que ningún libro premiado en los grandes certámenes de la literatura española sea recordado cuando llega diciembre. Lo he pensado, y ya se me ha olvidado quién ganó qué. En los años 90, el premio Nadal solía articular esos balbuceos de posteridad que se le suponen a la gran literatura, con algún autor o autora que parecía bien premiado, era muy leído y hasta destilaba tendencias. Pensemos en una obra sólo finalista del Nadal como Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas. Ya en nuestro siglo, el premio Herralde acostumbraba a recaer en obras rotundas, ambiciosas y atractivas; el Tusquets, en textos visceralmente artísticos. Hasta el Alfaguara acertaba a veces. Todo eso terminó, y ahora mismo que te den un premio literario de primer nivel no significa lo que debería: que has presentado un libro muy trabajado o inspirado y que un puñado de expertos ha sabido verlo. Ahora significa que tenemos que premiar a alguien, y te ha tocado a ti.
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