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Jubiladas quemando dinero a ritmo frenético
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Alberto Olmos

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Jubiladas quemando dinero a ritmo frenético

Las pensiones funcionan en sentido contrario a los impuestos: sólo generan desigualdad

Foto: Dos mujeres caminando por la calle en 2010. (Getty Images/Sean Gallup)
Dos mujeres caminando por la calle en 2010. (Getty Images/Sean Gallup)
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Estaban las cuatro jubiladas como situadas aposta en una esquina del restaurante, de modo que su conversación circulara con toda nitidez por el salón medio vacío. Citaban ciudades. Uno, sin deseo de escuchar, oía; oía por ejemplo “Estambul”. Luego oía “Varsovia”. Y, después de unas risas, sonaba “Praga”. El comedor se fue llenando de geografía y vuelos antiguos. Una de las señoras trató de centrar la subasta: “¿Dónde más hemos ido?” Y otra la enfiló: “Entonces, ¿dónde vamos este año?” Habían hecho tantos viajes internacionales que les daba mucha rabia repetir. Torremolinos no era una opción.

Las cuatro jubiladas reían entre ciudad y ciudad, entre destino y destino, nunca de muerte. Pensaban en todo menos en la muerte, a sus setenta años. Era gracioso verlas, tan panchas, tan atlánticas, agotando mapas y volviendo a renovar el pasaporte. Entendía uno que viajaban mucho juntas, y que ya no se acordaban de si Egipto las acogió o eso con pirámides era México. No querían duplicar trozos de Europa, pero los nombres capitales suenan todos parecidos, sobre todo hacia el Este. ¿Cracovia?, ¿Varsovia?, ¿Bucarest?, ¿Budapest? Eran como Harvey Keitel en Reservoir Dogs imitando al jefe que mira su agenda. “Wong, Toby Wong, Toby Chan, el puto Charlie Chan…”

A diferencia del Señor Blanco y de los demás mafiosos multicolor, las cuatro jubiladas no se habían reunido en un restaurante para atracar un banco. Estaban allí pensando en cómo gastarse sus pensiones.

Esto sonaba regular si uno iba con pesadumbres a comer. Yo iba con algunas. La escena viró, ya no eran cuatro señoras de cierta edad apurando el cáliz de la vida, lo que siempre puede enternecernos, sino cuatro pensionistas recochineándose por todo lo que pueden hacer con el dinero que el Estado les ingresa puntualmente. Como cada año les ingresa un poco más, hay que viajar más lejos. Eran como ese barco de recreo que sale al final de El verdugo, lleno de señoritos; y tú matando gente para vivir y sin poder comprarte un pisito con la novia.

¿Cracovia?, ¿Varsovia?, ¿Bucarest?, ¿Budapest? Eran como Harvey Keitel en 'Reservoir Dogs' imitando al jefe que mira su agenda

Hay un jubilado que no sabe qué hacer con el dinero y lo quema en Halcón Viajes, se lo da a los croatas. Luego trae a los nietos un acueducto croata o un bombón rumano, y dice que está salvando familias de la crisis, a su descendencia mileurista e hipotecada. La ayuda de los pensionistas a las familias consiste básicamente en miles de souvenirs de cuatro euros envueltos en papel de corazoncitos y molinos. Muchas familias están hartas de que la abuela les ayude.

Los pensionistas están muy bien organizados. Aquellos que reciben una pensión pequeña se encargan de quejarse y de salir en la tele. Apenas pueden vivir. Mientras, los que ingresan tres mil euros afirman que sostienen familias enteras cuando sube el precio del aceite y la cuota de autónomos. Así las cosas, el Estado tiene que pagarles más, porque un pensionista nunca recibe suficiente dinero. En cuanto recibe suficiente dinero, se convierte en una ONG.

Los pensionistas están muy bien organizados. Aquellos que reciben una pensión pequeña se encargan de quejarse y de salir en la tele

El sistema de pensiones español es un sistema de refrendo. Según yo lo veo, el mecanismo consigue que los pobres no dejen de ser pobres en la vejez, y que los ricos, en la vejez, aceleren su riqueza. Lejos de ser redistributivo e igualitario, asegura que no haya igualdad en ningún momento. Igualdad sería que todos los abuelos cobraran lo mismo. El Estado entiende que los ricos tienen derecho a vivir mejor que los pobres cuando envejecen, como si la asistencia pública no la midiera un universal razonable (todo el mundo tiene que comer), sino una inercia estamental. El que vivió bien debe seguir viviendo bien.

Esto se justifica en la “proporcionalidad”. Las cuatro señoras del restaurante aportaron más dinero a la hucha de las pensiones que las cuatro señoras que ese mismo día comieron acelgas en su casa, y por eso ellas reciben tres mil euros y las de las acelgas, ochocientos cuarenta. La justicia social consiste en que los ricos reciban más dinero público porque para eso son ricos. Suena sensato. Es como decir que quien más impuestos paga debe ser atendido primero en los hospitales.

placeholder Manifestación de pensionistas bajo el lema 'La movilización nuestra fuerza', en defensa del sistema público de pensiones, este sábado, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
Manifestación de pensionistas bajo el lema 'La movilización nuestra fuerza', en defensa del sistema público de pensiones, este sábado, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)

Se pagan impuestos para que todos reciban lo mismo, y se aporta a las pensiones para que uno reciba mucho más que otro. La Seguridad Social está para corregir esa estupidez de que todos somos iguales. No somos iguales, porque los ricos jubilados no quieren ir a Torremolinos. Los ciudadanos sólo son todos iguales ante Hacienda, pero los jubilados puedan ser todos diferentes gracias a la Seguridad Social. El sistema de pensiones es ultraliberal: hay paraíso y hay IMSERSO.

Existe una jet set de la jubilación que en 2025 va a cobrar 3267 euros al mes porque no le hacen falta. Con 3267 euros al mes y nada que hacer se te acaba el catálogo de Halcón Viajes en tres veranos. La calle Serrano tampoco da para más después de dos primaveras. Siempre puedes comprarte una cuarta vivienda para dar asilo político a los souvenirs que trajiste de Estonia.

Estaban las cuatro jubiladas como situadas aposta en una esquina del restaurante, de modo que su conversación circulara con toda nitidez por el salón medio vacío. Citaban ciudades. Uno, sin deseo de escuchar, oía; oía por ejemplo “Estambul”. Luego oía “Varsovia”. Y, después de unas risas, sonaba “Praga”. El comedor se fue llenando de geografía y vuelos antiguos. Una de las señoras trató de centrar la subasta: “¿Dónde más hemos ido?” Y otra la enfiló: “Entonces, ¿dónde vamos este año?” Habían hecho tantos viajes internacionales que les daba mucha rabia repetir. Torremolinos no era una opción.

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