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Mala Fama
Por
No puedes mandar a Jorge Ponce al Carrefour
La fama súbita del equipo de 'La Revuelta' se aprecia mejor cuando no están en televisión
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Los famosos hacen cosas muy raras, como ir a comprar el pan. Mucha gente compra el pan hasta que se hace famosa, y entonces manda a alguien. También tratan de no ser vistos bajando la basura. La fama, a fin de cuentas, es una forma de exclusión social. No puedes hacer todo eso que la gente normal considera impropio de un famoso, porque te pierden el respeto.
El famoso vive una vida panóptica, muy vigilada. Te vemos, le vemos, y anotamos lo que vemos que hace el famoso. Salvo Errejón, nadie famoso va por ahí haciendo cosas que desacrediten su nombradía. Para ser normal, una persona famosa tiene que juntarse con otros famosos, de modo que la fama mutua anule la excepcionalidad de ser famoso, y puedas por fin emborracharte y ligar con alguien. En medio de la calle, un famoso es un perro abandonado, con un collar muy bonito.
Cuando veo famosos, me sobresalto. El célebre es un ser sin interiores, todo lo vuelve espectáculo, exterioridad pura. Me gusta ver a un famoso de pronto porque la vida se vuelve interesante. ¿Qué hace aquí Almodóvar, qué hace allá Calamaro? Quizá ese “aquí” y ese “allá” que compartes con ellos no eran tan vulgares como creías. Quizá tú mismo estás por una vez en el lugar adecuado, esa esquina de una calle cualquiera con otra calle cualquiera.
Si hay famosos a los que no vemos nunca, es porque hemos fracasado.
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El otro día vi a Jorge Ponce en un supermercado. Jorge Ponce es un ciudadano más, indistinguible y casi intercambiable. No es como que vaya vestido de rosa fucsia o rodeado de caniches caros. Va normal, hace vida normal, trata de hacerla. De pronto, la tele nacional le ha dado fama excesiva, y por eso vi a Jorge Ponce en el Carrefour, porque la fama le ha hecho perder su capa de invisibilidad, que es la que llevamos todos con cuarenta años cuando no somos nadie, y sin necesidad de haber visto Harry Potter. Antes de la tele, Ponce era un cualquiera en los Carrefours.
Vi a Ponce en el Carrefour, porque la fama le ha hecho perder su capa de invisibilidad, que es la que llevamos con 40 años cuando no somos nadie
Observar al famoso es obligatorio. El famoso se sabe observado, y sabe, más que nadie, el sentido de esa observación: ¿quién coño eres tú para ser famoso? La gente juzga, calibra, no es tan guapa, no es tan alto, no parece tan gracioso. Miraba a Jorge Ponce y me daba pudor que me notara mirarlo. Me enterneció que aún conservara en los ojos la poca costumbre de ser famoso. El famoso profesional no mira a nadie, no atiende, le importa poquísimo que le mires; está para que le mires, y te desprecia con esa cara que ponen las modelos en los carteles de Gucci. Ponce echaba cuentas (me lo invento), en plan, este me ha reconocido, vaya, ¿qué hago?, ¿qué no hago porque este me ha reconocido?
Pensé que a los famosos no les mandas al Carrefour. Eso está mal. Porque imaginé una casa cercana donde una mujer (me lo invento) decía, no hay pan, no hay kétchup, no hay brócoli, y mandaba a su novio famoso a comprarlo; a Jorge. Vi que no estaba comprando muchas cosas, sino exactamente las pocas cosas que, después de un debate, te toca a ti bajar a comprar esta vez. El reparto de tareas en el ámbito doméstico está muy bien, pero, si uno de los dos es famoso, hay que reconsiderarlo. Es sufrir por sufrir, el Carrefour, el kétchup.
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También veo a menudo a David Broncano (y ahora mentiré o daré datos esquivos para preservar este bonito encuentro de los famosos con la gente). “Está ahí David Broncano”, me contaron, justo cuando explotó su fama y la de sus colaboradores. “No me lo creo”, dije. “Que sí”. No me creía que un entorno madrileñísimo y familiar, David Broncano y sus amigos se incorporaran un día a la semana, como si fueran (en efecto) gente normal. Pensé, no pueden estar ahí, tan panchos, rodeados de madrileños y no ser atosigados uno por uno por todos esos madrileños, al punto de reconocer que sus reuniones serían más llevaderas en la terraza del Hotel Riu Plaza España. Así que tuve que ir a verlo con mis propios ojos.
Debían de tener diez años, un poco como el humor de 'La Revuelta'. Se entendieron bien en ese intercambio de infantilidades
Estaban. Para no ser reconocidos, se ponían una gorra. Entre que se ponían una gorra y vestían como gente que piensa cada noche en su hipoteca, resultaba difícil verles famosos. Pero, al cabo, Broncano es famoso; muy famoso. Sin embargo, no había cola para el selfie ni corrillo para la firma. La gente dejaba tranquilo a Broncano, que estaba ahí tan a gusto, lo cual habla bien de muchas personas al mismo tiempo. De él y Ponce, por ser gente, y de la gente de este trozo de Madrid, por no molestarles en lo más mínimo. Que seas famoso no significa que no puedas hacer vida fuera.
Como los niños no tienen educación, el último día vi a tres niños importunando a Broncano. Debían de tener diez años, un poco como el humor de La Revuelta. Se entendieron bien en ese intercambio de infantilidades. Eran los niños traviesos, avispados, quizá espectadores del programa, frente a los otros niños para los que Broncano o Ponce son sólo señores que estorban cuando juegan. Me pareció que era muy bonito todo esto, ver la fama disuelta en la gente.
Los famosos hacen cosas muy raras, como ir a comprar el pan. Mucha gente compra el pan hasta que se hace famosa, y entonces manda a alguien. También tratan de no ser vistos bajando la basura. La fama, a fin de cuentas, es una forma de exclusión social. No puedes hacer todo eso que la gente normal considera impropio de un famoso, porque te pierden el respeto.