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La brillante escritora que fracasó por antipática y amargada: "Qué asco todo"
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Alberto Olmos

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La brillante escritora que fracasó por antipática y amargada: "Qué asco todo"

Anna Caballé firma en 'Íntima Atlántida' la gran biografía de Rosa Chacel

Foto: Rosa Chacel.
Rosa Chacel.

Hay una palabra que se repite mucho en las casi quinientas páginas que Anna Caballé, después de doce años de trabajo, ha dedicado a la vida de la escritora vallisoletana Rosa Chacel, y que ha titulado Íntima Atlántida (Taurus). Esa palabra es “asco”. A Rosa Chacel le da “asco” una carta de amor que le envía su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio; le dan asco las niñas y la infancia usual; le da asco España; le da asco Brasil. “Tengo un asco atroz a tanta preciosidad”, escribe. La de Rosa Chacel (1898-1994) fue una larga vida de asco.

Para llevar la cuenta del asco, Rosa Chacel escribe un diario. Ahí comprobamos el asco que le da Cien años de Soledad, Cortázar, Las ratas, de Delibes, y todos sus amigos y familiares, que no dejaron de ayudarla en el casi siglo entero de sentir asco que fue su vida. Un siglo sufriendo es mucho sufrir, sobre todo para el siglo: “El 65 ha sido el año más triste de mi vida”. “El 86 ha sido el peor año de mi vida”. En general, no hay año en su perra vida que no sea “el peor”, según su diario, y eso que no le tocó hacer nunca la declaración de la renta.

No trabajaba.

Anna Caballé es una biógrafa extraordinaria que aborda en su nuevo trabajo la figura de una escritora también extraordinaria. Después de aclarar las vidas de Francisco Umbral, Carmen Laforet o Concepción Arenal, Caballé cierra uno de los misterios más manoseados de la literatura española del siglo XX: ¿por qué Rosa Chacel no le importa a nadie? Su novela Memorias de Leticia Valle es una de las mejores novelas españolas del siglo pasado, y sus diarios, titulados Alcancía, se elevan, precisamente por su crueldad y desencanto, como una deliciosa estridencia del ego literario. Luego tiene libros imposibles de leer, pero “uno es tan bueno como lo mejor que ha hecho”, por decirlo con palabras del cineasta Billy Wilder.

¿Por qué Rosa Chacel no le importa a nadie? Su novela 'Memorias de Leticia Valle' es una de las mejores novelas españolas del siglo pasado

Rosa Chacel tuvo un problema muy castellano: es antipatiquísima. Recorriendo su vida, minuciosamente explorada por Anna Caballé, uno va sumando a ese carácter otras circunstancias refractarias al éxito. Por ejemplo, no publicar libros hace muy difícil que te lean, te premien y te valoren. Rosa Chacel dejaba pasar diez años entre una novela que no le había interesado a nadie y otra novela, que no le iba a interesar a nadie. Luego se preguntaba por qué le iba tan bien a Miguel Delibes, que publicaba una novela cada año, cada dos años o cada tres.

La confabulación del mundo contra la literatura de Rosa Chacel empieza pronto, con una beca que recibe su marido, el pintor, en Roma, desde 1922 a 1928. Ella no podía ir, pero se amañó o torturó el reglamento para que Rosa pudiera pasar seis años en Roma tan ricamente.

Luego ella recibirá más becas, de la Fundación Guggenheim, de la Juan March, y dos millones de pesetas así porque sí de Javier Solana, ministro de Cultura, a cuenta del ministerio. Entre medias, Julián Marías, Concha de Albornoz, Ortega y Gasset, Gimferrer, Trapiello, Cernuda, un embajador por aquí, un diplomático por allá, Esther Tusquets o Dionisio Ridruejo (cada uno en su momento y según su capacidad) la animaron, apoyaron, hicieron gestiones para que publicara, para que recibiera esas becas, le dejaron viviendas gratis (en el Paseo de la Habana de Madrid) o le consiguieron billetes de avión. Toda la vida de Chacel la pagó su marido o un gobierno. Según ella misma asentó en su diario, sobre su esposo: “El sacrificio de Timo, su vida íntegramente supeditada a la lucha por el dinero, y yo, mientras tanto, haciendo literatura pura”.

placeholder Portada de 'Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel (1898-1994)'.
Portada de 'Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel (1898-1994)'.

Esta pureza se la inoculó Ortega y Gasset, que la convenció de que las novelas no debían tener mucho argumento, sino interioridades y adjetivos. La “voluntad explícita de oscuridad” (Caballé) hace que sus libros sean una elipsis de sí mismos, y, en cuanto algo va a pasar, no pasa, se oculta y acelera. Miren cómo describe su biógrafa el proyecto literario de Chacel: “Imbuida por la filosofía fenomenológica, su idea del tiempo no es la convencional y por tanto tampoco puede serlo el relato del tiempo vivido. Si el fundamento ontológico de la existencia es su condición temporal, solo desde ella resulta existencialmente comprensible la totalidad del ser.”

El resultado de esta acrobacia estética fue diríamos que justo. En 1960 publicó en Argentina, en la editorial Losada, La sinrazón. Vendió 4 ejemplares. Repito: 4. No es que “vendiera poco”, no es como que haya una tiranía editorial que se ceba con los que menos venden, 1000 ejemplares, 545… No, es que vendió cuatro.

Vendió 4 ejemplares. Repito: 4. No es que "vendiera poco"

En 1965, de la reedición española de Teresa (Buenos Aires, 1941) “no se había vendido ni un solo ejemplar”.

“Realmente me indigna la falta de reconocimiento que tienes, para tus cualidades. Aunque se explica por muchas cosas: exilio, poca producción, falta de distribución de tus libros argentinos, independencia, falta de adscripción a grupos que te jaleen, carácter…”, explica con admirable precisión Lolita Franco, esposa de Julián Marías. Su hijo, Javier Marías, adjudicaba a Chacel “una queja sistemática”.

Leemos en su diario, extractado por Caballé: “No tengo sábanas ni platos ni cubiertos. No vivo como las personas decentes”. Esto es así porque, como tantos otros artistas, Chacel considera que no vale para trabajar, que no sabe hacer nada salvo escribir. Siempre me he preguntado si esta gente es consciente de que para fregar escaleras valemos todos, y para cargar cajas en un camión, y para atender la caja de un supermercado Día. Incluso para auxiliar administrativo vale casi todo el mundo.

El carácter de Chacel “es envidioso, suspicaz, oscuro resentido y victimista”, desgrana Caballé. “Es el desahogo de una hija (casi) única que no acepta otro lugar que no sea el centro que ocupó en la infancia.”

Rosa Chacel tuvo un hijo, y, como pueden suponer, hizo todo lo posible para perderlo de vista, pues su obra estaba muy por encima de la vida humana que ella misma trajo al mundo. El niño fue de acá para allá, era matriculado en colegios privados, como interno, para que no diera la lata, odió a su madre desde el primer minuto y, por lo que sea, no le apetecía lo más mínimo leer los libros que ella iba publicando.

La pregunta que sugiere la trayectoria de Rosa Chacel es apoteósica: ¿Qué escritor eres si no tienes lectores? ¿Si no tienes, qué sé yo, más de 100? ¿Se le puede dar el Nobel de literatura a alguien que leen 100 personas en el mundo? A lo mejor si fueran mil quinientas…

Curiosamente, Chacel trabaja muchísimo incluso pasados los sesenta años, o sobre todo pasados los sesenta años, cuando los escritores normales empiezan a vivir de las rentas, perder fuelle y publicar novelas de cien páginas (Philip Roth, verbigracia).

La pregunta que sugiere la trayectoria de Rosa Chacel es apoteósica: ¿Qué escritor eres si no tienes lectores?

Y, más curioso todavía, a su regreso a España en los años 70, consigue el éxito. Los años 80 (a pesar de ese infausto 1986) son la época gloriosa de Rosa, como también los cuatro años que viviría de la década siguiente. Almuerza con Felipe González en Moncloa, recibe el premio Nacional de las Letras (1987), se emborracha con Alberti, sale en la tele (Con las manos en la masa) y todo ¿saben por qué? Por el signo de los tiempos.

Recuerdo cómo en los años 90 nos daban sin parar la tabarra con Francisco Ayala, que aparecía en los periódicos premiado, homenajeado o celebrado cada dos semanas. Yo me preguntaba, ¿quién es este hombre, qué ha hecho? Y lo único que había hecho era no morirse (1906-2009). El que resiste gana, sobre todo si no hay nadie más a tu alrededor para resistir.

Rosa Chacel, entonces, vivió una dorada ancianidad porque su enaltecimiento representaba la reparación, el exilio, incluso la venganza. Diríamos que fue elegida para compensar a todos los que tuvieron que irse de España durante la dictadura, y no tanto porque su obra viviera una súbita aceptación por parte de los lectores, como le ha sucedido estos años a un Chaves Nogales, por ejemplo, al que la gente sí lee con gusto.

Foto: Juan Belmonte durante la inauguración de la temporada taurina en Sevilla, en junio de 1946. (Getty/Haywood Magee)

“La verdad es que la atención se concentraba en la imagen de la anciana encantadora y vital que procedía del pasado republicano y cuya identidad afloraba en la Transición con toda la fuerza de la reivindicación política”, escribe Caballé.

Así, sumando todo (carácter infame, escritura oscura, exilio, publicaciones espaciadas y mal distribuidas), podemos concluir que, lejos de ser una autora discriminada injustamente por el patriarcado malévolo, bastante bien le fue a esta mujer, a fin de cuentas.

“Es tan atroz lo que pienso de todos y de mí misma que tal vez por eso me odian; me odian todos, sin excepción. Me odian cada día más”.

Hay una palabra que se repite mucho en las casi quinientas páginas que Anna Caballé, después de doce años de trabajo, ha dedicado a la vida de la escritora vallisoletana Rosa Chacel, y que ha titulado Íntima Atlántida (Taurus). Esa palabra es “asco”. A Rosa Chacel le da “asco” una carta de amor que le envía su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio; le dan asco las niñas y la infancia usual; le da asco España; le da asco Brasil. “Tengo un asco atroz a tanta preciosidad”, escribe. La de Rosa Chacel (1898-1994) fue una larga vida de asco.

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