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Mala Fama
Por
Los chinos son la España que madruga
La cultura china nos acompaña desde niños, pero no alcanza el grado de complicidad de la cultura estadounidense
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Nos gustaban los chinos porque se daban patadas por encima de las mesas y hacían ruiditos respiratorios. Nuestro primer contacto con la cultura china fue esa violencia de coña, también conocida como kung Fu. Si coges a un maestro del kung Fu, al mejor del mundo, y le pones a pegarse con un obrero de la construcción de Algete, no queda nada del maestro mundial de kung Fu. Las películas chinas no sacaban obreros de Algete, sino mogollón de chinos. La clave de este cine de artes marciales era el uno contra todos. Bruce Lee o Jackie Chan podían con veinte y con doscientos, sólo tenían que ponerse en fila. La gran aportación de China a la cultura mundial es un niño en Segovia moviendo las manos en el aire en el flipe de su imitación combativa.
Luego China hacía cosas. Cuando los niños se preocupaban por las etiquetas de las cosas y el reverso de los regalos, encontraban en inglés su origen exótico. "Made in China" es el eslogan exacto de todo un país, la publicidad más efectiva de la Historia. Si lo pensamos bien, el mejor eslogan de todos los tiempos es "just do it" y, luego, muy cerca, "made in China", lo que, encadenado, nos da la verdad comercial del mundo: "simplemente hazlo… en China".
Esto es lo que íbamos aprendiendo del orden mundial, que se ponían fábricas de artículos americanos o españoles en China porque los chinos cobraban menos, no estaban todo el día dando el coñazo con el SMI y además podías quemar la fábrica si eras muy malvado. De este taylorismo cruzado con Stajánov surgió el dicho "trabajar como un chino".
Ya adultos, a las novias las llevábamos al chino. Yo creo que hay una bonita progresión gastronómica y amatoria que no sé si les he contado, y que además me invento que corresponde a todo el mundo, cuando a lo mejor es cosa mía. El caso es que había la novia (el novio) del McDonnald´s; la novia (el novio) del chino; y luego ya, cuando estabas a punto de acabar la carrera, la novia (el novio) del Vips. Finalmente te licenciabas y podías ir a restaurantes de verdad.
Así que, a la hora de cobrar tu primera nómina, China era kung fu, cerdo agridulce y explotación capitalista. No estaba mal comparado con lo que sabíamos de Portugal.
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Otros datos irrelevantes que íbamos aprendiendo sobre China incluían la batalla de hablantes. Como había más chinos que metros cúbicos en el cielo, el idioma español nunca sería el más hablado del mundo. Además: la propiedad intelectual no regía allí; los "barrios chinos" eran muy bonitos; por el Año Nuevo Chino podías ser tigre o rata; y algunas prendas de ropa traían estampados ideogramas chinos a voleo que no significaban nada, pero nos daba igual.
Digo todo esto porque ahora nos estamos haciendo amigos de China. Se nos está diciendo, de hecho, que podemos ser amigos de China y romper con Estados Unidos, como quien cambia de abusón en el colegio. Esto me parece muy optimista.
Los chinos son la España que madruga; de media, madrugamos más cuantos más chinos hay
La China española yo creo a que Pedro Sánchez no le vota, aunque de los chinos sólo conocemos el perfil ideológico de uno: el chino facha. Dueño de un bar en el Madrid periférico, este chino votaría a Franco, pero llegó tarde para saber que a Franco no se le votaba. El resto de los chinos también tiene bares, restaurantes, bazares y tiendas de alimentación. Llevan una vida que no nos entusiasma. En Instagram, un joven chino llamado Jia Jun comenta esta vida que a él tampoco le entusiasma. Los chinos (sus padres, de hecho) viven lo más cerca posible del trabajo, sea el bazar o el restaurante, para no perder ni un segundo; hacen a sus hijos trabajar con ellos desde muy pequeños; desean que se casen con otros chinos (y no, nunca, con otros del mismo sexo); y, si ganan mucho dinero, es porque trabajan 365 días al año. Los chinos son la España que madruga; de media, madrugamos más cuantos más chinos hay en nuestro país.
Entonces se da aquí un movimiento geopolítico de gran sutileza, como es el de hacernos amigos del país que expulsó a los ciudadanos que acogemos en el nuestro. Esto es un poco como llevarse bien con tu cuñado. Yo no lo veo.
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Por lo general, se nos olvida que en China no hay democracia, pero como no sabemos qué hay allí pensamos que algo habrá, algo mejor que lo que hay en Cuba o Corea del Norte. No recuerdo a nadie pidiendo democracia para China. Es como que les hemos permitido no votar a sus presidentes y diputados (si tienen diputados, que, para lo que digo, da lo mismo) mientras sigan haciendo la ropa muy barata. Además, de China llegan siempre imágenes gloriosas, de ciudades imperiales, inmensas, modernas, altas de rascacielos, higiénicas de tecnología, y por ahí pensamos que tan anti-democráticos no serán si tienen muchos robots y buenas vistas desde el piso 89. También tuitean, como todo el mundo.
Por lo que sea, Pedro Sánchez no ha ido a China con una camiseta de Ai Weiwei
Ai Weiwei es un artista chino multado, arrestado, denunciado y prohibido por el gobierno chino durante quince años, y que ahora vive exiliado. Por lo que sea, Pedro Sánchez no ha ido a China con una camiseta de Ai Weiwei.
Entonces ese sueño infantil de arrimarse al abuso de China, mientras nos desembarazamos del abuso de Estados Unidos, como si fueran abusones equivalentes, resulta para empezar muy discutible. Si de Estados Unidos copiamos la forma de dar mítines espectaculares para que la gente te vote, de China sólo podríamos copiar cómo no tener elecciones, ciertamente. No me imagino un dominio mundial de China que nos haga preferir el arroz a los hamburguesas, el mandopop al Rock&Roll o la Gran Muralla a la Estatua de la Libertad.
Es sólo una estatua, la de la Libertad; pero da mejor sombra que un muro.
Nos gustaban los chinos porque se daban patadas por encima de las mesas y hacían ruiditos respiratorios. Nuestro primer contacto con la cultura china fue esa violencia de coña, también conocida como kung Fu. Si coges a un maestro del kung Fu, al mejor del mundo, y le pones a pegarse con un obrero de la construcción de Algete, no queda nada del maestro mundial de kung Fu. Las películas chinas no sacaban obreros de Algete, sino mogollón de chinos. La clave de este cine de artes marciales era el uno contra todos. Bruce Lee o Jackie Chan podían con veinte y con doscientos, sólo tenían que ponerse en fila. La gran aportación de China a la cultura mundial es un niño en Segovia moviendo las manos en el aire en el flipe de su imitación combativa.