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Ya sabemos cómo será el primer día del apocalipsis
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Alberto Olmos

Mala Fama

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Ya sabemos cómo será el primer día del apocalipsis

Cordialidad y humor protagonizaron una situación anómala e imprevisible

Foto: Un Policía Municipal de Madrid atiende a un conductor durante el apagón. (EFE/Daniel González)
Un Policía Municipal de Madrid atiende a un conductor durante el apagón. (EFE/Daniel González)
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El apocalipsis empieza en un lugar muy pequeño: tu móvil. El móvil no va, no tuitea, no encuentra páginas web. Se habrá roto. Luego pasa que no hay luz en casa. No es la primera vez. Sabes que debes salir al descansillo para evaluar si el problema es tuyo o del edificio. Es curioso esto, la progresión de un problema, la solidaridad del incidente, como si, al querer solucionarlo, lo extendieras. Deduces que es del edificio. Pero luego sales a la calle, porque no hay nada que hacer en casa sin internet, y descubres que el corte afecta al barrio entero, quién sabe si al distrito. En la calle hay jaleo, nervios, conversaciones. Escuchas: “Es en toda España, y en Portugal y en el sur de Francia”. ¿Será verdad? Lo mismo podrían decir que es en el planeta entero. Puede decirse cualquier cosa.

España entera está sin luz (es verdaderamente una mera hipótesis: no hay prensa, no hay alertas por SMS; no hay nada), y lo primero que hace España entera sin luz es irse al bar. Se acumula gente a la puerta de los bares, como si hubiera fútbol o fin de régimen. Todos beben cerveza de botella. Nadie sabe nada, pero no se para de hablar. Enfrente de un bar, hay un coche con las puertas abiertas y la radio puesta. Primera lección de supervivencia: la radio es importante, pero hace falta una, y pilas; sin embargo, los coches tienen radio. Lo cierto es que vale de poco la radio del coche, pues no hay información.

Algunas tiendas cierran. Cierra el Día, por ejemplo, pero las tiendas de alimentación regentadas por chinos no. Los chinos no cierran nunca. Si algo hace cerrar algún día las tiendas de los chinos, démonos por muertos.

Mucha gente en el chino, comprando a lo loco, pandémicamente, cualquier cosa que se encuentre. Ya no hay pan. Ya no hay agua. Toda la charcutería de la cámara frigorífica ha desaparecido. Mi kit de supervivencia es el colmado chino que tengo a la puerta de mi casa.

Foto: La asesora del Gobierno británico y autora de 'When Dust Settles'. (Caitlin Chescoe)

Deduzco que los comercios pequeños no cierran y los grandes sí. Se atiende en la puerta, con la oscuridad al fondo, cobrando en metálico. Compro tabaco, por si acaso toca apocalipsis. El estanquero me pregunta a mí el precio de lo que me vende. “¡No me sé todos los precios, amigo!” Me lo invento al alza, y le doy seis euros, sin vuelta. Él anota la cifra en un folio. Luego veo cola en la ferretería. La gente pregunta por pilas, por transistores. Se percibe una extraña mezcla de desesperación, negocio y esa tranquilidad que da no poder hacer nada. Pasear, conocer gente. Vivir a ciegas.

Me doy cuenta de la desazón que provoca, no la falta de información, sino la falta de bulos. Con muchos bulos circulando, uno podría creer que algo es cierto. Sin embargo, es peor el silencio, no saber nada. Puede ser el fin del mundo o un apagón anecdótico; puede durar dos horas o dos semanas. Puede morir gente. Puede no morir nadie. Echo de menos, en medio de la calle, saber. En medio de la calle, me siento como encerrado en una habitación sin ventanas.

El puesto de flores de la glorieta acaba de vender unas orquídeas. Se la suda todo. Cobra en metálico, vende plantas, no necesita electricidad, es un negocio al aire libre y hace un día espléndido. Pienso en el repunte glorioso de la tradición, de lo material y de lo mecánico. La radio, billetes y monedas, flores, pilas, velas, bombonas de butano. Pienso en familias, también; en lo ventajoso que ahora mismo es estar acompañado y no solo. Durante este apagón, lo antiguo se esponja y reivindica. Es, también, el día más feliz de los conspiranoicos: tienen su búnker, tienen su generador eléctrico, sus linternitas del Decathlon con manivela. ¡Ahora qué!, ¿eh?, ¿quién es el loco?

Foto: El embalse de Melonares en la Sierra Norte de Sevilla. (EFE/José Manuel Vidal)

Un corrillo de treintañeros charla en la acera. Son profesores de instituto o de colegio. Uno dice: “Yo les he dado el discurso”. “¿Qué discurso?”, le preguntan. “Que hay que estar preparado para el apocalipsis”. Todos ríen. Una dice: “Pues esta noche habrá que follar. Como no hay nada que hacer…”

Por la calle, una pareja: “Es muy distópico esto, tía”. Las series de televisión se vuelven de pronto manuales de instrucciones, horizontes potenciales, El apagón, El colapso, sabemos que puede ser espantoso, pero, de momento, hay humor. Ni siquiera el tráfico enloquece. Circulan abundantes los vehículos, pero con orden. Los pasos de peatones se respetan, la gente cruza con naturalidad, sin miedo. No funcionan los semáforos. Uno se pregunta para qué servían los semáforos.

Foto: Clientes a oscuras en un bar de Madrid. (S. B.)
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A media tarde, todo cierra, incluso algunos bares. Que llegue la noche y no haya electricidad pondrá las cosas difíciles. Sin embargo, no hay histeria, pesimismo o maldad. Hay, de hecho, una cordial resignación, como si todos, en realidad, nos alegráramos de estar por un rato fuera del carril de las obligaciones, veraneando en nuestra propia ciudad.

Luego vino la luz, pero nadie lo sabía cuando gastaba bromas, compraba radios o paraba en el paso de peatones para dejar pasar a los niños; cuando fiaba en su bar; cuando prestaba comida al vecino del tercero. ¿Cómo será el primer día del apocalipsis? Pues, ya ven, no será tan malo.

Deben de ser peores los siguientes.

El apocalipsis empieza en un lugar muy pequeño: tu móvil. El móvil no va, no tuitea, no encuentra páginas web. Se habrá roto. Luego pasa que no hay luz en casa. No es la primera vez. Sabes que debes salir al descansillo para evaluar si el problema es tuyo o del edificio. Es curioso esto, la progresión de un problema, la solidaridad del incidente, como si, al querer solucionarlo, lo extendieras. Deduces que es del edificio. Pero luego sales a la calle, porque no hay nada que hacer en casa sin internet, y descubres que el corte afecta al barrio entero, quién sabe si al distrito. En la calle hay jaleo, nervios, conversaciones. Escuchas: “Es en toda España, y en Portugal y en el sur de Francia”. ¿Será verdad? Lo mismo podrían decir que es en el planeta entero. Puede decirse cualquier cosa.

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