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Cuenta atrás para las elecciones celestiales
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Alberto Olmos

Mala Fama

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Cuenta atrás para las elecciones celestiales

Es llamativa la atención que provoca la muerte de un Papa y la designación de su sucesor

Foto: Llegada de los cardenales al funeral del Papa en la plaza de San Pedro en Ciudad del Vaticano. (Europa Press/Lorena Sopêna)
Llegada de los cardenales al funeral del Papa en la plaza de San Pedro en Ciudad del Vaticano. (Europa Press/Lorena Sopêna)
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Que los Papas se morían lo aprendimos con Juan Pablo II, pero luego no ha vuelto a ser lo mismo. De niños, el Papa duraba más; era, realmente, Dios, lo más parecido a Dios que ponían en la tele, un retrato-robot del Altísimo hecho con casullas sucesivas y rostro de ancianito. Creíamos. Si Dios existiera, tendría su propio coche y su propio avión y un palacio, como Michael Jackson. El papamóvil generó mucha fe. Creíamos en Dios no por el Papa, sino por ese coche que llevaba, con cristales que detenían las balas y la capacidad de estar en todos los países del mundo al mismo tiempo.

Luego el Papa se murió y comprendimos que era un hombre, sólo un señor de Polonia, puesto ahí como podría ponerse a cualquier otro señor que quisiera estar ahí, aunque no fuera polaco.

Si los Papas no duran toda la vida, no te los acabas de creer. Por eso el Papa fallido por antonomasia fue Ratzinger, que ni siquiera se murió; ni siquiera murió un Papa cuando Razitnger murió. Hubo dos papas, mucho tiempo; uno jubilado y el otro en ejercicio. Esto son cosas que sabotean la divinidad, pues parece más propio de una comunidad de vecinos, los cargos salientes y los eméritos y las votaciones en el portal. Ver muchos papas es contradictorio: tan inmortales no seremos.

Llegado Francisco, yo ya andaba descolgado del cielo, muy ajeno, y por eso escribo mi pasmo en estas líneas. ¿Por qué nos importa tanto el Papa, el cónclave y las fumatas? Ocupa la cosa medio periódico cada día, como si fuera el presidente de los Estados Unidos o el de tu propio país; como si hubiera ganado alguien un Mundial; como si hubieran llegado los alienígenos. No son alienígenas, son cardenales. Ahora, en mayo, se producirá la Eurovisión de los cardenales, el talent show de los septuagenarios sagrados. Va a estar todo el planeta pendiente del humo de una chimenea. No es serio.

Llegado Francisco, yo ya andaba descolgado del cielo, muy ajeno, y por eso escribo mi pasmo en estas líneas. ¿Por qué nos importa tanto el Papa?

Me parece muy bien la fe y la Biblia, las tallas de San Sebastián y todas esas catedrales impresionantes. La cultura católica es bonita, fundamental. Pero la competición vaticana no tiene nada que ver con eso, con los diez mandamientos, con la resurrección de la carne, con Cristo. Es un proceso administrativo en provincias, las cosas que pasan en Burgos cuando hay que cambiar de alguacil en un pueblo. La democracia en la Iglesia es una mala idea. Yo lo veo cutre.

Ya saben que desde que todos tenemos móviles, y cámara en los móviles, ha dejado de haber milagros. Pero la Iglesia establece en la noción de milagro uno de sus pilares. A fin de cuentas, es un milagro la vida, el amor y la quiniela. También persevera la Iglesia, la Católica, en conceptos ultramundanos, increíbles, totales, como “la otra vida”, como resucitar, como un cielo y un infierno. En fin, hay mucha fantasía aquí.

placeholder Una mujer sostiene un retrato del papa Francisco en Buenos Aires. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
Una mujer sostiene un retrato del papa Francisco en Buenos Aires. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Por eso, elegir al “vicario de dios en la Tierra” votando como para delegado de clase es anti-intuitivo, poco divino, necesariamente mafioso. Al Papa lo tiene que elegir Dios, o sea, el milagro. Sería mucho más convincente que nos dijeran que una paloma se ha posado en el cónclave sobre el hombre de tal o cual cardenal, y que por eso es Papa, por la paloma posada. Decirnos que se vota, que se cambia el voto (película Cónclave), que se suman (por favor) los votos a ver quién tiene más, es decirnos que ahí se cree muy poco en Dios. Si yo creyera en Dios, creería que su representante en la Tierra es evidente, este tío, porque sí; por mandato divino.

Entonces vamos a seguir las elecciones celestiales como si fueran las elecciones de Estados Unidos, sólo que para un país prácticamente imaginario. El Vaticano no existe, es apenas un barrio en Roma. No va a subir o bajar aranceles, no nos va a sacar de pobres.

Aquí les doy la razón a todos esos creyentes que no pueden soportar nuestros esquemas ideológicos, y reniegan de que haya papables de derechas y papables de izquierdas, y que haya que hacerse forofo del que te toque, por ideología. También les digo que todos quieren un Papa, digamos, reaccionario; los reaccionarios, por motivos obvios; y los progresistas, porque da mucho más juego oponerse a Dios que estar en algún punto a favor de la curia. Lo del Papa Francisco como Papa de izquierdas ha sido realmente muy disruptivo. Si yo fuera creyente y mi Papa le gustara a Pablo Iglesias, me hacía de una secta.

Vamos a seguir las elecciones celestiales como si fueran las elecciones de Estados Unidos, sólo que para un país prácticamente imaginario

Leo a un sacerdote afirmar en Twitter lo siguiente: “La Iglesia no se rige por los parámetros del mundo. Ningún hombre sensato quiere ser Papa. Serlo es morir en vida. Los que tienen ansia de poder y reconocimiento proyectan eso sobre los cardenales de la Iglesia. Quien no tiene mirada sobrenatural nunca entenderá".

Hombre, no sé. Pocas cosas menos sobrenaturales que meter nombres en sobres y echar cuentas, trazar alianzas, destapar el pasado de un cardenal para hundir su candidatura, considerar si ha habido suficientes papas africanos o asiáticos, pasar a la Historia. Todo esto es política; o sea, pecado. La democracia es el espectáculo del pecado.

Así, no sé por qué el Vaticano vota, peca, monta este jari. Nadie cree en Dios ni va a misa, pero están todos mirando y opinando, empozados en la vulgaridad de la política, otra vez.

Dios no puede depender del voto por correo.

Que los Papas se morían lo aprendimos con Juan Pablo II, pero luego no ha vuelto a ser lo mismo. De niños, el Papa duraba más; era, realmente, Dios, lo más parecido a Dios que ponían en la tele, un retrato-robot del Altísimo hecho con casullas sucesivas y rostro de ancianito. Creíamos. Si Dios existiera, tendría su propio coche y su propio avión y un palacio, como Michael Jackson. El papamóvil generó mucha fe. Creíamos en Dios no por el Papa, sino por ese coche que llevaba, con cristales que detenían las balas y la capacidad de estar en todos los países del mundo al mismo tiempo.

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