:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F16d%2Fce5%2Ff45%2F16dce5f4506fd46550805f204e98e90c.png)
Mala Fama
Por
Vivir al margen, no tener nada que decir y morir como un idiota
Cabe preguntarse si 'Sirat' parodia una forma de vida o la defiende con involuntaria mala fe
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F21b%2F9b5%2F784%2F21b9b5784b0468e67078f0ae12dfe0c0.jpg)
Hay algo enfermizo en la película Sirat, premiada en Cannes, celebrada por la crítica y disponible desde el viernes pasado en las salas españolas a todas las horas del día. Yo la vi a las tórridas cuatro de la tarde, junto a veinte o treinta personas más, este lunes, tras la entusiasta recomendación de una amiga. “Ve sin leer nada sobre ella”, me dijo. Y fui sin saber otra cosa de Sirat más allá de la presencia de los hermanos Almodóvar en la producción, y que Oliver Laxe, su director, vive en una aldea perdida en la provincia de Lugo. También sabía que la película iba de buscar a una hija por las raves del desierto de Marruecos.
Oliver Laxe, en entrevistas y perfiles, ha desvelado su domicilio privado: lejos, al margen, donde no hay nadie o, por resumir, en una escondida publicidad. Normalmente va despeinado. Me parece muy interesante que este joven director haya conseguido ser guay diciendo que pasa de nosotros. Debe de ser difícil vivir retirado concediendo entrevistas sin parar. El salón de su casa, totalmente contra-cultural y místico, puede observarse en la revista Traveller. “Solo soy uno más, habitado por la montaña, poseído por ella y a merced de ella”, declara.
Así que, una vez habitado por la montaña, se podía uno dejar habitar también por el desierto, creando unos personajes igualmente marginales y místicos, despeinados contra el capitalismo y zarrapastrosos por chincharle a la vida tradicional, con música techno de fondo: Sirat.
La película me pareció aburridísima.
Me parece muy interesante que este joven director haya conseguido ser guay diciendo que pasa de nosotros
Esto es normal: el aburrimiento en el cine de autor, premiado o no en Cannes, producido o no por Almodóvar. Hay que aburrirse para alcanzar el cine verdadero, que es como cuando en los 90 no podías dormir y veías la teletienda, y le encontramos su punto. Eso es cine: ser habitado por la teletienda.
Al principio sólo están Sergi Lopez y su hijo, gente normal con un drama familiar imponente: buscan a la hija y hermana, que por esas cosas de la vida va a estar esperándoles en una rave. Eso les han dicho, que la persona desaparecida está en una rave, ya ven. Debe de ser que puedes estar eternamente en una rave y esperar a que te encuentren.
Hay que aburrirse para alcanzar el cine verdadero, que es como cuando en los 90 no podías dormir y veías la teletienda
Sergi y el niño representan al ciudadano común, la gente con coche barato e hijas a las que buscar, que va a la peluquería y viste de H&M.
La primera rave que encuentran es un poco rara: todo el mundo tiene unos cuarenta años. Por mi experiencia en el Festival de Monegros, es un ambiente inverosímil. Con cuarenta años no estás para muchas raves en el desierto (de hecho, buena parte de Sirat está rodada en el desierto de Monegros). Sin embargo, los festivaleros parecen padres divorciados, madres que se cortan el pelo a sí mismas con los dientes y cuñados que no quieren volver a casa. Llevan crestas punkis y camisetas de color negro y no saben hablar español, así que dicen cosas muy sencillas. Por desgracia, un grupito de estos emocionantes personajes se unirá a Sergi y su hijo en la búsqueda de la hermana que les espera -desde hace “mucho tiempo”- en una rave.
Y ahí vamos. ¿Quiénes son estos franceses desharrapados? Debemos entender que son La Alternativa, el margen, la nueva sociedad. Una crítica al sistema. Una enmienda a Uber y Tinder. El fin de Amazon. La pesadilla de Marie Kondo. Personas sensibles, cariñosas, profundas. Lo que podríamos ser todos sin soltáramos amarras con la vida burguesa e inflacionaria.
El problema es que son unos completos imbéciles.
Su travesía morotizada recuerda durante algunos instantes a Mad Max, un Mad Max hecho para entretener a actores rechazados por Mad Max, con los coches que sobran en Mad Max. Luego se percibe en los personajes un aire a las primeras películas de Leos Carax (Mala Sangre y Los amantes del Pont-Neuf, específicamente), sólo que con demasiados años para amar y poquísima sangre. A media película, se quiere trascender, y entonces uno se acuerda de Julio Medem y piensa que Sirat es una película de Julio Medem hecha con gente fea. Finalmente, también me vino a la cabeza El salario del miedo (1953), donde unos pobres hombres aceptan conducir un volátil camión de nitroglicerina a través de la selva. En Sirat la nitroglicerina es la propia estupidez de los personajes, mucho más mortífera que cualquier carga explosiva.
Porque, leyendo a Laxe en sus entrevistas, uno encuentra sin parar frases inspiradas, razonablemente estimulantes o profundas o, al menos, desconcertantes. “La vida es solo ese momento en el que el pez está fuera del agua, antes de volver a casa”, por ejemplo.
Sin embargo, en la película (co-escrita por Laxe), nadie dice nada interesante, y las frases más complejas que recuerdo son: “Sube al coche, va” y “Pásame el martillo”. Entre medias, “Llevadnos con vosotros”, “¿Has visto a esta chica?” y “¿Hay postre?” Pasamos días enteros con unos personajes anti-sistema y culturalmente superiores y no recibimos muchos más estímulos intelectuales que situados en la cola mala del Mercadona.
Todos hablan con retardo. Se demoran como cinco segundos en contestar a lo que otro dice. “Es tarde”, afirma uno. Pasan cinco segundos. “Sí”, le contestan. La película dura más de dos horas y yo creo que su guion cabe en quince páginas. Que los actores no son profesionales es algo que doy por hecho.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F564%2F728%2F4a8%2F5647284a897410bb681ce96fe94965e2.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F564%2F728%2F4a8%2F5647284a897410bb681ce96fe94965e2.jpg)
A la hora y pico, entiendo el “no leas nada sobre ella” que me soltó mi amiga. De pronto, Sirat se vuelve una película de sustos. Muere gente y te ríes. Carlos Boyero ha dicho que la película refleja “un estilo de vida”. Es éste: alejarse del mundo, no tener nada que decir y morir como un idiota. Si alguien hubiera querido burlarse de las personas que viven al margen de la sociedad, habría escrito exactamente un argumento como Sirat, y lo hubiera titulado Perroflauta Odissey.
La gente suele tener el buen tino de no irse a lo tonto al desierto de Marruecos, porque te mueres. “Hay que pedir ayuda”, escuchamos en los momentos dramáticos. No habían pensando antes que, en medio del desierto, no llega ninguna ayuda. No llega ni en medio de Valencia.
La primera detonación de la trama es, con todo, lo enfermizo. Antes, Laxe ha dedicado planos y amor al perro de la banda, que ha comido accidentalmente LSD. Pobrecito mío. Sin embargo, cuando muere lo que no debe morir nunca en una película (lo que no se debe matar, sería más preciso), se nota que al director le da igual. Eso marca el camino moralmente repugnante del resto de la cinta, donde de pronto te hallas junto a gente con la que no quieres estar, y cuya vida no quieres conocer, y cuya presencia es mucho peor que la de tus vecinos más desagradables en la ciudad. El espectador se convierte en una de esas personas que se suma a una aventura porque cree que sus participantes son, sí, guays, y descubre de pronto que la anomalía puede ser sumamente detestable. Todos hemos tenido veinte años y nos hemos creído la vida verdadera de, al cabo, perfectos cantamañanas.
Pero no creo que Oliver Laxe haya querido satirizar y demoler con Sirat esta vida alternativa y ridícula, “hacia rutas salvajes”, totalmente anticivilizatoria. Parece ser que su película nos dice que mola mucho.
Hay algo enfermizo en la película Sirat, premiada en Cannes, celebrada por la crítica y disponible desde el viernes pasado en las salas españolas a todas las horas del día. Yo la vi a las tórridas cuatro de la tarde, junto a veinte o treinta personas más, este lunes, tras la entusiasta recomendación de una amiga. “Ve sin leer nada sobre ella”, me dijo. Y fui sin saber otra cosa de Sirat más allá de la presencia de los hermanos Almodóvar en la producción, y que Oliver Laxe, su director, vive en una aldea perdida en la provincia de Lugo. También sabía que la película iba de buscar a una hija por las raves del desierto de Marruecos.