Ha causado algún revuelo y excitación, en el año deFranco (o año de “España en Libertad”), la publicación de una biografía del falangista y ministro del régimenRafael Sánchez Mazas. Yo vi con mis propios ojos el libro en una fiesta, exhibido como una credencial de gusto exquisito y lecturas apropiadas, cuando el libro aún no estaba ni a la venta. Los fascistas, a qué negarlo, son muy interesantes, y hay cierta querencia patria por encontrar a tu fascista favorito, como el cromo del villano que le falta a tu álbum de superhéroes culturales.
Estos señorones notariales, de gafas oscuras, trajes opresivos y mandíbulas crispadas, proponen un museo de cera del franquismo intelectual y, por lo que sea, a la gente aún le gusta visitar los museos de cera. Umbral nos vendía, no siempre sin tino, las prosas poderosas de González-Ruano, Dionisio Ridruejo o Agustín de Foxá. También estaban Rafael García Serrano, Ernesto Giménez Caballero o Eugenio Montes. Son muchos. En las fotos, en blanco y negro, parecen todos el mismo señor.
Ahora llega la biografía de Rafael Sánchez Mazas, y se nos viene a decir que la estábamos esperando como agua de mayo. La verdad es que no. Una biografía de Agustín de Foxá me parece más llamativa (es mi fascista favorito). Incluso un trabajo sobre Ernesto Giménez Caballero lo vería uno de mayor importancia. Sánchez Mazas acuñó el “arriba España”, puso cuatro palabras al Cara al sol y se salvó de chiripa de que lo fusilaran en un bosque en Cataluña. Con eso no se escribe un libro de cuatrocientas páginas.
Maximiliano Fuentes Codera, nacido en Argentina, ha escrito en efecto cuatrocientas y pico páginas sobre Rafael Sánchez Mazas, y su lectura arroja un saldo de saber decepcionante. Sánchez Mazas acuñó el “arriba España”, puso cuatro palabras al Cara al sol y se perdió por un bosque catalán después de que no consiguieran fusilarlo. Eso saca uno de su biografía.
Ya hemos decretado aquí hace poco que no puedes empezar un libro dando las gracias a todo el mundo, porque el lector no está para ver lo primero de todo tus buenas maneras. Maximiliano empieza dando gracias interminables, durante cinco o seis páginas, a decenas de personas, desde Jordi Gracia a Javier Cercas, pasando por Andrés Trapiello. Me ha parecido que en este catálogo de gratitudes el autor pedía permiso a toda esa gente para escribir su libro.
Luego nos marea (otro clásico estropicio de las biografías) con especulaciones sobre qué es una biografía, y lo difícil que es escribirlas, y así se nos van no sé cuántas páginas más sin que Sánchez Mazas se encarne.
'Sánchez Mazas. El falangista que nació tres veces', de Maximiliano Fuentes Codera
Cuando por fin nos dice dónde nació y quiénes era sus padres, ya estamos un poco escamados con el proyecto. Enseguida comprobamos que no hay un hombre ahí, en el volumen, que no se propone un personaje, y que lo que viene es una acumulación de efémerides y datos y citas y fechas y hechos históricos que, todos juntos, no levantan un perfil de sustancia de un señor.
Decenas de lecturas memorables interfieren en la transición de esta biografía. Uno se lo sabe todo, o casi todo, y como lo ha leído en libros mejores ( Informes diplomáticos, de Morla Lynch; Las armas y las letras, de Andrés Trapiello; Literatura fascista española, de Julio Rodríguez), se tiene la sensación de asistir al servicio de sucesivas sobras recalentadas.
La vida de Rafael Sánchez Mazas fue un auténtico coñazo, así que menos mal que llegó la Guerra Civil para animarla. En la contienda, pasó por la embajada de Chile (lean Informes diplomáticos, testimonio con el que alguien debería hacer una película o serie), y luego disfrutó de la poca puntería de los rojos (Soldados de Salamina narra este episodio mucho mejor, aunque creo que se nos ha ido la cabeza con el asunto: vale, le iban a fusilar y fallaron, huyó, quizá un soldado republicano no quiso delatarle; vale: ¿es para tanto?), y, al cabo, fue ministro camastrón de Franco, porque a Sánchez Mazas no le gustaba nada trabajar. Era un poeta.
Era, claro, un señorito. Asistimos en fin al clásico recorrido por la vida regalada de un señor de familia bien, que estudió donde hay que estudiar, se hizo amigo de quien había que hacerse amigo, se casó con una chica que también tenía mucho dinero, y, al final, heredó una fortuna para seguir creando eso que llamamos cultura española. La cultura española no es otra cosa que el pasatiempo de los señoritos que no valen para trabajar.
La vida de Rafael Sánchez Mazas fue un auténtico coñazo, así que menos mal que llegó la Guerra Civil para animarla
Sánchez Mazas escribió en ABC por encargo de su antiguo compañero de colegio, Juan Ignacio Luca de Tena. Vivía en casas que heredaba o le compraba su suegro. Finalmente heredó de su tía suficiente dinero para considerarse “millonario”. Todo lo cual nos aboca a la típica frase demencial de las biografías de señoritos: “Rafael era un hombre poco hábil en las materias más elementales de la vida cotidiana”. O sea, Rafael siempre tuvo criadas.
Y, con todo ese tiempo libre que le dejaba no tener que fregar los platos, sólo escribió tres novelas en toda su vida. No es que por lo menos nos regalara En busca del tiempo perdido facha, no.
Rafael Sánchez Mazas está, sin duda, mucho menos olvidado de lo que merece.
Ha causado algún revuelo y excitación, en el año deFranco (o año de “España en Libertad”), la publicación de una biografía del falangista y ministro del régimenRafael Sánchez Mazas. Yo vi con mis propios ojos el libro en una fiesta, exhibido como una credencial de gusto exquisito y lecturas apropiadas, cuando el libro aún no estaba ni a la venta. Los fascistas, a qué negarlo, son muy interesantes, y hay cierta querencia patria por encontrar a tu fascista favorito, como el cromo del villano que le falta a tu álbum de superhéroes culturales.