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Mala Fama
Por
Juan José Millás es un no parar
Casi octogenario, entrega una estimulante vuelta de tuerca a la biografía y la memoria en 'Ese imbécil va a escribir una novela'
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Entra no poco bien, sincero y amenazante, el último título que a Juan José Millás se le ha ocurrido para un libro:
Juan José Millás hace autoficción en su nueva novela, pues su personaje se llama como él, también escribe en El País y ha publicado libros con los mismos títulos que Millás, pero le pasan cosas distintas que a Millás. Aunque esto (la maniobra autoficcional) esté muy visto, es mejor hacer autoficción siendo Juan José Millás que siendo un don nadie. En eso deberían coincidir las autobiografías y las autoficciones, en que, para hablar de ti, primero tengamos los demás que saber quién eres.
Juan José Millás es un escritor reconocidísimo que, no se sabe por qué, sigue escribiendo a buen ritmo. Tiene 79 años. Es un dato crucial. Ahora que los jóvenes autores tienen como plan escribir hasta conseguir el éxito, y parar, escribir después del éxito se ha convertido en el mejor aval de una vocación literaria. Las vocaciones son gratuitas, egotistas, liminares. De joven, escribes con una generosidad muy hermosa (motivo por el cual dejas que te roben las editoriales); de viejo, lo normal es no escribir, mayormente porque te has cansado de que te roben las editoriales. Otra razón para la sequía literaria de la senectud es que tus libros nunca hayan tenido lectores. Otra: que te los rechacen. Y otra más: que ya no crees.
Así, y ya vamos con la novela, Millás es un caso muy bonito de juventud finalista, pues escribe a sus casi 80 años como si tuviera 22: escribe para él, porque le gusta, sin necesitar ni el dinero ni la fama, necesitando muy exactamente ponerse por escrito, hasta el último día. Eso es amor. Escribir para uno mismo es la literatura de verdad.
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Ese imbécil va a escribir una novela es un ejercicio libérrimo de inspiración encadenada. La novela, realmente, no va de nada concreto, más allá de un leit motiv donde Millás busca tema (o asunto) para su último reportaje en El País Semanal. Esto nos lleva a pensar que en El País Semanal no le publican a Millás lo que quiere, cosa que nos parece muy mal. El autor/personaje le va proponiendo temas a su “jefa”, y la mandarina los tumba todos porque no son lo suficientemente interesantes.
La novela comienza en una sucursal del Banco Hispano Americano, que es una marca comercial difunta que uno asocia ya por siempre a Millás. Parece (“Banco Hispano Americano”) un verso cómico de Rubén Darío. Allí entraba el pequeño Millás con su madre, a deberle dinero a alguien. El autor recuerda un acceso doble, desde dos calles, por dos puertas, que durante años le hizo pensar que había ahí dos bancos Hispano Americanos.
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Esto inspira a Millás cincuenta o sesenta páginas llenas de dualidades, binomios y dobles fondos. Si algo puede decirse de estos dípticos intelectuales es que son altamente estimulantes, ideas vivas y extremas. Un Millás con dos cabezas, siendo cara y cruz de su propia identidad; un Millás con dos padres, también; y unos amigos que eran una cosa y la contraria (activistas universitarios a la par que infiltrados policiales). “Te investigué, y me pareciste un gilipollas, por eso no te detuvieron, porque yo les informé de que eras un pobre gilipollas”.
Como la novela no va de nada (o va de encontrar tema para un reportaje final en El País, que es lo mismo), Millás la hace avanzar con los trucos propios de un Paul Auster, como el encuentro fortuito en la calle con alguien del que justo acabas de hablar hace diez páginas. También tiene algo de la narrativa diarística de Manuel Vilas, pues, cuando no se le ocurre nada, Millás nos dice simplemente que está en Barcelona en un hotel, y a partir de ahí ya se le ocurre algo.
A mí este avanzar caprichoso y francés, me gusta, como me gustan las películas de Godard donde se sigue a dos actores por las calles de París a ver qué pasa. Sin embargo, algunos lectores quisquillosos sentenciarían esta forma de narrar acusando a Millás de poner todas juntas varias ideas para columnas de periódico, y llamar a eso novela. Precisamente la novela de Millás va de alcanzar esas ideas que aún no se le han ocurrido.
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Aunque no hay nada de lo que Antoine Compagnon analizaba en
“Un papel de fumar tarda en caer al suelo. Una moneda de cobre, en cambio, se precipita velozmente, atraída por él. El papel de fumar no vale nada, pero es capaz de ofrecer resistencia al aire. Es terco el papel de fumar. Me pregunto si yo habré sido terco. Si he llegado a viejo por pura terquedad. Quizá he sido terco pero flojo, como el papel de fumar”.
Entra no poco bien, sincero y amenazante, el último título que a Juan José Millás se le ha ocurrido para un libro: