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Se le acaba el negocio a Caitlin Moran, indigente intelectual
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Se le acaba el negocio a Caitlin Moran, indigente intelectual

La escritora publica '¿Y los hombres qué?', una colección de chistes de despedida de soltera disfrazada de ensayo

Foto: La escritora y periodista Caitlin Moran. (EFE/Enric Fontcuberta)
La escritora y periodista Caitlin Moran. (EFE/Enric Fontcuberta)
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La editorial Anagrama le ha publicado cinco libros a Caitlin Moran, titulados así: Cómo ser mujer, Cómo se hace una chica, Cómo ser famosa, Más que una mujer y (tachán) ¿Y los hombres qué?, que acaba de salir. Caitlin Moran publicó su primera novela en 1992, y hasta 2011 no se le ocurrió otro libro. Casualmente era un libro (Cómo ser mujer) que (ya digo, por casualidad) se alineaba perfectamente con los tiempos febriles del feminismo, la necesidad de contar a las mujeres, el imperativo igualitario impostergable y la idea (bah, apenas ocurrencia) de hacerse rica con él. Moran, a buen seguro, se hizo rica con él.

La autora, hija de un músico y con un currículum televisivo relacionado (oh, azar) con los programas musicales, ha estado diez años publicando libros prácticamente con el mismo título sobre exactamente el mismo asunto y completando sus ingresos con numerosas charlas sobre todos estos libros indistinguibles. En todas las cubiertas menos una figura una foto de ella misma en plan bruja Avería esperando a los electroduendes para desenchufarlos.

Su trayectoria avisa de que los tiempos están cambiando; es decir, de que el oportunismo siempre es posible. Lo más revelador del libro es la faja, donde leemos: “Caitlin Moran se adentra en un terreno poco explorado: los hombres”. Hay que detenerse un momento en este reclamo editorial.

No sé ustedes, pero yo recuerdo vivamente un tiempo largo en el que “los hombres” dominaban el mundo, ocupaban todos los puestos de poder, controlaban todas las conversaciones, salían más en las películas, protagonizaban todos los libros y se abrían de piernas en el asiento del tren sólo por fastidiar a las mujeres. Ya estaba bien de los hombres, de su cultura tóxica, de sus musculitos y de sus éxitos. No había Día del Hombre porque todos los días, menos el Día de la Mujer, eran días de hombres. Había que hablar de la regla, de la madre, de tantas cosas que la omnipresencia masculina opacaba o menospreciaba. De los hombres no había nada que decir porque ya estaba todo dicho hace mil años.

De los hombres no había nada que decir porque ya estaba todo dicho hace mil años

Sin embargo, ahora la editorial Anagrama considera que “los hombres” es “un terreno poco explorado”. Incluso el blurb extractado de Kirkus Reviews sobre este libro afirma: “Moran aborda con empatía la falta de debate y apoyo en torno a los problemas de los hombres…” Es gracioso que la cuenta corriente de Caitlin Moran y de sus editores en todo el mundo sea la que decide si hay que hablar de los hombres o no. En los 2010, no había que hablar de los hombres, porque lo que daba dinero era hablar de las mujeres y mandar callar a los hombres. En 2020, parece que va a dar dinero hablar de los hombres y señalar que apenas se habla de ellos, cuando eso mismo (no hablar de ellos) es lo que promovieron las mismas autoras y las mismas editoriales que ahora lideran la nueva oportunidad de negocio.

Para hablar de los hombres, Moran afirma: “Hay aspectos de los hombres que quiero conocer. Y también hay muchos chistes sobre pollas y huevos porque, reconozcámoslo, son graciosos”. Lo de “pollas y huevos” le parece tan gracioso a Anagrama que incluye esta cita en la contracubierta del libro.

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La extraordinaria zafiedad de ¿Y los hombres qué? palidece sin embargo frente a su indigencia intelectual. Moran se nos desvela enseguida como esa amiga acelerada a la que no invitas a tu cumpleaños porque dices que se te ha olvidado. En su “exploración” del terreno masculino, la autora muestra una falta de lecturas y referentes escalofriante, al punto de que los únicos libros que cita son otros best sellers ridículos y fungibles parecidos a los que ella escribe. Por supuesto, Caitlin habla constantemente de sí misma, y cualquier cosa que le ha sucedido o le ha dicho un amigo varón constituye ya la tesis central de las majaderías que está escribiendo con prosa de cómica en paro.

“Mi marido, Pete, es mi principal espía en el mundo de los hombres”, leemos, dado que “los hombres” son Corea del Norte, y apenas puedes interactuar diariamente con ellos o penetrar en el tabernáculo de sus preocupaciones. Bastaba con salir a la calle y mirarlos, pero Moran prefiere enviar al espía de su marido, el FBI de las barras de los bares.

Moran se nos desvela enseguida como esa amiga acelerada a la que no invitas a tu cumpleaños porque dices que se te ha olvidado

Como tantas otras feministas, Caitlin Moran edifica su discurso sobre el cimiento equivocado, esto es, sobre la negativa cerril a reconocer que los hombres y las mujeres son muy diferentes. Así, se pone a hablar de la ropa de los hombres y de su gusto reciente por los vaqueros ajustados sin atender a mil siglos de historia en que hombres y mujeres ha vestido de forma distinta. Por supuesto, no cita (no ha leído) a John Flügel y su concepto de “gran renuncia masculina”, ni a Joanne Entwistle y su fantástico El cuerpo y la moda. Moran es esa chica que está de despedida de soltera y no para de hablar, y como todo el mundo lleva cuatro rones encima a nadie le importa demasiado las tonterías que dice. El problema es que para leer ¿Y los hombres qué? no hemos bebido lo suficiente.

Después del estimulante capítulo 5, titulado “Pollas y huevos”, Caitlin Moran afirma: “Las mujeres son sexualmente más omnívoras que los hombres”. Nuevamente, la autora no debe de haber leído a Catherine Hakim ni conocer su concepto “déficit sexual masculino”, que casualmente explica de un plumazo lo que ella es incapaz de iluminar con veinte cochambrosas páginas.

A medio libro, ya nos hemos dado cuenta de que Caitlin Moran no sabe nada de los hombres, lo que lleva a maliciar que tampoco sabía nada de las mujeres cuando iba publicando sin pausa libros sobre el asunto. Si supiera algo de las mujeres, habría publicado sólo un libro.

Porque este ensayo (en rigor, colección de chistes de despedida de soltera) avanza saltando de cliché en cliché y de lugar común en lugar común. Obviamente la pornografía explica todo sobre la sexualidad masculina; luego hablamos de los incels; luego de Jordan Peterson, y luego de Andrew Tate. Eso son los hombres para este señora: pornografía, incels, Peterson, Tate. Es como escribir sobre España en 2025 y decir: Franco, toros, flamenco y paella.

placeholder '¿Y los hombres qué?', de Caitlin Moran.
'¿Y los hombres qué?', de Caitlin Moran.

Curiosamente, a Peterson le critica por llorar en una entrevista. De nuevo, no sé ustedes, pero yo recuerdo un tiempo en que a los hombres se les pedía que no sabotearan sus sentimientos y no tuvieran reparo en llorar en público. Pues Peterson, llorando, también mal.

¿Y los hombres qué? se publicó el mismo año (2023) que What do men want?, de Nina Power. El libro de Moran tienen 3000 ratings en Goodreads, mientras que el de Nina Power muestra sólo 264. En Amazon, What do men want? tiene 56 calificaciones; ¿Y los hombres qué?, 775. Nos pondríamos a llorar si no fuera porque ahora los hombres nuevamente no podemos llorar.

No tengo noticia de que What do men want? vaya a ser traducido al español. Es un ensayo fantástico, del que les hablé aquí. Esto quiere decir que una mujer puede perfectamente escribir un buen ensayo sobre los hombres (del mismo modo que un hombre puede escribir un enriquecedor ensayo sobre las mujeres). Lo que no puede escribir nadie es un buen libro sobre el sexo opuesto desde la absoluta puerilidad.

La editorial Anagrama le ha publicado cinco libros a Caitlin Moran, titulados así: Cómo ser mujer, Cómo se hace una chica, Cómo ser famosa, Más que una mujer y (tachán) ¿Y los hombres qué?, que acaba de salir. Caitlin Moran publicó su primera novela en 1992, y hasta 2011 no se le ocurrió otro libro. Casualmente era un libro (Cómo ser mujer) que (ya digo, por casualidad) se alineaba perfectamente con los tiempos febriles del feminismo, la necesidad de contar a las mujeres, el imperativo igualitario impostergable y la idea (bah, apenas ocurrencia) de hacerse rica con él. Moran, a buen seguro, se hizo rica con él.

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