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El título de tonto ya lo tienes
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Alberto Olmos

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El título de tonto ya lo tienes

Los diplomas universitarios y de posgrado participan muchas veces de una gran pantomima curricular

Foto: Un grupo de alumnos en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense de Madrid. (Europa Press/Fernando Sánchez)
Un grupo de alumnos en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense de Madrid. (Europa Press/Fernando Sánchez)
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Es bastante probable que Noelia Núñez hiciera muy bien inventándose títulos que no tiene. Es lo más cómodo. Por ejemplo, no tuvo que ir a recogerlos. Recuerdo que se tardaba más de un año en recibir el diploma de la carrera, firmado por el rey, pues tendría el hombre mucho que firmar. Ya te habías olvidado de la facultad, pero te tocaba volver un día a pagar una nueva tasa universitaria, la de un diploma inútil. La única vez en mi vida en que he tenido que enseñar mi diploma de Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid (firmado por Don Juan Carlos I, Rey de España) fue para trabajar de teleoperador. Te lo hacían llevar al call center.

Algunos creen que para ejercer de psicólogo hay que estar licenciado en Psicología, y para ejercer de arquitecto, en Arquitectura. En realidad, para ser arquitecto hay que tener un padre arquitecto. Por eso en el oficio de periodismo, con un padre periodista, nadie estudia Periodismo. Multitud de carreras universitarias (grados, las llaman ahora) son redundancias familiares, o callejones sin salida. Creo que inventarse un título es un término medio entre no tener familia de posibles y no estar dispuesto a que te timen.

El timo se llama universidad, y lo conocimos en los años 90 como un maná obligatorio. Todo el mundo tenía que ser licenciado en España. “El hijo del obrero a la universidad”, se leía, sin obreros, por las paredes de los centros. El hijo del obrero fue a la universidad y acabó siendo obrero, teleoperador, camarero, pero con título de tonto del culo. Muy bien ahí.

placeholder La exdiputada Noelia Núñez, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Archivo/Juan Carlos Hidalgo)
La exdiputada Noelia Núñez, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Archivo/Juan Carlos Hidalgo)

Se avisó entonces (recuerdo artículos ideológicamente complementarios de Javier Marías y de Jiménez Losantos) de que tanto licenciado haría que los títulos valieran muy poco, como así ha sido. Entonces se inventó el truco de los masters, algo que en mi época apenas hacía nadie. El master fue una manera de cobrar a los jóvenes por acceder al mercado laboral. Por varios miles de euros, comprabas tu primer puesto de trabajo. ¿Qué íbamos a hacer con tantos licenciados, eh, un Talent Show? Se hicieron masters.

La cosa fraguó en un grandilocuente escenario de pirotecnia curricular. Todo el mundo sabe que el polvorín de diplomas no tiene sustancia ni mecha, pues casi siempre se aprende más trabajando un día que estudiando un año; y que muchas credenciales y honores son postizos, falsos, fruto de copiar a otro, de ser amigo de, de acostarse con el profesor o de pagar el doble para que te admitan o te doctoren.

Muchas carreras (grados, las llaman ahora) son redundancias familiares o callejones sin salida

Siendo así, que un tío se ría de todos vosotros diciendo que es Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos sin saber sumar, me parece, primero, gracioso; y, luego, hasta defendible. A fin de cuentas, ¿cuál es la diferencia?

Noelia estuvo diez años luciendo una titulación muy florida: que si Derecho, que si Ciencias Jurídicas y que si Estudios Ingleses. Pecó de ambiciosa, al querer acabar en su imaginación demasiadas carreras al mismo tiempo. Sin embargo, nadie notó ni ha notado, ni siquiera en estos días, que Noelia no sea licenciada en todas esas disciplinas. A lo mejor el problema no es de Noelia, sino de estar licenciado en Derecho, que no se te nota nada.

La etapa formativa de la vida se parece extrañamente a la propia etapa laboral y al acceso que procura a una jubilación justa. Si un jubilado recibe lo que merece por sus aportaciones dinerarias durante décadas, se nos vende que un joven recibirá en el mercado laboral un puesto acorde con los viacrucis credenciales que haya atravesado. El joven, quiere decirse, no se está formando, sino que está humillándose para ser aceptado en sociedad. Es como si estuviera coleccionando tapas de yogurt para la moto de agua, realmente.

Foto: La exdiputada del PP Noelia Núñez admite no haber acabado sus estudios de Derecho. (Europa Press/Archivo/Eduardo Parra) Opinión

Cada tapa de yogurt (diploma) indica un gasto, un tiempo, un sometimiento. Es lo que “le piden” para darle la moto, el trabajo. No es lo que se necesita para trabajar, ni mucho menos lo que el joven querría aprender. Detrás de algunos de esos diplomas, además, no habrá aprendizaje alguno, sino sólo levadura curricular.

Para que no se note que todo esto es una payasada, te pedirán ser licenciado en trabajos miserables, como el de teleoperador. En rigor, hemos conseguido que sea necesario saberse el Siglo de Oro entero para trabajar de teleoperador y no que saberse entero el Siglo de Oro sirva para algo.

Y todo mientras medio Congreso se inventa su currículum, el otro medio miente en la declaración de bienes y todos enchufan a una media de diecisiete amigos y amigas como asesores o palafreneros, sean cuales sean sus titulaciones, habitualmente ninguna.

Noelia pecó de ambiciosa, al querer acabar en su imaginación demasiadas carreras a la vez

Creo que alguna generación venidera destruirá al fin la universidad, sabrá que puede hacer muchas cosas sin necesidad de humillarse ante profesores de pantomima en aulas penitenciales con imbéciles (encima) tocando la guitarra en el césped a la salida. Se formará por su cuenta, modo youtuber, y verá que para desafiar a la vida no había que pedir permiso, un diploma, un formulario, sino sólo echarle amor a tus intereses verdaderos.

El auténtico privilegio es no estudiar. Es decir, no tener que permanecer en la cárcel de las aulas hasta cumplidos los veintitrés años o más, engañado con trabajos que nunca llegarán y ocupado en innumerables asignaturas de relleno. Tarantino o Umbral no estudiaron, porque sabían lo que querían hacer.

Es bastante probable que Noelia Núñez hiciera muy bien inventándose títulos que no tiene. Es lo más cómodo. Por ejemplo, no tuvo que ir a recogerlos. Recuerdo que se tardaba más de un año en recibir el diploma de la carrera, firmado por el rey, pues tendría el hombre mucho que firmar. Ya te habías olvidado de la facultad, pero te tocaba volver un día a pagar una nueva tasa universitaria, la de un diploma inútil. La única vez en mi vida en que he tenido que enseñar mi diploma de Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid (firmado por Don Juan Carlos I, Rey de España) fue para trabajar de teleoperador. Te lo hacían llevar al call center.

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