Muy en contra de leer junto a desconocidos
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Alberto Olmos

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Muy en contra de leer junto a desconocidos

Una nueva moda amenaza el placer de la lectura: las "silent reading parties"

Foto: Un grupo de personas, leyendo juntas. (iStock)
Un grupo de personas, leyendo juntas. (iStock)
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Nos enteramos de que han inventado las silent reading parties, que combinan lo peor de leer y lo peor de las parties. Lo peor de leer, aparte del hecho en sí, es no estar invitado a una fiesta; y lo peor de estar invitado a una fiesta es que nadie hable contigo. Así, un genio ha decidido reunir ambas desesperaciones y poner a un montón de desconocidos a leer juntos en un mismo espacio, todos callados. Parece que Tinder ya no da más de sí.

Las silent raves fueron bailes no molestos que se le ocurrieron a alguien (otro genio, quizá el mismo) para que la gente pudiera bailar en lugares donde hacer ruido eventualmente es denunciable. Cada bailongo se ponía sus cascos y sintonizaba una misma playlist (o los cascos los daba la organización con todo ya dispuesto), de modo que en su cabeza sonaba Prodigy, y en la cabeza del de al lado también, y, en fin, en todas las cabezas de la fiesta sonaba Prodigy y luego las mismas canciones de otros grupos parecidos de tal manera que todos bailaran dentro de una gran cabeza común y submarina. Desde fuera (desde un balcón, por ejemplo), parecían imbéciles, pero eso es algo que siempre puede sucederte cuando bailas.

Así, el silencio de los cascos o auriculares ha sido sustituido en este nuevo concepto (no tan nuevo, parece que se inventó hace 20 años y sólo ahora llega, en fin, a España) por el silencio del libro. Esto es importante, crucial, muy esquivo. Uno lee en silencio, de modo que no había ahí ya nada que silenciar. Por simetría, ósmosis o rima asonante, el silencio de leer le ha parecido a alguien similar al silencio de bailar en una silent rave, de modo que ha soñado con cientos o miles de lectores silenciosos todos juntos leyendo sus libros y lo ha llamado "fiesta" porque "biblioteca" ya estaba pillado.

El progreso, en fin, es admirable. Las silent reading parties son el negativo, contrachapado o vaciado sonoro de la lectura medieval a los analfabetos. Si entonces uno que estaba letrado cogía un libro y se lo leía a los demás, que no sabían hacerlo, y si entonces el libro, oralmente, se volvía comunal y compartido, ahora cada lector lee en silencio su propio libro distinto al libro de los otros y encima tiene que echar carreras de lectura, porque alguien está pasando las páginas más deprisa que él. No le veo mayor dinámica, juego o interacción a esta suma de silencios que ver quién lee más rápido.

Foto: leer-libros-postureo-maria-pombo Opinión
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Siendo generoso, puedo pensar en orgías. Las orgías juntan gente muy salida en un antro oscuro y, todos desnudos, van penetrándose y compenetrándose, y salen figuras muy floridas de tanta compenetración. Así, esto de la silent reading party puede verse como juntar a gente muy salida a masturbarse todos a la vez, en la creencia de que ver a otros masturbarse al mismo tiempo que tú puede ser interesante para alguien. Que no digo que no.

Pero ver a otros leer es difícil, si estás leyendo. A nada que leas de verdad, no creo que notes que otros leen a tu lado, salvo si tosen mucho o moquean o les suena el móvil, motivo por el cual descubrirás de pronto que donde se lee de veras a gusto es a solas en tu puta casa.

El planteamiento detrás de esta ocurrencia siempre es el mismo: leer no mola

Me cuesta distinguir esta "fiesta silenciosa de lectura" de ir leyendo en el Metro, salvo que en el Metro tienes menos competencia. La estampa de esta actividad es además tristísima, pues gente joven con toda la vida por delante no es capaz de charlar bajo los árboles y se ponen a leer sus libros como si fueran huraños y desapasionados. Parece un gueto, también. Parece la hora de lectura con la señorita Nati. Parecen delincuentes condenados a trabajos comunitarios: leer libros para que así la gente honrada no tenga que leerlos.

El planteamiento detrás de esta ocurrencia siempre es el mismo: leer no mola, y hay que darle alguna variedad y promoción para que parezca que mola. Tenemos a gente que no lee revolucionando la lectura, amigos. Hace ya décadas se puso de moda el bookcrossing, que consistía en dejar tus libros por ahí tirados para que otro se los llevara. A este olvido voluntario de los libros se le llamó "liberar". El coñazo que nos dieron con el bookcrossing aún no ha sido dignamente evaluado, pero debió de contribuir a la infantilización de generaciones enteras. La gente creía que los libros eran mensajes dentro de botellas enviados al mar con corazoncitos.

Por eso hay que acabar con las silent reading parties antes de que vayan a más, de que las descubran en Moncloa, Urtasun. Un lector no quiere leer junto a nadie, y menos junto a un ministro. Un lector quiere estar solo. Juntarse con otros a compartir vicios ya está inventado, y se llama narcopiso. Leer nos hace más sanos que los yonkis, eso no me lo pueden negar. Si quiero ir de fiesta, voy de fiesta; si quiero leer, me quedo en casa. Y a lo mejor ni leo, porque, como decía el poeta, "en el centro del vacío hay otra fiesta".

Nos enteramos de que han inventado las silent reading parties, que combinan lo peor de leer y lo peor de las parties. Lo peor de leer, aparte del hecho en sí, es no estar invitado a una fiesta; y lo peor de estar invitado a una fiesta es que nadie hable contigo. Así, un genio ha decidido reunir ambas desesperaciones y poner a un montón de desconocidos a leer juntos en un mismo espacio, todos callados. Parece que Tinder ya no da más de sí.

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