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¿En qué consiste la crítica cultural?
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Alberto Olmos

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¿En qué consiste la crítica cultural?

Nada hay tan contrario al amor por la cultura como la voluntad preconcebida de sabotear una obra

Foto: Presentación del libro ganador del Planeta, Vera, una historia de amor, y su autor Juan del Val. ( EFE/Javier Lizon)
Presentación del libro ganador del Planeta, Vera, una historia de amor, y su autor Juan del Val. ( EFE/Javier Lizon)
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Abunda el desconcierto con la, así llamada, crítica cultural, pues mucha gente cree que la crítica cultural es una opinión. Se publica una novela, y hay opiniones; se estrena una película, y los críticos nos dicen qué les parece. Eso no es crítica cultural, sino mercado.

La crítica cultural no está hecha de opiniones, sino de búsqueda. Opinar sobre una obra no supone descubrimiento alguno, pues la obra que suele generar decenas de opiniones es la más conocida de todas. El crítico se convierte entonces en un agente rezagado, al que hay que ir dando cosas que hacer para que se entretenga y las promocione. Llamamos crítica cultural a un proceso que no es más que burocracia. El crítico, con su crítica, le pone el sello de circulación a un producto, para que no carezca legitimidad alguna. Como es obvio, no lo hace con pasión, creatividad o cariño. Critica algo porque le han dicho que si critica ese algo seguirá siendo considerado un crítico. Sólo es un monigote.

La crítica de monigote vive en la obediencia, y está atenta al calendario y a los premios. Hay que reseñar un libro porque le han dado un premio o porque acaba de salir. Esto no se diferencia en nada de hacerle publicidad en la parada del autobús. También en la parada del autobús se pone el anuncio del libro que acaba de salir, con premio.

Hay que reseñar un libro porque le han dado un premio o porque acaba de salir. Esto no se diferencia en nada de hacerle publicidad

Que la mayoría de las críticas de cualquier novela o película sean positivas sólo nos confirma su condición publicitaria. El que crea el anuncio de un producto no necesita probarlo, confirmar que es el mejor pan o el mejor coche. El crítico monigote igual: no necesita leer el libro. A fin de cuentas, va a hablar bien de él siempre.

La crítica cultural verdadera es el relato de una búsqueda. El crítico busca la excelencia. La crítica negativa no es sino un episodio de fracaso en la larga narración, reseña a reseña, de esa aventura. Un tropiezo, en fin. Se tropieza mucho porque no hay tanta excelencia, amigos.

Debajo de la crítica cultural sólo puede haber una cosa: amor. Cuanto más detesta un crítico una novela o una película, más ama la literatura o el cine. Este amor es un latido recuperado de la infancia y de la primera juventud, cuando el crítico descubrió por primera vez los placeres de un arte. Quiere mantenerlos, revivirlos y ampliarlos; y quiere, sobre todo, difundirlos.

placeholder La Feria del Libro de Madrid, el gran mercado del libro Gustavo Valiente / Europa Press
La Feria del Libro de Madrid, el gran mercado del libro Gustavo Valiente / Europa Press

La crítica cultural es soberbia y cree que puede enseñar a la gente a disfrutar de la cultura. Para ello debe luchar contra el mercado, y contra todos esos otros críticos que no se leen los libros que recomiendan con entusiasmo. Ser crítico cultural es creer en una paradoja imperial: algo es bueno porque lo digo yo. El crítico verdadero siempre tiene razón, y escribe sus reseñas y comentarios desde esa certeza.

Por eso no emite opiniones, sino doctrina.

El punto más bajo de la crítica cultural actual no se localiza en el elogio automatizado, sino en el vapuleo puntual. Leer un libro sabiendo que no te va a gustar, y sabiendo que lo vas a reseñar negativamente, constituye una indignidad. Es muy distinta la crítica negativa del que siempre lee a favor de los libros que la crítica negativa agendada. O el crítico es idiota, y no sabe que determinados libros (Vera, una historia de amor, de Juan del Val, sería el ejemplo perfecto) no son para él, o sabe que no son para él y aún así pierde el tiempo leyéndolos. Leer para que no te guste es ridículo. Planear una humillación para embrutecer a tus lectores en el periódico, deleznable.

Leer un libro sabiendo que no te va a gustar, y sabiendo que lo vas a reseñar negativamente, constituye una indignidad

La crítica negativa digna es la que lleva la contraria a todo el mundo. Es sumamente lógica. El crítico incorruptible oye hablar de una obra, por todas partes se cantan las alabanzas de esa obra, y esto quiere decir que ahí puede haber excelencia y placer, sorpresa, novedad, descubrimiento. Entonces el crítico cultural acude a la obra para disfrutarla, y es horrible, otro engaño más de la mercadotecnia auxiliada por la venalidad.

Entonces el crítico cultural siente la llamada del deber. No necesita decir que una obra es mala, pero sí necesita decir que una obra es mala si al pueblo se le está diciendo que es buena. Es una acto de heroísmo.

El desánimo mayor del crítico consiste en no poder leer todos los libros y en no poder ver todas las películas, y en no conocer todos los cuadros que existen. Por eso hay tan pocos críticos de verdad, porque muchos de ellos no está interesados en las obras que no les han dicho que deben interesarles. El crítico no es el que sabe más de algo, sino el que tiene más interés que nadie en saber más todavía de algo.

El crítico no puede soportar que una gran obra caiga en el vacío.

La está buscando.

Abunda el desconcierto con la, así llamada, crítica cultural, pues mucha gente cree que la crítica cultural es una opinión. Se publica una novela, y hay opiniones; se estrena una película, y los críticos nos dicen qué les parece. Eso no es crítica cultural, sino mercado.

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