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Mejores libros de 2025: Las primeras treinta páginas no estaban mal
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Alberto Olmos

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Mejores libros de 2025: Las primeras treinta páginas no estaban mal

Falto de grandes novelas, fue un año notable en biografías, memorias y autoficción

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Seguimos con el juego del yo-yo, como llamaba primitivamente (años 90) el escritor Juan Bonilla a la escritura ensimismada. Todo el mundo tiene una vida, quiere contárnosla, nos la cuenta y, para rematar, encima te la tienes que leer. Casi toda la narrativa española actual, en especial la de nuevo cuño, desprecia la novela, el esfuerzo de la novela y la santidad de escribir una novela como Dios manda. Por suerte, nos traducen las novelas que escriben en el extranjero.

El libro que destacaría en 2025, por todo esto que digo y algunas cosas más, sería El buen mal (Seix Barral), de Samanta Schweblin. Son cuentos largos, como casi todo lo publicado por esta autora argentina. Schweblin, si me preguntan a mí, tiene asegurado un puesto en la eternidad, no muy lejos de Borges. Después de excelentes cuentos en libros anteriores, y de algunas cosas incomprensibles (como la novela Kentukis; compensada por la brillantez de la novela Distancia de rescate), y de unos cuentos que ni fu ni fa en Siete casas vacías, consigue, y es mucho mérito con tanta carrera detrás, tocar el cielo de la narrativa con El buen mal. Lo leí extasiado. Eso es narrar, amigos, amigas, jugadores del yo-yo. Eso es levantar una historia con palabras y presentar personajes y ocultar el misterio y hacer de la lectura una dicha. Cuando le den el premio Nobel, recuerden que aquí ya se lo hemos dado.

Luego nos vinieron muy bien las memorias terroristas de Enrique Murillo, tituladas Personaje secundario (Trama) y dedicadas a darme la razón cada diez páginas. Yo la verdad es que muchas veces no sé ni lo que digo, me lo invento un poco por joder, pero si leen Personaje secundario verán que los premios amañados, las liquidaciones imaginarias, la falta de criterio editorial y la estolidez del sector del libro español no son mitos o fabulaciones, sino el día a día en la oficina de la literatura. Sobre las entretelas de la escritura, de los escritores y sus egos y sus destinos exitosos o fracasados, escribió también un gran libro Anna Caballé, titulado Íntima Atlántida (Taurus). Es la biografía de Rosa Chacel, Mary Poppins según Umbral, una mujer que escribía como los ángeles y a la que nadie leía, a pesar de contar con la ventaja de muchos patrocinios y admiradores. En este libro se ve la literatura por detrás, o por debajo, todo ese engranaje de contactos y fortunas que hacen de un escritor un sello de Correos o un cromo antiguo arrugado en un cajón.

También la biografía de Carmen Martín Gaite, publicada por José Teruel en Tusquets, nos iluminaba sobre estas ridiculezas de la escritura. Al final, el mundo editorial son cuatro señoritos, un tío de provincias, veinte periodistas que no saben leer y mucho dinero concentrado en un solo libro, ese que vende sin parar. Más aún: El principio del mundo (Alfaguara), de Jeremías Gamboa, dedicaba mil páginas a lo difícil que es ser escritor cuando vienes de muy abajo y hasta por motivos epidérmicos el sistema social te niega la palabra. Es un gran libro de autoficción (suponemos) y ejemplo feliz fluidez narrativa. También la nueva de Juan José Millás, Ese imbécil va a escribir una novela (Alfaguara), nos dio la razón este año, como supondrán. Otro libro con cosas personales, ideas sobre escribir libros y todo ese humor filosófico que Millás lleva décadas diseminando en libros ligeritos. Andrés Trapiello nos contó su vida desde la esquina del ring de la política en Próspero viento (Esfera de los Libros). Trapiello nos ha contado su vida tantas veces que aún no nos la sabemos. Para completar todo esto, José Ángel Mañas narró su perra vida de éxito con Historias del Kronen (1994) en Una historia del Kronen (Aguilar).

Sí hubo una gran novela española: 'Gallos de poca casta', de Gloria Trinidad. Ejemplo de novela negra precisa, preciosa, seca y al estómago

Para leer novelas como Dios manda, hubo que mirar afuera. Narraciones largas bien armadas fueron Los náufragos del Wager (Random House), de David Grann, Manual para la obediencia (Random House), de Sarah Bernstein, o Mi marido (Nórdica), de Maud Ventura. Esta última me pareció fascinante. Ensayos de interés encontramos en Estimada clientela (Siruela), de Mercedes Cebrián y en el apoteósico Con la vida por detrás (Acantilado), de Antoine Compagnon. También tenía mucha gracia Un libertario se encuentra con un oso (Capitán Swing), de Matthew Honcoltz-Hetling. Pero el ensayo que nos dio la vida fue Esto no existe (Debate), del compañero Juan Soto Ivars. Guardas de seguridad en las presentaciones, escraches, acusaciones de machismo y negacionismo, histeria general, defensas sucesivas, feministas tirando de eslóganes que hace años callaban bocas y ahora resultan ridículos frente a 350 páginas de argumentos y pruebas. Soto Ivars aborda en su libro las denuncias falsas en violencia de género. El tema estaba ahí desde hace más de una década, pero nadie se atrevía. Al final escribir también va de atreverse.

Soto Ivars aborda en su libro las denuncias falsas en violencia de género. El tema estaba ahí, pero nadie se atrevía. Escribir también va de atreverse

En realidad sí hubo una gran novela española: Gallos de poca casta (AlRevés), de Gloria Trinidad. Ejemplo de novela negra precisa, preciosa, barrial, seca y al estómago. No hará una serie Movistar ni una película Sony, porque primero tendrían que leerla.

Y hubo dos novelas califragilísticas, frívolas, alegres de vida y de inconsciencia, que se me han quedado juntas en la misma balda de la memoria: El hombre de mi vida (Círculo de Tiza), de Pablo Isla, y El efecto deseado (Seix Barral), de Guillermo Alonso. Luego hubo muchos libros, españoles o de fuera, que dejé en las primeras páginas, como La picadura de abeja (Anagrama), de Paul Murray. Esto de que las treinta primeras páginas no estén mal, y luego la cosa se hunda, puede significar algo, porque se ve a menudo. Como que ya solo leemos las primeras treinta páginas.

Seguimos con el juego del yo-yo, como llamaba primitivamente (años 90) el escritor Juan Bonilla a la escritura ensimismada. Todo el mundo tiene una vida, quiere contárnosla, nos la cuenta y, para rematar, encima te la tienes que leer. Casi toda la narrativa española actual, en especial la de nuevo cuño, desprecia la novela, el esfuerzo de la novela y la santidad de escribir una novela como Dios manda. Por suerte, nos traducen las novelas que escriben en el extranjero.

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