Cuenta infatigablemente David Alandete que, en sus días en El País, una mañana le llamó Pedro Sánchez para que cambiara un titular. Al negarse el periodista, Sánchez se puso serio: “No ayudas a la causa”, le dijo. También hemos leído recientemente que María Jesús Montero se reunió con algunas de las mujeres que habían denunciado acoso sexual dentro del PSOE y les pidió moderar sus ansias de reparación y justicia. Según las informaciones que han circulado, les dijo que lo hicieran por la Causa.
Quién tuviera una Causa, amigos. Se trata de un concepto amplio, antiguo, inasible, pero de una extraña utilidad en el día a día. Una Causa es un bien mayor, nunca alcanzado; también es un paradigma, y sobre él no se discute nunca. Hablamos de un ideal, una entelequia, una visión y hasta de una fantasía. ¿Cuál es la Causa del socialismo?
Los propios políticos de este ramo no sabrían definirla, pero interpretan enseguida que tiene que ver con su triunfo particular. De la Causa se deriva naturalmente un “nosotros” vencedor, pues todo lo bueno que vive en la Causa sólo es posible si el político que la defiende llega al poder y permanece en él. La Causa va encarnándose sucesivamente en una serie de nombres propios, y a todos ellos les confiere sus características celestiales: preponderancia, autoridad, inmunidad, leyenda. Si cae el político, cae la Causa. Si se ataca al hombre, se arremete contra el ideal. En el partido, los pequeños cargos y los diminutos militantes intuyen esta cadena de desgracias, y al gran hombre y al gran cargo y al inmenso dirigente que tienen sobre sus cabezas le dispensan una tolerancia palatina. Puede hacer lo que quiera, por la Causa; nadie puede hacerle nada a él, por la Causa otra vez.
La expresión completa no deja lugar a dudas: “Todo por la causa”. Su origen se nos antoja incierto, pero allá al fondo de su acuñamiento tuvo que haber revoluciones, guerras, países sometidos, el pueblo llano romantizado. La Causa siempre es un niño al que dar de comer, y todo vale para darle de comer; una población esclava, una nación sin honra, un derecho fundamental reclamado. Si pensamos un momento en el título de la película Rebelde sin causa, notamos que lo que nos dice es justamente lo contrario: que el rebelde debe tener una causa, que tener una causa supone un aval para la rebeldía.
La izquierda tiene una Causa; la derecha, no. La Causa de la izquierda dota de superioridad moral a sus feligreses, pues la Causa también es una religión y un credo y una doctrina.
Dice el diccionario, sobre “causa”: “Empresa o doctrina por el que se toma interés o partido”. Y también: “Motivo o razón para obrar”.
Si se roba, es porque la Causa necesita que salgan los números en la organización que debe sustanciar sus bondades
Cuando nos zambullimos en el lodazal de corrupción e inmoralidad del PSOE actual, apenas damos crédito. ¿Cómo podía levantarse cada mañana Leire Díez a cometer las iniquidades que cometía? ¿Cómo sostenía su propia mirada en el espejo? Ella misma lo ha dicho: por la Causa. Para Leire, no es la vida privada de un fiscal honrado la que trata de destapar para su escarnio público, sino la vida privada de un enemigo de la Causa. No se coacciona a jueces y policías como lo haría un mafioso, porque la Causa convierte a Leire en heroína. Si se roba, es porque la Causa necesita que salgan los números en la organización que debe sustanciar sus bondades. Que los demás ciudadanos no distingan entre delitos y proezas no impide a Leire percibirse como una mártir socialista. Sólo ella sabe de la incuestionable honorabilidad de su sacrificio.
Pedro Sánchez nos despidió el año afirmando que “a los españoles les renta este gobierno”. Esa es la Causa: tú, usted, nosotros; y nuestros hijos y nuestros nietos. Sánchez sólo puede continuar si encuentra algún punto de apoyo moral para toda la debacle nauseabunda de su gestión: al final del todo, estoy salvando al pueblo del fascismo. Al final del camino, no niego el cambio climático y sostengo la igualdad entre hombres y mujeres. Si yo no estoy -sigue flipando Sánchez-, el pueblo sufrirá. Vale la pena seguir. Seguiré.
Toda bajeza moral es perdonable si se hace por el bien del pueblo
Por la Causa, puedes llamar a un periódico para cambiar un titular, y puedes pedir silencio a mujeres que han sido acosadas sexualmente dentro del partido; y puedes defender las elecciones amañadas en Venezuela (peor sería un resultado legítimo); y puedes convertir RTVE en un panfleto; y puedes colocar a todos tus amigos y compinches en los puestos más altos de la administración pública. Toda bajeza moral es perdonable si se hace por el bien del pueblo.
Sin embargo, hay un roto en el sistema, un desgarrón de creencia, que podemos atisbar gracias a la religión y a la literatura. Es éste: fingir la fe. Se puede fingir la fe, proponer que se cree sin creer, rezar en bancos vacíos. Nadie sabrá nunca que no crees en Dios, si tú afirmas que crees; nadie sabrá nunca que la Causa no existe, si tú la invocas sin cesar. La Causa puede ser un blindaje que utilizas para llevar a cabo tu histórico delirio. La Causa la deben de creer sobre todo los otros, las masas, la feligresía, incluso el rival.
En el corazón mismo de la Causa, sólo hay delincuentes y psicópatas.
Cuenta infatigablemente David Alandete que, en sus días en El País, una mañana le llamó Pedro Sánchez para que cambiara un titular. Al negarse el periodista, Sánchez se puso serio: “No ayudas a la causa”, le dijo. También hemos leído recientemente que María Jesús Montero se reunió con algunas de las mujeres que habían denunciado acoso sexual dentro del PSOE y les pidió moderar sus ansias de reparación y justicia. Según las informaciones que han circulado, les dijo que lo hicieran por la Causa.