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Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen
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Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen

Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen. Adele Faber y Elaine Mazlish / 256 páginas / 26,00 euros.

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Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen

Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen. Adele Faber y Elaine Mazlish / 256 páginas / 26,00 euros. Comprar libro.

Escuchar y comprender las preocupaciones de los hijos, fomentar la colaboración familiar, ayudar a los niños a forjarse una imagen positiva de sí mismos o encontrar alternativas al castigo son metas que cualquier padre quiere alcanzar.

Adele Faber y Elaine Mazlish son psicólogas y ambas estudiaron con el conocido psicólogo infantil e investigador Haim Ginott. Han publicado numerosos libros en el campo de la comunicación familiar y en éste nos ofrecen métodos sólidos y eficaces que dan resultado; prueba de ello son las 12 ediciones que acumula la obra y que merece la pena destacar al final del curso escolar, momento especialmente adecuado para el balance y la reflexión.

Las autoras dejan claro desde el principio que las relaciones entre padres e hijos son una cuestión personal y muy íntima, en ningún momento se proponen escribir un “manual” de tácticas de comunicación o de “instrucciones” precisas sobre cómo establecer diálogos con nuestros hijos. Lo que sí pretenden transmitirnos son sus prolongadas y variadas experiencias en talleres de trabajo junto al doctor Ginott, de manera que, leyendo la exposición de casos concretos, podamos entender el espíritu que subyace bajo el método y ponerlo en práctica en nuestra propias circunstancias.

Para empezar nos hablan de cómo ayudar a los hijos a afrontar sus sentimientos, ya que hay una relación directa entre lo que siente el niño y cómo se comporta: cuando el niño se siente bien, se comporta bien. ¿Cómo ayudarle a sentirse bien? Aceptando sus sentimientos. Esto que parece obvio, no lo es tanto, ya que los padres tenemos tendencia a negar lo que sienten nuestros hijos: “Mamá estoy cansado”. “No puede ser. Te acabas de levantar de la siesta”. Esta negación tan rotunda puede confundir y enfurecer al niño. Si logramos ponernos en su piel aprenderemos a no negar sus sentimientos, sino a expresarlos en voz alta: “Así que aún estás cansado, aunque acabas de levantarte de la siesta”. Esto ayudará a que la frustración del niño se dirija hacia su malestar y no hacia nosotros. Primer logro en una relación que queremos que sea fluida.

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También los adultos debemos intentar superar la propia negatividad. A veces los hijos nos miran como al enemigo en casa: “lávate las manos”, “cuelga el abrigo”, “usa la servilleta”. Lo que normalmente hace estallar las guerras en casa es la actitud de los niños de hago lo que me da la gana, frente a la actitud de los padres de “harás lo que yo te mande”. Con frecuencia nuestro lenguaje está lleno de reproches (¿qué es lo qué te pasa? ¿Es que no me escuchas?), insultos (Hay que ser marrano para tener la habitación tan sucia), amenazas (Vuelve a tocar esa lámpara y te daré un bofetón), órdenes (¿Todavía no has sacado la basura? Hazlo inmediatamente), sermones (¿Te parece bonito lo que has hecho?...), además de advertencias, comparaciones y sarcasmos… No nos damos cuenta que la mayoría de las veces nuestros hijos responderán a ese lenguaje de manera negativa: ¿dices que no te escucho? Así será desde hoy, te odio, tocaré la lámpara cuando no me mires, oblígame si te atreves, bla, bla, bla, no hay quien escuche tu sermón.

¿Entonces cómo ordenar las mil y una tareas de la vida diaria que, a pesar de ser básicas, nuestros hijos olvidan realizar? Este método nos exhorta a emplear un lenguaje nuevo, en el que al principio podemos sentirnos incómodos, pero que en cuanto veamos los resultados nos preguntaremos por qué no lo habíamos empleado antes. Para pedir las cosas a los niños nos tenemos que obligar a dar únicamente cuatro pasos: describir el problema, dar información, expresarnos sucintamente y manifestar nuestros sentimientos. Por ejemplo, al ver una toalla mojada encima de nuestra cama los pasos a seguir serían: Esa toalla está mojando la colcha (describir el problema). Las toallas usadas deben dejarse en el cuarto de baño (dar información). Si todavía no hay reacción: ¡La toalla! (expresarse sucintamente) y finalmente: No quiero dormir sobre una cama mojada (manifestar nuestros sentimientos).

Las autoras son conscientes por su propia experiencia de que habrá multitud de ocasiones en que los niños no responderán a estos métodos, sobre todo si no hemos podido empezar a aplicarlos desde una edad temprana, por eso dedican un capítulo completo a las alternativas al castigo, así como a estimular en ellos la autonomía y al beneficio indudable del elogio.

Es un libro muy fácil y entretenido de leer, ya que prácticamente está ocupado en su mayor parte por transcripciones de diálogos de padres que han utilizado este método. “En cuanto me descuidaba volvía a usar el viejo sistema ¿dónde tenéis la cabeza, niños? Después me enfadaba conmigo misma…” También contiene viñetas ilustrando los casos que facilitan una consulta rápida.

Un libro de cabecera, para leer una y otra vez, que nos ayudará a alcanzar una nueva manera de convivir, que nos permita sentirnos mucho más a gusto en casa. Y un valioso complemento a la lectura de Poner límites, la obra de mayor difusión y éxito entre nuestros lectores.

Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen. Adele Faber y Elaine Mazlish / 256 páginas / 26,00 euros. Comprar libro.