El mundo es más grande ahora. Mi cautiverio en Corea del Norte

El mundo es más grande ahora. Mi cautiverio en Corea del Norte. Euna Lee / 224 páginas; 16,00 euros. Comprar libro.

La muerte del dictador norcoreano pocos días antes de Navidad ha hecho saltar a la primera plana de la actualidad la dramática situación de este pequeño país, donde la megalomanía de sus dirigentes, enemigos del resto del mundo a excepción de China, les hace vivir en tal estado de desconfianza, agresividad y violencia que han convertido su tierra en una enorme prisión.

La autora de este interesante testimonio, Euna Lee, una periodista norteamericana de origen coreano, ha reconstruido la terrible experiencia que padeció en 2009 cuando producía un documental junto a otros dos periodistas sobre la imposible situación que se les presenta en suelo chino a los evadidos de Corea del Norte.

El equipo periodístico forma parte de una cadena de televisión fundada, entre otros, por Al Gore, cuyo objetivo es producir documentales sobre la gente doliente y olvidada del mundo. El propósito, en esta ocasión, sacar a la luz el problema de los refugiados norcoreanos y tratar de canalizar las posibles ayudas internacionales hacia ellos, cuando sus problemas no han hecho más que agravarse al entrar clandestinamente en China.

La mayoría huyen en busca de mejores condiciones de vida que les permita enviar dinero a sus familias, pero mientras estas sufren las represalias del gobierno, los exiliados son deportados inmediatamente. Por tanto no tienen más opción que vivir en la clandestinidad total, escondidos en zonas rurales muy pobres y de difícil acceso. Las mujeres con frecuencia se casan con campesinos chinos a cambio de techo y comida, y si tienen hijos estos terminan en un orfanato, ya que no pueden ser reconocidos por tener una madre ilegal. Otras mujeres son seducidas en su propio país con atractivas promesas laborales, para acabar esclavizadas en el comercio del cibersexo.

En estas circunstancias los periodistas llegan a China, donde graban excepcionales entrevistas con enorme riesgo sobre todo para los protagonistas. A pesar de las infinitas precauciones que adoptan, son apresados por soldados coreanos,cuando captaban imágenes fidedignas del escenario sobre el helado rio Tumen, que separa ambos países.

Comienza así un largo e incomprensible cautiverio, durante el cual Euna Lee se obsesiona por las consecuencias que pueden sufrir todos los héroes anónimos que han prestado su testimonio en las grabaciones -ya que todo el material ha sido incautado por las autoridades norcoreanas- y por su marido e hija, a los que piensa ha sacrificado en aras del progreso de su carrera profesional.

Escrito con sobriedad y sencillez, este relato plantea importantes dilemas para la profesión periodística. Por un lado, dónde poner los límites entre la información y la denuncia y, por otro, el riesgo al que someten a los que viven esas dolorosas situaciones, cuando involuntariamente pueden facilitar sus identidades y organizaciones a los propios opresores. Hasta tal punto esto ha debido ser un grave problema en la experiencia de la autora, que cierras el libro con una desconcertante duda: o escribe bajo el síndrome de Estocolmo, ya que pide perdón y destaca la humanidad de su carcelero, o realmente con su actitud lo único que pretende es mitigar los castigos a los afectados.

De nuevo nos encontramos ante un valioso y entretenido testimonio de nuestro tiempo, donde hay que resaltar el inmenso valor profesional de multitud de periodistas que a lo largo y lo ancho del mundo se juegan el pellejo con la finalidad de que ningún crimen quede impune, ni ningún drama humano se perpetúe indefinidamente. Recuerdo ahora dos obras impresionantes sobre Sudán que he comentado en este rincón anteriormente, escritas por o con el concurso imprescindible de periodistas, El traductor y La guerra de Emma; junto a Ahora comemos nosotros, la impactante biografía de un hombre que se rebeló contra la corrupción en Kenia y que analizaremos próximamente.