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El emperador descalzo. Una tragedia etíope
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El emperador descalzo. Una tragedia etíope

El emperador descalzo. Una tragedia etíope. Philip Marsden. 268 páginas; 23,00 euros. Comprar libro.El rey Tewodros nace hacia 1820 en un país absolutamente asolado por guerras fratricidas,

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El emperador descalzo. Una tragedia etíope

El rey Tewodros nace hacia 1820 en un país absolutamente asolado por guerras fratricidas, en una época conocida como “era de los príncipes”, en la que luchaban todos contra todos. En 1855, tras multitud de lances, se hace coronar rey y logra la unificación de Abisinia, fragmentada en multitud de provincias enemigas desde el siglo XVIII. Pero sus logros resultaron bastante efímeros; nada más pacificar una zona y dejar al frente de ella a un hombre de confianza, este se levantaba en armas en cuanto el monarca se alejaba.

La figura de Tewodros es muy controvertida, pero se admite que el comienzo de su reinado estuvo presidido por una visión de estado que trataba de modernizar y favorecer a su país. Buscó la unificación a base de la reorganización de la administración, la justicia y la religión, impidiendo las invasiones constantes de los pueblos vecinos. Entroncando con la tradición bíblica, se vio a si mismo -descendiente del rey Salomón- como el elegido por Dios para llevar a Etiopía a la grandeza y la gloria.

Expulsó o convirtió a los musulmanes que había en el territorio, y buscó obsesivamente la alianza de las potencias cristianas -especialmente del imperio británico- para ofrecer un frente común al verdadero enemigo, el imperio otomano. ¡Qué lejos estaba de imaginar que pocos años después de su muerte, ocurrida en 1868, los intereses geoestratégicos alinearían a Inglaterra junto a Estambul en la guerra ruso-turca (1877-78), entre otras muchas traiciones!

Fue un visionario, profundamente imbuido de su misión divina, que trató de mejorar la vida de su pueblo, regida por la brutalidad de las costumbres y los ciclos de las guerras. Pero como era previsible, sus reformas no fueron entendidas, encontrando enseguida un fuerte rechazo, especialmente entre los caudillos locales. Poco a poco se fue desengañando, a lo que se unió la enorme desilusión e impotencia que le supuso la falta de respuesta de la reina Victoria, incapaz de comprender cómo no asistían con su tecnología y ejército a la única nación cristiana entre musulmanes que luchaba titánicamente contra sus enemigos.

Ambas decepciones fueron agriando su carácter e ideales; retomó la violencia habitual en el país, las venganzas sangrientas y la desconfianza feroz, que le empujó entre otras cosas a encarcelar a los emisarios británicos, causando su ruina y su heroica muerte. Con esta nació el mito, todavía vivo hoy entre el pueblo amárico.

Marsden recrea la personalidad poco común de este valeroso e ilustrado guerrero, coronado  rey en 1855,  dentro de la a su vez poco común historia de Etiopía, gracias a la enormidad de fuentes disponibles, tal vez por momentos con excesivo detalle.

Merece la pena conocer un capítulo tan ignoto de la historia africana y una ocasión frustrada de que, al menos uno de sus pueblos, escapase de las garras de su violenta tradición. Es un valioso complemento a lecturas recomendadas anteriormente, sobre todo la excepcional obra La guerra de Emma, que prácticamente aborda la historia de esa zona africana donde la deja Marsden.

Mención aparte por supuesto para la magnífica edición de Del Viento, que además incluye grabados y fotografías, dentro de su colección Viento Simún, repleto de exóticos y sugerentes títulos, entre los que solo quiero destacar tres en este momento, El monumento de Bherens, Mis recuerdos de Rabindranath Tagore y El arpa birmana de Michio Takeyama.

El rey Tewodros nace hacia 1820 en un país absolutamente asolado por guerras fratricidas, en una época conocida como “era de los príncipes”, en la que luchaban todos contra todos. En 1855, tras multitud de lances, se hace coronar rey y logra la unificación de Abisinia, fragmentada en multitud de provincias enemigas desde el siglo XVIII. Pero sus logros resultaron bastante efímeros; nada más pacificar una zona y dejar al frente de ella a un hombre de confianza, este se levantaba en armas en cuanto el monarca se alejaba.