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El síndrome Euron: ¿por qué 'Juego de Tronos' se ha vuelto (aún) más guarro ?
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

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Aloña Fernández Larrechi

El síndrome Euron: ¿por qué 'Juego de Tronos' se ha vuelto (aún) más guarro ?

La última temporada de la serie de HBO mantiene grandes diferencias creativas con las primeras entregas de la producción

Foto: Euron llega a Desembarco y disfruta de su paseo triunfal
Euron llega a Desembarco y disfruta de su paseo triunfal

Los tres episodios de la séptima temporada de ‘Juego de Tronos’ que ya ha emitido HBO, han servido para evidenciar el particular momento que vive la producción estrella de la cadena de cable. La serie ha dejado definitivamente de ser la adaptación de una saga literaria, y también ha puesto fecha de caducidad aproximada a su desenlace. Benioff y Weiss ya no tienen todo el tiempo del mundo, diez episodios por temporada, para llevar los libros a la pantalla. En quince capítulos deben narrar el desenlace de una producción que, hasta el comienzo de la séptima entrega, invirtió sesenta episodios en contar su historia.

Los responsables de la serie han pasado de dedicar el capítulo nueve de cada temporada a una batalla o hecho trascendental, a narrar el asalto a la Roca Casterly en apenas unos minutos. Donde antes parecía que cada trama había sido troceada hasta el extenuación, y colocada en su capítulo correspondiente hasta abarcar cada temporada, ahora nos encontramos con una sucesión de escenas en las que no es recomendable perderse ni una línea de diálogo. Aunque estos ya no sean obra de Martin, y las formas del universo que describe se hayan perdido en beneficio de cierta mala baba. Como la de Sansa en el primer capítulo, cuando le dice a Meñique “No necesito vuestra última palabra, Lord Baelish, seguro que era algo agudo”.

Foto: Imagen del tercer capítulo de la séptima temporada con Daenerys Targaryen como protagonista Opinión

‘Juego de Tronos’ tampoco tiene tiempo ahora de pasearse por los burdeles más cotizados de Poniente, escenificar tríos en el camarote de un barco, o plantar mujeres desnudas en cualquier escena sin ninguna justificación. A excepción del encuentro entre Missandei y Gusano Gris del segundo episodio, y el de Cersei con Jaime en el tercero, se puede decir que la producción se mantiene en un nivel de desnudez discreto, si lo comparamos con otras temporadas. Aunque el número de tetas por capítulo ya sea mayor que el de la segunda y la cuarta temporada. Tras el tercer episodio, sólo puedo pensar en que los creadores tratan de compensar el nivel de indecencia visual con cierta verborrea lujuriosa que resulta innecesaria.

Euron, el malote de ‘Juego de Tronos’

La serie de HBO tenía, hasta la llegada de Euron en la sexta temporada, todo tipo de personajes masculinos, desde el más bestia, al más inofensivo, pasando por diversos niveles de criminalidad o dedicación a sus tareas. Pero nos faltaba, y más aún tras la muerte de Joffrey, ese rol de tirano sin escrúpulos que lejos de querer resultar demasiado serio, es una especie de ‘Joker’ de Poniente estridente y escandaloso. Un hombre obsceno y libidinoso que mira con lujuria a Cersei y no se corta a la hora de hacerle ver sus aspiraciones más íntimas. O de preguntarle a su hermano y amante cómo le gusta practicar sexo o si cree que necesitará utilizar alguno de sus dedos para proporcionarle placer.

Euron cumple ese rol de tirano sin escrúpulos, una especie de ‘Joker’ de Poniente estridente y escandaloso

Antes de provocar a Jaime, vemos a Euron adentrándose en Desembarco siendo vitoreado por la muchedumbre. “Si tengo que ser sincero, esto me la pone dura” le dice a su sobrina mientras sonríe y saluda a aquellos que le aplauden a su paso. Una muestra más de que además de representar el rol masculino más temible de la producción, Euron también es ese personaje deslenguado y miserable que se regocija mientras tres mujeres son humilladas. Y lejos de comprender la deserción de Theon, le llama “maricón”. Afortunadamente la producción ha dejado de frecuentar burdeles, y los creadores nos han ahorrado alguna escena del Greyjoy comportándose como el depravado ser que es.

Tyrion y el ejemplo innecesario

¿Recordáis aquellos tiempos en los que Tyrion vivía en Desembarco, con la copa de vino pegada a la mano y una prostituta como novia? Ya supongo que sí, pero quién lo diría, viendo cómo ahora sale a tomar el fresco para reflexionar, en vez de ahogar sus penas entre trago y trago, como antaño. El pequeño de los Lannister tampoco fue nunca un prodigio de la educación, y su verborrea siempre terminaba siendo algo obscena. Pero en los últimos tiempos, su estancia con Daenerys había servido para alejar el vino de él, y para suavizar su lenguaje. Hasta que narra el asalto a Rocadragón. Una excelente tarea de montaje, de la que es imposible no evadirse con espanto cuando el enano comenta que “Roca Casterly es una fortaleza inexpugnable. Pero como me dijo una vez un buen amigo “dame diez hombres buenos y la puta se abrirá de piernas”.”

¿Por que un hombre que ha experimentado tales cambios en su vida, sigue expresándose como si hubiese sido criado en una taberna?

¿Por que un hombre que aparenta haber experimentado un cambio en su vida, sigue expresándose como si hubiese sido criado en una taberna? Y lo que es más importante ¿por qué, si la serie es supuestamente tan feminista, Daenerys permite que Tyrion se exprese de esa forma y no le arrea un pescozón? Por muy maestro que sea su plan, gracias a la tarea que su padre le encomendó hace décadas, la imagen que el enano utiliza para explicar su ingenio resulta innecesariamente salvaje y brutal como para aparecer en una narración que ya era interesante. Si lo que Benioff y Weiss, guionistas del episodio, lo que querían era recordar al espectador la verborrea con la que antaño Tyrion adornaba cada episodio, seguramente podrían haber encontrado algo más acorde con un hombre que, a pesar de ciertos comportamientos, es capaz de ponerse a las órdenes de una mujer más joven que él. Aunque también más poderosa.

Transiciones y avances

A la espera de comprobar si el resto de episodios insisten en destacar la elocuencia más explícita, sexualmente hablando, de Euron y Tyrion, en el tercer capítulo habría sido deseable encontrar las ingeniosas transiciones con las que Mark Mylod y Bryan Cogman nos sorprendieron en ‘Bajo la tormenta’. Sí, es cierto, ponerse a innovar en una séptima temporada es un poco descabellado. Pero el paso de la psoriagrís supurante de Ser Jorah al plato de sopa de la posada en la que se encontraba Arya fue un brillante ejercicio artístico que añadió valor al capítulo, ahora que tiene tanta prisa por avanzar y centrarse en lo verdaderamente importante.

Resulta paradójico que mientras la serie avanza como nunca, a base de alianzas y transiciones que ya no se meditan durante capítulos, haya quien siga protestando porque en esta temporada de ‘Juego de Tronos’ no pasa nada. No pasan dragones fogosos, las batallas se abrevian y el sexo se verbaliza más que practicarse. Pero cosas pasan. Y si no que se lo digan a Daenerys, que está a punto de coger un dragón y echarse a volar.

Los tres episodios de la séptima temporada de ‘Juego de Tronos’ que ya ha emitido HBO, han servido para evidenciar el particular momento que vive la producción estrella de la cadena de cable. La serie ha dejado definitivamente de ser la adaptación de una saga literaria, y también ha puesto fecha de caducidad aproximada a su desenlace. Benioff y Weiss ya no tienen todo el tiempo del mundo, diez episodios por temporada, para llevar los libros a la pantalla. En quince capítulos deben narrar el desenlace de una producción que, hasta el comienzo de la séptima entrega, invirtió sesenta episodios en contar su historia.

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