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Muere Tom Petty, el rockero que nos enseñó a no aguantar estupideces
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Héctor G. Barnés

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Muere Tom Petty, el rockero que nos enseñó a no aguantar estupideces

Acababa de terminar una gira que le trajo a Europa este verano hacía apenas una semana, pero su corazón le ha fallado. El rockero de Florida ha fallecido a los 66 años

Foto: Tom Petty, durante el concierto de la Superbowl de 2008. (Reuters/Jeff Haynes)
Tom Petty, durante el concierto de la Superbowl de 2008. (Reuters/Jeff Haynes)

Esta es la clase de obituario que no esperaba escribir. No desde luego en julio, cuando cogí un avión y me planté en Hyde Park para ver, por primera vez –y única, aunque no podía saberlo– a Tom Petty, la leyenda esquiva que nunca pisó España. Somos muchos los que hemos viajado por todo el mundo para ver al compositor de hits para todas las eras como 'Free Fallin'', 'American Girl' o 'Learning to Fly', pero también de joyas escondidas como 'Southern Accents', 'Crawling Back to You' o 'Room at the Top'. No podíamos imaginar que hoy, Tom Petty moriría prematuramente a los 66 años después de sufrir un grave infarto en su casa de Malibú.

Poco a poco, año tras año, y a medida que los grandes nombres del rock se dejaban caer por España, Petty comenzó a convertirse en un sueño dorado para el aficionado ante su incomparecencia. El concierto de Londres fue su única fecha europea de este verano en una limitada gira que celebraba el 40 aniversario con su banda de siempre, los Heartbreakers. Fue también la despedida de una ciudad que le arropó cuando la visitó por primera vez a finales de los 70: Petty conectaba mejor que coetáneos como Springsteen con la sensibilidad 'new-wave' que venía de la capital inglesa. Compartió cartel con él Stevie Nicks de Fleetwood Mac, con la que cantó 'Stop Draggin' My Heart Around' en un insospechado baile final. Apenas hace una semana, el 25 de septiembre, dio su último concierto en el legendario Hollywood Bowl.

Su historia es la de un chaval que consiguió demostrarle a su padre que no era un pardillo, sino uno de los grandes nombres de la historia del rock

La gira no tenía ningún aroma de despedida, aunque Petty ya no fuese el viejoven que corría por todo el escenario apenas un decenio antes. Fue, más bien, una celebración de uno de los repertorios más incontestables de la historia del rock: el de Gainesville tenía la garra melódica de los Byrds, el carisma de Springsteen, el lirismo de Dylan y la chulería de Elvis, todo en un mismo y contradictorio ser. Era, como todos esos grandes nombres, un milagro en sí mismo. Su historia es la de un chaval de pueblo de Florida que, despreciado por su padre como un colgado con aspiraciones, sintió que tenía que demostrarle lo que ese chaval al que golpeaba día tras día valía. Y lo consiguió: su nombre ya forma parte de una era que toca a su fin, pero de la que fue máximo exponente.

placeholder Petty junto a Stevie Nicks, en febrero de este año. (Reuters/Mario Anzuoni)
Petty junto a Stevie Nicks, en febrero de este año. (Reuters/Mario Anzuoni)

Era también un rebelde, como titularán muchos obituarios. No solo por «Rebels», esa canción de irónico orgullo sureño, sino también por haberse enfrentado a los tejemanejes de la industria discográfica, como cuando forzó a su compañía a liberarle tras ser revendida, o cuando se negó a que su disco 'Hard Promises' fuese vendido por más de 8,98 dólares (los discos de las grandes estrellas costaban 9.98; Petty se negó). En ese sentido, era un sureño de pura cepa, protestón e inconformista.

Persiguiendo un sueño

Quien quiera adentrarse en su carrera, puede encontrar una buena guía en el documental que Peter Bogdanovich dirigió, 'Runnin' Down a Dream'. También en la biografía que publicó hace un par de años, 'Petty: the Biography', en la que junto al periodista Warren Zanes sacaba a relucir algunos de los momentos más oscuros de su biografía, como su transitoria adicción a la heroína a finales de los 90, la triste pérdida de su bajista Howie Epstein (precisamente, por una sobredosis) o el traumático incendio de su casa que casi acaba con su vida y la de su familia.

Tenía la mezcla perfecta de descaro y autenticidad que le hacía un poco más creíble que la escena punk y un poco menos pretencioso que Springsteen


Pero Petty aprendió de los Beatles a que su música fuese melancólica pero tranquilamente feliz, una satisfacción que tenía mucho de confort sureño; de ahí que en su deceso no duela volver a escuchar himnos de liberación como 'Refugee', 'Even the Losers' o 'Runnin' Down a Dream'. También, que nadie va muy lejos sin unos buenos compañeros: después de su frustrada intentona con Mudcrutch a comienzos de los años 70, decidió recuperar a viejos amigos como Mike Campbell, uno de los guitarristas más finos de la historia del rock americano, al batería Stan Lynch o al teclista Benmont Tench para conformar los Heartbreakers, que de la noche a la mañana se convirtieron en un fenómeno de masas en un panorama musical que pedía a gritos la frescura de ese joven rubito con los vaqueros ajustados que tenía la mezcla perfecta de descaro y autenticidad que le hacía un poco más creíble que la escena punk y un poco menos pretencioso que Springsteen.

placeholder Petty celebró este año la gira de 40 aniversario de su banda, los Heartbreakers. (Reuters/Eduardo Muñoz)
Petty celebró este año la gira de 40 aniversario de su banda, los Heartbreakers. (Reuters/Eduardo Muñoz)

Su carácter complicado pero afable le granjeó grandes amistades: resucitó, sin pretenderlo, la carrera de Bob Dylan a mediados de los ochenta cuando se lo llevó de gira por Australia (el propio Dylan ha comentado en su deceso que él “creía en el mundo de Tom”), y en apenas un par de años había montado junto a él, Roy Orbison, George Harrison y Jeff Lynne a los Traveling Wilburys, uno de los grandes divertimentos de la historia del rock. Al contrario que otros compañeros de viaje, nunca dio tumbos, pues se mantuvo fiel a una idea musical y a un concepto que le garantizó una sólida regularidad que, década tras década, iba ofreciendo obras maestras: 'Damn the Torpedoes', 'Full Moon Fever' o 'Wildflowers', hasta llegar a su última entrega, el muy digno 'Hypnotic Eyes'.

Adiós, rock and roll

Cada uno tiene su Petty favorito, su anécdota para el recuerdo. Para algunos puede ser aquel que, junto a los Heartbreakers, sirvió de banda de acompañamiento en los últimos discos de Johnny Cash. Para otros, el que invitó al Dave Grohl pre Foo Fighters a aparecer con él en la televisión americana. Quizá el que fue pionero de los videoclips narrativos e invitó a Johnny Depp a interpretar uno de sus primeros papeles en el de 'Into the Great Wide Open'. Una buena opción es, desde luego, recordar al que ayudó a amigos como Del Shannon o Roy Orbison a recuperar el pulso de sus carreras. El mío quizá sea el que registró 'Echo', porque fue el primero que escuché en 1999 cuando tenía 14 años, un perfecto disco de ruptura que –la música lo dejaba entrever– fue escrito en una de las peores épocas de su vida. La tarde el 11 de septiembre de 2001, conseguí desconectar del apocalipsis televisado para ver, con un gran amigo, un concierto de Petty en VHS que acababa de comprar; la mayor parte de recuerdos relacionados con su música son tan agradables como el acorde inicial de 'American Girl'.

Tom Petty entendía el rock, la posibilidad de juntar un puñado de acordes y versos y juntar a un montón de gente alrededor de ello, como un regalo

La música de Petty tenía precisamente esa capacidad de servir de bálsamo ante las incertidumbres de la vida, gracias a su atractivo melódico y su capacidad de encontrar el lick perfecto de guitarra y la frase lírico inolvidable: este artículo de 'Poynter' sobre qué puede aprender un escritor de sus canciones nos recuerda que Petty era un letrista a reivindicar. Era, también, una especie en extinción que por mera coyuntura temporal e industrial no puede volver a existir. Su legado, no obstante, es hoy aún más vigente que nunca: no es casualidad que los últimos discos de Ryan Adams o The War on Drugs suenen como una revisión posmoderna de sus discos clásicos.

Tom Petty entendía el rock, la posibilidad de juntar un puñado de acordes y un montón de versos y reunir a un montón de gente alrededor de ello, como un regalo. Fue también un regalo –el mejor que me han hecho jamás– lo que me llevó a Londres el pasado verano a conocer (y despedirme) de Petty, a llorar con 'Walls' o 'I Won't Back Down', a aplaudir una integridad a salvo de excesos, a abrazar a amigos y amados. En su mejor expresión, esta música que toca a su fin nos enseñó a ser la mejor versión de nosotros mismos, como hizo aquel niño de Florida vilipendiado, a conectar con los demás, a disfrutar y a no conformarnos con cualquier cosa. Los tiempos oscuros vienen, pero también se marchan y entre tanto, debemos seguir viviendo. Es la promesa que se lee en todas y cada una sus canciones, y no está mal recordarla.

Esta es la clase de obituario que no esperaba escribir. No desde luego en julio, cuando cogí un avión y me planté en Hyde Park para ver, por primera vez –y única, aunque no podía saberlo– a Tom Petty, la leyenda esquiva que nunca pisó España. Somos muchos los que hemos viajado por todo el mundo para ver al compositor de hits para todas las eras como 'Free Fallin'', 'American Girl' o 'Learning to Fly', pero también de joyas escondidas como 'Southern Accents', 'Crawling Back to You' o 'Room at the Top'. No podíamos imaginar que hoy, Tom Petty moriría prematuramente a los 66 años después de sufrir un grave infarto en su casa de Malibú.

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