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El pozo sin fondo de la palabra "terrorismo"
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Alberto Santamaría

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El pozo sin fondo de la palabra "terrorismo"

¿Qué es el terrorismo? Es asombroso darse cuenta de que detrás de la palabra se esconde un vacío terminológico desconcertante

Foto: Simulacro de ataque antiterrorista en Manila (EFE)
Simulacro de ataque antiterrorista en Manila (EFE)

Nuestra realidad es el lenguaje, pero también nuestra realidad son las trampas de ese lenguaje. La política se construye a base de relatos, de formalizar un lenguaje básicamente abstracto que "sirva para cualquier cosa" pero que al mismo tiempo sea empleado por el estado como forma de control. Si nos fijamos bien, ese es el problema que se da con palabras como terrorismo. En realidad lo utilizamos como un "ismo" que designa lo terrible, pero ¿cuál es su fundamento?

Es asombroso darse cuenta de que detrás de la palabra terrorismo se esconde un vacío terminológico desconcertante. El poder político utiliza el lenguaje como una forma de crear orden y seguridad. Nos parece (y nos hacen creer) que está claro qué es y qué no es terrorismo, que es algo altamente sencillo porque conocemos sus efectos terroríficos, pero ¿lo sabemos en realidad?

El poder político maneja alegóricamente la palabra terrorismo haciendo con ella florituras semánticas

Con apenas escarbar un poco y sin ser expertos, nos damos cuenta de que la política –el poder político- maneja alegóricamente la palabra terrorismo haciendo con ella florituras semánticas que evidentemente desconciertan a la población (y más aún a las víctimas).

El poder político no es algo que se posea (como decía Foucault) sino que es algo que se ejerce, pero se ejerce desde el lenguaje. Y aquí el lenguaje cuanto más alejado esté de pertenecer claramente a un marco semántico fijo, mejor para el ejercicio de ese poder.

Carbonell Mateu, en su libro Terrorismo. Algunas reflexiones sobre el concepto lo expone así: "Es curioso lo difícil que resulta encontrar definiciones legales de terrorismo, mientras que proliferan las políticas y las doctrinales". Las definiciones políticas que apunta son anti-definiciones, son muestras llenas de palabras vacías cuyo fin es el propio mantenimiento del ejercicio político, su hegemonía.

placeholder Mariano Rajoy en el Congreso (EFE)

Dos ejemplos evidentes. Rajoy definía así el concepto: "El terrorismo es el enemigo de la libertad y de los derechos individuales de las personas". Sumar palabras huecas, he ahí el racimo lingüístico. Fumar en un ascensor, más de dos personas, es igual a terrorismo, por ejemplo. La fiesta que tienen montada mis vecinos hasta las tres de la mañana y que impide mi libertad para dormir, terrorismo.

Y por su parte Zapatero decía: "El terrorismo es la negación de la democracia, y la mejor manera de combatirlo es la afirmación y la práctica democrática continua en todos los ámbitos". Todo lo que no es democracia es terrorismo. ¡Guau! La grandilocuencia obtura la posibilidad misma de la definición, pero esa misma grandilocuencia inane es la que el terrorismo ofrece a los políticos para ejercitar sus formas (lingüísticas) de control.

placeholder José Luis Rodríguez Zapatero (EFE)

Mario Capita Remezal, en un trabajo sobre el concepto jurídico de terrorismo recoge este problema. Carecemos de un  concepto jurídico de terrorismo. El jurista Luis Arroyo Zapatero, en este sentido, escribía: “El término terrorismo adolece de considerable imprecisión semántica”. 

Para otros juristas, "el problema surge con la definición misma del terrorismo: la diversidad de culturas, sistemas políticos y jurídicos e incluso de valores morales y religiosos hace difícil, por no decir imposible, una definición convencional del término".

El concepto de terrorismo es un sistema de control político, y es a los políticos quienes menos les interesa que exista una definición cerrada

Se les puede llenar a los políticos la boca con el terrorismo pero que ésta carezca de definición es lo que ellos quieren que sea, algo así como un cubo cuyo fondo ellos pueden rellenar según las circunstancias. Es decir, el concepto de terrorismo es un sistema de control político, y es a los políticos quienes menos les interesa que exista una definición cerrada y parcelada de ese concepto. Eso implicaría perder poder político, es decir, delegar su aplicación política. Tal y como está hoy dada la situación "cualquier cosa puede ser terrorismo", y este "cualquier cosa" nos incluye a todos, pero sorprendentemente les excluye a ellos.

Esto recuerda a aquello de San Agustín acerca del tiempo. Sé lo que es pero si me pides que lo defina es imposible.

Más delirante incluso es si leemos el siguiente apartado, disposición de 2001: "A efectos del presente apartado, se entenderá por  grupo terrorista todo grupo estructurado de más de 2 personas, establecido durante cierto tiempo, que actúe de manera concertada con el fin de cometer actos terroristas. Por grupo estructurado se entenderá un grupo no formado fortuitamente para la comisión inmediata de un acto terrorista sin que sea necesario que se haya asignado a sus miembros funciones formalmente definidas, ni que haya continuidad en la condición de miembro o una estructura desarrollada".

Vamos a ver: un grupo terrorista es aquel grupo (más de dos) que se juntan para cometer actos terroristas. Hay una norma básica en cualquier escrito y es que lo definido no puede entrar en la definición. Es alarmante que no podamos ni sepamos definir terrorismo. Un terrorista es aquel que comete actos terroristas. Sí. Ok. Perfecto. Y un acto terrorista, ¿qué es? Es el cometido por un  terrorista. Vale. Muy bien. ¿Y qué es un terrorista? El que comete actos terroristas, y… El lenguaje es así de peligroso, aparentemente inocente, pero destructivo y una auténtica máquina generadora de coacción.

Claro que existe el terrorismo, y sus terribles consecuencias bien las conocemos, entonces ¿cómo trazar el sentido de esta palabra? He ahí la pregunta sin respuesta

El orden de una definición así es sólo ficción. La palabra terrorismo en manos del poder político se ofrece como el otro, como un enemigo, pero no es más que un fantasma conceptual. Claro que existe el terrorismo, y sus terribles consecuencias bien las conocemos, entonces ¿cómo trazar el sentido de esta palabra? He ahí la pregunta sin respuesta.

Mi convencimiento es que al poder político no le interesa, en absoluto, la existencia de un concepto real de terrorismo, en su vacío se vive mejor.  Bajo esta definición cualquiera que cuestione el orden establecido es un terrorista. Más allá de ello, incluso, podría leerse las acciones de la Guardia Civil en Ceuta como actos terroristas contra personas concretas. El delirio es evidente. Pero incluso va más allá.

Carecemos de definición jurídica de terrorismo, pero tenemos un delito por "apología del terrorismo". Enaltecer algo que carece de definición propia es delito. "El enaltecimiento o la justificación por cualquier medio de expresión pública o difusión de los delitos comprendidos en los artículos 571 a 577 de este Código o de quienes hayan participado en su ejecución, o la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares se castigará con la pena de prisión de uno a dos años". Hasta las palabras, su enunciación, son terrorismo, pero ¿qué es el terrorismo?

Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es profesor de Teoría del Arte de la Universidad de Salamanca. Como ensayista ha publicado El poema envenenado (Pre-textos, 2008) y como poeta, su último libro es Interior metafísico con galletas (El Gaviero Ediciones, 2012).
 

Nuestra realidad es el lenguaje, pero también nuestra realidad son las trampas de ese lenguaje. La política se construye a base de relatos, de formalizar un lenguaje básicamente abstracto que "sirva para cualquier cosa" pero que al mismo tiempo sea empleado por el estado como forma de control. Si nos fijamos bien, ese es el problema que se da con palabras como terrorismo. En realidad lo utilizamos como un "ismo" que designa lo terrible, pero ¿cuál es su fundamento?