Es noticia
No dispare al indígena
  1. Cultura
  2. Tribuna
Alberto Santamaría

Tribuna

Por

No dispare al indígena

El Premio Cervantes a Elena Poniatowska saca a la luz el debate sobre el uso de la palabra 'Indígena'. ¿Por qué la gente tiene tanto temor a utilizarla?

Foto: Los reyes entregan el premio cervantes a Elena Poniatowska
Los reyes entregan el premio cervantes a Elena Poniatowska

En realidad, ¿cuál es nuestro problema con la palabra indígena? Confieso que soy el primero en no saber desde qué lugar abordarla. Alguien conversaba el otro día, a raíz de la presencia de Elena  Poniatowska, acerca de la idoneidad a la hora de usar esa palabra, como si la palabra indígena contuviese algo, un no-sé-qué, capaz de desbordar toda discusión, capaz de invalidar todo gesto.

La cultura española –si eso existe- tiene un problema grueso, y graso, con la palabra indígena. ¿Quiénes son? ¿Cuántos? ¿Qué pretenden? Todo ello como si tuviésemos claro que existe un reducto exacto, como un lugar, desde el cual postular un indigenismo biológico, donde colgar una etiqueta, esas etiquetas a las que somos tan adictos. Como si fuera tan fácil de decir y decidir: sí, sí, esos, esos de ahí son los indígenas. Es decir: los indígenas son los otros.

La prensa, los medios, la historia… ha confeccionado una figura del indígena a su medida, dividida entre lo mercadeable y lo despreciable. En España, incluso, he oído señalar a un filólogo la relación entre indígena e indigente. Nada que ver. De verdad. Nada más errado. Indigente proviene del latín indigens, -entis, sustantivo de tercera declinación derivado del verbo indigere (carecer, tener falta de algo), formado por el prefijo indu- (una forma arcaica de in-) y el verbo egere (estar privado de algo).

La prensa, los medios, la historia… ha confeccionado una figura del indígena a su medida, dividida entre lo mercadeable y lo despreciable. En España, incluso, he oído señalar a un filólogo la relación entre indígena e indigente

Quizá sigamos viendo al indígena como señalaba Fanon: “el enemigo de los valores. En este sentido, es el mal absoluto. Elemento corrosivo, destructor de todo lo que está cerca, elemento deformador, capaz de desfigurar todo lo que se refiere a la estética o la moral, depositario de fuerzas maléficas, instrumento inconsciente e irrecuperable de fuerzas ciegas”.

Pero veamos todo esto desde otro ángulo. En la Declaración de las Naciones sobre los derechos de los pueblos Indígenas (2007) se establecen “los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas, en particular su derecho a la cultura, la identidad, el idioma, el empleo, la salud y la educación. Se subraya el derecho de los pueblos indígenas a mantener y reforzar sus instituciones, culturas y tradiciones y promover su desarrollo de acuerdo con sus aspiraciones y necesidades”. También “se prohíbe discriminarlos” y “se promueve su participación” plena y efectiva en relación con los asuntos que les conciernan, incluido su “derecho a seguir siendo distintos”. (¿Derecho a seguir siendo distintos? Soberbio ejercicio de condescendencia).

Pero en este tipo de declaraciones, forzadas desde una institución como la ONU, lo que se crea realmente es un fantasma del indígena, quien, básicamente es forzado a identificarse con la etiqueta de tal. “Se”  prohíbe discriminarlos (dice la ONU) y “se” promueve su participación. Dos impersonales “se” (que a nadie obligan) que son profundamente represores ya que son los primeros en aceptar y certificar esa discriminación y esa exclusión como principios.

placeholder Crece la movilización de militares bolivianos que exigen cambios en las ffaa

La declaración de esos derechos simplemente disfraza una situación, y duplica represivamente la Declaración de los derechos humanos. En la mencionada declaración de los derechos del pueblo indígena leemos: “los pueblos indígenas son iguales a todos los demás pueblos y reconociendo al mismo tiempo el derecho de todos los pueblos a ser diferentes, a considerarse a sí mismos diferentes y a ser respetados como tales”. El silogismo es igual al del: “Todos los hombres son mortales. La hierba es mortal. Los hombres son hierbas”. “Todos los pueblos son iguales. Lo indígenas son pueblos. Luego todos somos diferentes”. 

No creo que la situación tenga que ver con la defensa de unos derechos o de una identidad. Al contrario. El indígena parte ya de su situación de igual, la presupone, y ahí está su riqueza. Frente al “se” que los dibuja como discriminados, el indigenismo puede posicionarse como campo de acción y de lucha, como un “nosotros”. El indígena configura su situación mejor desde la negación y no desde la supuesta positivación que supone su inclusión.

Precisamente, Elena Poniatowska, en el marco de recepción del premio Cervantes dijo: "Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol". En esa negación está su fuerza.

El indígena, alejado del modelo estandarizado por el costumbrismo que lo etiqueta con el fin de inhabilitarlo, podría ser una forma de lucha. Y de ahí, seguro, podemos aprender

Desde mi punto de vista, lo importante o lo interesante del indigenismo no es que funcione como archivo cultural, tal y como Ban Ki-moon lo ve: “Los pueblos indígenas del mundo han preservado un vasto acervo histórico y cultural de la humanidad”. La potencia del indigenismo no es tanto el residuo, la estabilización de la imagen del indígena sino la respuesta, la reutilización o reactualización de ese archivo cultural con el fin de cuestionar el lenguaje dominante.

En este sentido, mucho nos quedaría por aprender del indígena. O al menos eso creo. Y no me refiero al tema de la identidad, ni de la nación, ni de la lengua, ni del pueblo, ni de las tradiciones, sino al posicionamiento previo, aquel que cuestiona precisamente todo esto con el fin de visibilizar un poder trágico, un poder que una vez visibilizado puede ser herido. El indígena, alejado del modelo estandarizado por el costumbrismo que lo etiqueta con el fin de inhabilitarlo, podría ser una forma de lucha. Y de ahí, seguro, podemos aprender.

En realidad, ¿cuál es nuestro problema con la palabra indígena? Confieso que soy el primero en no saber desde qué lugar abordarla. Alguien conversaba el otro día, a raíz de la presencia de Elena  Poniatowska, acerca de la idoneidad a la hora de usar esa palabra, como si la palabra indígena contuviese algo, un no-sé-qué, capaz de desbordar toda discusión, capaz de invalidar todo gesto.

El redactor recomienda