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Exaltación monárquica e historia
El historiador Ángel Viñas repasa el legado político de la monarquía en el siglo XX español
Me cogió en Madrid la noticia de la abdicación de Don Juan Carlos I (qdg). Aproveché para comprar la prensa escrita de los días siguientes. Algún estudiante hará una tesina sobre lo publicado. Merece la pena. Salvo excepciones, no abundaron las miradas críticas, aunque la calidad del análisis fue mejorando en lo que el profesor Francesc de Carreras ha caracterizado como una narrativa "épica".
¿Hasta qué punto están justificados los puntos culminantes de la carrera política del monarca?: su papel en la transición y su enfrentamiento con el intento de golpe de Estado del 23-F.
Como también se produjo una efervescencia prorrepublicana en el mundo digital, en las redes sociales y en manifestaciones a lo largo de la geografía española, numerosos políticos, comentaristas e historiadores aprovecharon la ocasión para denostar a la Segunda República. Es una tradición en la que hay muy poco de nuevo.
No es posible todavía establecer un juicio histórico sobre el reinado de Juan Carlos I. Eso se hará en el futuro cuando haya mayor distancia, se hayan abierto los archivos y se hayan despejado los mil y un interrogantes que encierra tal período.
Los monárquicos contra la democracia
La Segunda República ha dado origen a una literatura inabarcable. La cruenta dictadura que le sucedió estableció un canon para justificar la sublevación y la guerra civil. Sus puntos esenciales han vuelto a aflorar. Son perennes. Anarquía y desbarajuste continúan siendo los motivos dominantes. Ni rastro de las obras críticas (Rafael Cruz, Francisco Espinosa, José Luis Ledesma, Paul Preston, Francisco Sánchez Pérez, entre muchos otros) que han ahondado en lo que había detrás. La autoridad inmarcesible es Stanley G. Payne.
Ahora bien, los comentaristas y políticos (no citaré nombres excepto el de Doña Esperanza Aguirre) han pasado sobre ascuas sobre algunos descubrimientos más o menos recientes.
El segundo, siempre menospreciado, es la inmediata animadversión que la República produjo en el líder de la potencia revisionista por excelencia, Italia, documentada Morten Heiberg. Con consecuencias operativas inmediatas que pocos autores de corte "aguirriano" se han molestado en escudriñar.
Estas consecuencias se tradujeron, tras múltiples contactos, en el famoso acuerdo entre militares, monárquicos y carlistas con Mussolini de 31 de marzo de 1934, es decir, mucho antes de la "revolución de octubre". Las implicaciones tampoco suelen destacarse: en España gobernaba el centro lerrouxista, con el apoyo parlamentario de la CEDA, y el ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, se distinguía por la combinación de la mano dura y sus constantes provocaciones a las izquierdas en el marco de una reversión implacable de las previas reformas económicas, sociales y laborales (estudiadas entre otros recientemente por Julio Aróstegui y Ricardo Robledo). Que Ismael Saz, Eduardo González Calleja, amén de Sánchez-Asiain, hayan iluminado este vector no importa. Tampoco que ello conllevara un rápido proceso de fascistización de las derechas, en particular las monárquicas. El pensamiento subyacente lo han explicado Raúl Morodo, González Calleja y, muy recientemente, Ferran Gallego. Pero, ¿quién lee estas cosas?
Con todo, hay que juzgar la acción, y en función de ella la retórica y las "ideas". Desde esta perspectiva tiene mayor importancia el que, fracasados los intentos de anular el resultado de las elecciones de febrero de 1936, monárquicos y militares se dedicaran inmediatamente a negociar la adquisición de modernísimo material de aviación con la Italia fascista, gracias a un préstamo de Juan March equivalente a unos 316 millones de euros de hoy. Una fruslería. El importe total de los aviones, municionamiento y utillajes, de los cuales una primera remesa debía enviarse urgentemente en el curso del mes de julio, ascendió a 339 millones. Los contratos correspondientes se firmaron en Roma el día 1. Para entonces Calvo Sotelo y Gil Robles habían pronunciado discursos espeluznantes denunciando el estado en que se encontraba España. La benemérita (porque no deja de fabricar historiadores anti-franquistas) Fundación Nacional Francisco Franco se ha hecho eco de ello en estos días. ¡Que no se olvide!
Está por ver si las negociaciones fueron conocidas de Alfonso XIII o de su hijo, Don Juan de Borbón. En cualquier caso hay indicios de que no las ignoraban personajes monárquicos tan relevantes como el general Alfredo Kindelán (uno de los destructores de Gernika y "engrasado" por March en los primeros años de la segunda guerra mundial), el "Técnico" de la conspiración, teniente coronel Valentín Galarza (igualmente agraciado) o el diplomático monárquico José Antonio Sangróniz).
De todo esto no se ha dicho una palabra en la "épica" pero es indudable que sobre los monárquicos recae, en gran medida, la responsabilidad por la guerra civil. Es un tema que hay que ocultar a cualquier precio.
En la Transición
Gracias al empeño de nuestro ilustre ministro de Asuntos Exteriores, los archivos de su Ministerio están cerrados a cal y canto. Una medida prudente, aunque haya hecho del Reino de España el hazmerreír de los círculos que se interesan por nuestra historia en Europa y América. Sin embargo, la eficiente diplomacia del Señor García-Margallo no ha podido, ni podrá, impedir que otros Estados europeos abran los suyos. Gracias a ellos podemos ya intuir el marco que en Europa rodeó la transición.
La combinación de la presión popular interna y de la política y diplomática externa no dejó al nuevo rey otra opción que adentrarse por la senda de la reforma. El mantenimiento del franquismo era imposible. La reforma imprescindible, pero ¿qué tipo de reforma? A Fraga Iribarne, antes de dejar la embajada en Londres, Harold Wilson, primer ministro, ya le había hecho unas cuantas indicaciones. Naturalmente, la preconizada por Arias/Fraga no valía dos céntimos. Cuando aquel camisa vieja reconvertido en fervoroso monárquico que fue el primer ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, emprendió un viaje por las capitales de Europa para "vender" la “camelote” se encontró con muros difícilmente franqueables.
Los británicos no han tenido el menor inconveniente en publicar la minuta de las conversaciones de Areilza con el responsable del Foreign Office, James Callaghan, posterior primer ministro. No es posible compararla con la española. Habrá que esperar a que se reabran los archivos de Exteriores. A no ser que, de nuevo prudentemente, se haya destruido la documentación más "sensible".
En definitiva, o España evolucionaba hacia una democracia homologable con las europeas o se quedaba sentadita en su rincón. Los lectores pueden especular sobre el efecto que ello hubiese tenido verosímilmente sobre la aceptación política de la Monarquía por los españoles.
El 23-F
Este fue el momento de gloria de Juan Carlos I. Su mensaje a la Nación a altas horas de la noche y su desarbolamiento de la tentativa puchista le granjearon una legitimidad de ejercicio para el resto de su reinado. Pero, ¿cuáles eran las alternativas? Si se hubiera puesto detrás del golpe, ¿es irrazonable pensar que la desafección popular hubiera sido inmensa? Y ¿cuáles hubiesen sido de entrada las consecuencias inmediatas? El cerrojazo de las negociaciones con la entonces Comunidad Europea, el hermético cierre de la OTAN, el oprobio de todo el mundo civilizado y la implantación de un régimen incluso más aislado que el de los coroneles griegos. Algún medio extranjero, más desinhibido que los capitalinos, lo ha recordado con cierta rotundidad.
Conclusiones
Con el trasfondo de la responsabilidad en 1936, en las dos ocasiones mencionadas el rey satisfizo la deuda histórica con la democracia española en que las huestes monárquicas (empezando por su augusto abuelo desde 1923 y el golpe blando primorriverista) no cesaron jamás de incurrir. Según la retórica de estos días España podrá ser un gran país (algo que, por cierto, comparte con la que se derrama a raudales en Estados Unidos, Rusia, India, Francia, Gran Bretaña, etc.), pero es un país en el que, históricamente, la Monarquía no siempre se ha comportado como debía.
Ya se contrastará lo que hay detrás de los chorros de alabanzas que ha vertido, por ejemplo, el venerable ABC (por no hablar de La Razón). Pero si uno se retrotrae al período comprendido entre diciembre de 1935 y junio de 1936, se detecta un análisis de la situación española dirigido a la población y a crear (con la ayuda de pistoleros falangistas pagados también por los monárquicos hasta el punto de solicita ayuda financiera a Italia, que no la dio) la sensación de un "estado de necesidad" agudo que justificase la insurrección.
La insistencia en un golpe revolucionario inminente, la denuncia de los aviesos designios de Moscú sobre España y el seguidismo de la propaganda que esparcía el maestro Goebbels fueron siempre en tal dirección. Claro que el propietario de ABC, el marqués de Luca de Tena, se guardó de revelar su papel en la trama civil de la conspiración y, por supuesto, dio gato por liebre a cualquier explicación que no encajara con el canon franquista.
En su momento, historiadores en ciernes pasarán revista a los años en los que Juan Carlos I fue rey de España. De los treinta tres transcurridos desde el 23-F, durante cerca de veintiuno dirigió los destinos del país el partido socialista. No es una constatación irrelevante.
Ángel Viñas es catedrático emérito de la UCM. Su próxima obra, que aparecerá tras el verano, es un análisis de las desconocidas memorias del primer protoministro de Asuntos Exteriores de Franco
Me cogió en Madrid la noticia de la abdicación de Don Juan Carlos I (qdg). Aproveché para comprar la prensa escrita de los días siguientes. Algún estudiante hará una tesina sobre lo publicado. Merece la pena. Salvo excepciones, no abundaron las miradas críticas, aunque la calidad del análisis fue mejorando en lo que el profesor Francesc de Carreras ha caracterizado como una narrativa "épica".
- "Felipe no tendrá la influencia de su padre" Peio H. Riaño