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Calasso, el último dinosaurio de la edición
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Gonzalo Torné

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Calasso, el último dinosaurio de la edición

Regresa Roberto Calasso y lo hace para hablar de cómo se formó el catálogo de Aldelphi y definir en qué consiste el toque del editor y hablar de su futuro

Foto: El editor Roberto Calasso analiza el futuro de la profesión (Maria Teresa Slanzi)
El editor Roberto Calasso analiza el futuro de la profesión (Maria Teresa Slanzi)

Regresa Roberto Calasso y lo hace para hablar de cómo se formó el catálogo de Aldelphi y definir en qué consiste el “toque del editor”. Las primeras páginas de este libro misceláneo están dedicadas al “cuidado” sensorial: el color, el gramaje, el diseño, la imagen de portada… con la que envolver los títulos. Para definir su trabajo Calasso recurre a una afirmación de fortuna e imprecisa: el catálogo de un escritor es su novela.

La afirmación ha hecho fortuna pese a su absurdidad: los libros no se “siguen” los unos a los otros como capítulos (por no insistir en que “tampoco” los ha escrito Calasso). Quizá el editor se parezca más a un agente de viajes: capaz de envolver de las mejores comodidades (encuadernación, tipografía, buena traducción) los destinos clásicos, y de señalar rutas nuevas en la orografía siempre cambiante (tan distinta de la estabilidad milenaria de la tierra) de las regiones literarias. Su aspiración es “fidelizar” a los clientes, y que se diga de su sello aquello que repetían los viajeros curtidos cuando empezaron a proliferar los vuelos de bajo coste: “yo si puedo siempre viajo con Iberia”.

Calasso habla finalmente del editor con gusto y con criterio, facultades que sólo se pueden ejercer tras un lento destilado de años de lectura atenta y crítica. Un proceso del que poco se puede hablar sin aburrir o presumir, de manera que el libro gana en interés cuando Calasso intuye dos posibles rumbos futuros para la lectura al cual más desastroso para el “editor de marca”.

El primero pasa por la absorción del libro por el mundo digital. Calasso apoya su descripción en las ideas expresadas por Kevin Kelly quien ha profetizado que en un plazo más o menos breve la humanidad habrá escaneado todos los libros que han impreso antepasados y contemporáneos (una cifra prodigiosa). Kelly considera que este proyecto será muy beneficioso, sostiene (Calasso no parece haber escogido a Kelly como oponente por la sutileza de sus ideas) que una vez digitalizados todos los textos, cada uno de ellos quedará libre de las restricciones impuestas por las características físicas del “ejemplar”. Los textos podrán cruzarse y referenciarse, vincularse en una masa de caracteres que también irá integrando los incesantes comentarios de los nuevos lectores (Kelly no contempla el inconveniente de que no todos los textos se escriben en inglés).

Calasso le objeta a Kelly que su afán de “liberación” se limite a los “libros” (¿por qué no digitalizar todas las imágenes, por qué no conservar todas y cada una de las palabras escritas en los millones de blogs, estén activos o muertos, con qué criterio elitista se pretende privar a esos textos de los beneficios de la mélange?), pero ni siquiera se entretiene a rebatir las consecuencias de la abigarrada fantasía de Kelly (que supondría la disolución del conocimiento en una masa textual indiferente, idiota en su ensimismamiento); el recorrido le sirve a Calasso para indicar que existen comunidades enteras de “intelectuales” que trabajan inspiradas en progresar hacia un mundo donde ya no se necesitará para nada ejercer el criterio, la “marca del editor”.

Si en la Red la figura del editor se difumina porque se persigue que la lectura sea un bien que no redunde en un beneficio económico, Calasso señala que el editor también está en peligro allí donde las editoriales persigan el mayor rendimiento económico de la lectura, olvidando que se trata de un bien cultural. Calasso nos confía el caso de sellos donde la elección de portadas ha quedado en manos de departamentos de marketing que no tienen la obligación de leer los libros, que los títulos se escogen a la estela de los últimos que tuvieron fortuna, y que se tiende a tratar cada volumen como una apuesta aislada: como una jugada en la ruleta de un mercado imprevisible, sin otra relación con los títulos precedentes que el propósito general de saltar la banca.

En este contexto el editor con criterio empieza a ser una figura sospechosa, una suerte de pliegue incómodo en el tejido, que bien podría ser sustituido, llegado el caso, por un consejo de agentes literarios o de coolhunters, más o menos atinados.

La miscelánea de Calasso está dominada por el recuento de cómo se formó Adelphi, de manera que la figura del editor con criterio (a medio camino entre el empresario y el humanista), queda proyectada de manera inevitable contra un pasado que se aleja. Las figuras más destacadas de la edición europea cuyo perfil Calasso se aviene a esbozar pertenecen también a un tiempo perdido.

Calasso llega a sostener que los grandes editores no son un fenómeno paralelo al desarrollo de la imprenta, se trata de una “raza” que arrancó en el siglo XX gracias a unas condiciones culturales y de producción determinadas, y que está agonizando a causa de las profundas alteraciones que experimenta la cultura y la economía. El editor à la Calasso es un rasgo de época.

El ecosistema donde puede prosperar el editor con criterio está dominado por la tranquilidad económica, hay dinero para arriesgar en negocios “frágiles y cambiantes”, y se disfruta de una cultura homogénea que permite propagar a velocidad notable los nuevos autores y libros de valor sin detenerse en las fronteras. Aunque Calasso no es un catastrofista el mundo del que habla (el mismo que Steiner o Fumaroli) está iluminado por los cálidos ocios del crepúsculo.

Roger Straus, uno de los editores de la vieja escuela a los que Calasso rinde homenaje en 'La marca del editor' (Anagrama)Calasso ha cosido un libro con retales de distinta procedencia. La cohesión proviene de un vacío que se manifiesta más y más vivo a medida que el lector avanza: a estos textos sobre un pasado suntuoso y sobre la manifiesta tontería del futuro le falta un capítulo (y hace tiempo que viene faltando) sobre cómo el editor con criterio no sólo sobrevive sino también sabe sacar provecho de un mundo donde la Red ha permitido elevar la temperatura cultural de los ciudadanos (los jóvenes de hoy son la primera generación en España que puede leer inglés con fluidez y establecen con relativa normalidad alianzas y proyectos internacionales), y donde las expectativas de crecimiento económico del mundo editorial fueron avivadas por el aumento potencial de lectores cuyo flujo alimenta (o alimentó) la educación pública.

Lectores por cuya atención hay que competir, con una cultura más heterogénea y una curiosidad disparada en todas direcciones, pero lectores a fin de cuentas. Conviene que alguien escriba un libro sobre los editores con criterio que sí se están adaptando a los cambios en el ecosistema; el otro libro, el de los saurios estupendos, con todo el respeto que nos merecen, ya lo hemos leído un montón de veces.

Regresa Roberto Calasso y lo hace para hablar de cómo se formó el catálogo de Aldelphi y definir en qué consiste el “toque del editor”. Las primeras páginas de este libro misceláneo están dedicadas al “cuidado” sensorial: el color, el gramaje, el diseño, la imagen de portada… con la que envolver los títulos. Para definir su trabajo Calasso recurre a una afirmación de fortuna e imprecisa: el catálogo de un escritor es su novela.

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