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Contra 'El Quijote'

Sería mejor que en vez de dos de cada diez españoles fuesen tres o cuatro los que han leído la obra de Cervantes completa, pero habría que precisar por qué seguimos leyéndola y para qué

Foto: Ilustración de 'El Quijote' de Gustave Doré
Ilustración de 'El Quijote' de Gustave Doré

Fiel a su cita casi diaria con la prensa la estadística ha tenido a bien informarnos que “dos de cada diez españoles han leído el Quijote entero”. Una vez aceptada la cifra, con las inevitables reservas que despiertan las encuestas, lo más interesante del asunto han sido las reacciones.

Tratándose del Quijote ha sido casi irresistible condimentar el titular con un “apenas”, un “solo”, o un “tan solo” que presagiaban el festival de quejas, lamentos y jeremiadas que ha desencadenado el dato. “Hay que ver qué perezosos los españoles y qué displicentes: pues habiéndose escrito en su idioma la joya de la novelística mundial, no van los muy vagos y no la leen ¡ocho de cada diez!”.

Bien mirado, el asunto puede lamentarse pero no debería sorprender a nadie. El número de españoles sin estudios superiores que bastante han tenido con tratar de pasar el día a día como han podido, en un país con una historia reciente tan siniestra, sigue siendo altísimo. El “hábito lector” (pese a incluir las sagas de dragones y las aventuras que cumplimenta Pérez) sigue siendo bajísimo. Y tampoco puede sorprendernos a quienes sí hemos leído el Quijote entero: una novela que invita a la lectura de reclinatorio y al babeo, pero que no solo ofrece ciertas complicaciones al lego, sino que puede aburrir al lector más motivado.

A Cervantes le cuesta bastantes páginas alcanzar el tono. La primera parte está muy lejos de los vertiginosos logros de la segunda

Digámoslo rápido para evitar derrames:a Cervantes le cuesta bastantes páginas alcanzar el tono; la primera parte, imprescindible como es para procurarle masa y fondo a la novela, está muy lejos de los vertiginosos logros de la segunda. La primera vez que leí la novela (instigado por un profesor que ofrecía dos puntos positivos a quien entregase un trabajito sobre el “mobiliario” de la primera parte, donde apenas aparecen cuatro sillas y dos mesas) me pareció una lata, y no llegué a la segunda parte.

En cierto sentido tampoco debería ser esta estadística motivo de grandes lamentaciones, a menos que uno aspire a una cultura focalizada en un único objeto cultural, algo remoto y para colmo sagrado. Un objeto que no invita a la discusión. Un objeto tan desmesurado (en la mente que es el espacio donde se dirimen las discusiones literarias) que oculta o arrincona otros “hitos” de la literatura española como la novela picaresca o la poesía barroca. Esta obcecación con el Quijote tiende a confundir la “cultura” con la escalada, una vez en la vida, de una montaña agreste, y si te he visto no me acuerdo, en lugar de un proceso continuo que se extiende a diversos siglos y regiones y que nos acompaña mientras vivimos.

Lo que sí me parece de lamentar es que el año del centenario se nos esté pasando con debates de corte “editorial”: que si una nueva edición “definitiva”, que si una versión recortada para estudiantes, que si un texto adaptado al español “moderno”… Hasta aquí todo bien, lo que está pésimo es que la escena esté ocupada casi exclusivamente por debates filológicos, y que no hayan aparecido ni se las espere interpretaciones críticas, lecturas novedosas, discusiones vivas y creativas. Esta laguna se debe en parte a la sacralización (a un cáliz se le quita el polvo, que es el equivalente a desplazar las comas, pero no está sujeto a nuevas preguntas sobre su utilidad y su significado), y en parte a una desidia histórica que (con las lógicas excepciones) sí parece un rasgo peninsular.

Cervantes nació en España (poco pudo hacer el hombre para evitarlo o propiciarlo), pero su impronta ha estado mucho más viva en otros países. No fueron sus compatriotas sino los colegas británicos (Sterne y Fielding, pero también Dickens) quienes mejor asimilaron las lecciones de la novela; y la interpretación más novedosa (en su momento) y todavía vigente se la debemos a un puñado de románticos alemanes.

Sería interesante preguntarnos y precisar por qué seguimos leyéndolo y para qué

Obviamente no encontraremos un solo novelista contemporáneo que no se declare discípulo de Cervantes. ¡Faltaría más! De la misma manera que no hay un pobre diablo matriculado en una escuela de negocios que no se imagine al mirarse de perfil en la cámara del móvil como un Bill Gates en ciernes.

Dejaremos para otro momento el comprometido asunto de qué hay de cervantino en la novelística española contemporánea. Limitémonos a constatar que cuando se exhibe en el debate público el espantapájaros del Quijote casi todo se resuelve en dos familias de lugares comunes: la sobada idea de que Cervantes es el primer escritor de “meta-ficción” (cosa que ni siquiera es verdad) y la regurgitada noción de que frente a la desolada realidad lo importante son las ilusiones. Bajo estas dos coartadas se han escrito unos cuantos artefactos soporíferos y una cantidad intimidante de cursiladas evasivas. Abrazar la “herencia” cervantina ni es garantía de nada ni exime de escribir bodrios deplorables.

Uno echa de menos lecturas que se muevan fuera de estos lemas fosilizados; que atiendan al juego, al mutuo engaño consciente, al contagio de la personalidad, a las rivalidades que Cervantes dirime en el propio texto, qué se yo… Por no pedir interpretaciones nuevas, que sería lo deseable. Echo de menos que se discuta en qué medida sigue vivo el Quijote (más allá de la adhesión de compromiso) y cómo entre los escritores de hoy. No es un secreto que a uno le gustaría tener unos amigos tan inteligentes, guapos y bondadosos como fuese posible; puestos a pedir pues igual también sería mejor que en lugar de dos de cada diez fuesen tres o cuatro con cinco los españoles que han leído el Quijote “completo”, pero entretanto quizás sería interesante preguntarnos y precisar por qué seguimos leyéndolo y para qué.

Gonzalo Torné(Barcelona, 1976) es escritor.Divorcio en el aire(Literatura Mondadori, 2013) es su última novela.

Fiel a su cita casi diaria con la prensa la estadística ha tenido a bien informarnos que “dos de cada diez españoles han leído el Quijote entero”. Una vez aceptada la cifra, con las inevitables reservas que despiertan las encuestas, lo más interesante del asunto han sido las reacciones.

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