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Eduardo Maura

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Chicos, igual lo que nos toca es escuchar

A los hombres aquí nos toca ser compañeros de viaje, se puede discrepar, pero no olvidemos que esto va con nosotros, no contra, y que nadie nos quiere censurar

Foto: Concentración #METOO en Cambridge, Massachusetts. (Reuters)
Concentración #METOO en Cambridge, Massachusetts. (Reuters)

Leo estos días comentarios y reflexiones que sugieren, temen o afirman que estamos ante una ola de censura, también dicen “neopuritanismo”, auspiciada por los movimientos de mujeres como #MeToo, que, aunque no lo quieran, promueven un clima irrespirable de acusaciones.

Temen que haya excesos y que las cosas se saquen o estén ya fuera de quicio: que no haya presunción de inocencia, que se censure, que se descuelguen cuadros porque aparecen mujeres desnudas o que se mande a autores valiosos al ostracismo. La mayoría no dudan de lo justo de las reivindicaciones de las mujeres, pero piden más reflexión y menos irracionalidad. Creo que estos planteamientos son injustos. Me explico:

- El feminismo es un aliado de la libertad, no una amenaza. La lucha por la igualdad de mujeres y hombres es clave para vivir en una sociedad más abierta, con más oportunidades y más posibilidades.

- La igualdad pasa por reivindicar derechos y también por repensar los privilegios que damos por sentados. Ahí el feminismo es un aliado de los hombres: nos ayuda a revisar nuestra posición de partida en el mundo, las cosas que no se nos exigen y por las que no tenemos que responder. Nos ayuda porque podemos descubrir muchas cosas de nosotros mismos que nos hacen más libres, además de iguales. El feminismo nos ayuda a asombrarnos y a hacer las cosas mejor.

Hace escasas fechas ha tenido lugar el debate sobre un cuadro descolgado de la Manchester Art Gallery en el marco de una intervención de la artista y miembro de la Royal Academy Sonia Boyce. En el campo del arte hace tiempo que hay debate sobre las colecciones de los museos y su orientación. Debates sobre la función de los museos y cómo estos no solo acogen obras, sino que tienen más tareas: dialogar con el público, pensar las condiciones de posibilidad de la actividad artística y ser parte activa de la sociedad, no un mausoleo.

Esto afecta a la tradición artística y al arte contemporáneo. Por ejemplo, plantea el debate sobre lo eurocéntricas y blancas que son las colecciones de los museos, además de masculinas. ¿Qué se queda fuera? ¿Qué se pierde del arte presente y pasado para el disfrute común cuando tantas razas, culturas y personas no están? Muchas personas expertas hablan de reconfigurar las colecciones para hacerlas más abiertas y menos sujetas a una tradición colonialista.

Hablan de repensar la relación de las instituciones del arte con la sociedad a través de sus colecciones. Algunas hablan de que esto puede implicar la cesión de obras (deaccessioning) lo cual implica una serie de debates muy de fondo. Son debates de política cultural en los que a veces surge el problema de la censura. Es normal y sano tener ese diálogo.

Sin embargo, más que de censura contra libertad, el debate va de la relación con el pasado y el presente a través del arte que está accesible y el que no en nuestros museos, centros de arte, bibliotecas e instituciones culturales. Algunos artículos hablan de que lo de Manchester es censura y que esto, de alguna manera, tiene que ver con la ola en la que se montan las mujeres de #MeToo para sus acusaciones. Pienso que es injusto. Este es un debate potente y que abre posibilidades, no cierra nada.

Igualmente, se acusa a los movimientos de mujeres de estar siendo excesivos. Creo que a los hombres aquí nos toca ser compañeros de viaje. Por supuesto que se puede discrepar, pero no olvidemos que esto va con nosotros, no contra, y que nadie nos quiere censurar por haber pintado cuadros de ninfas, sino explicar por qué parece que solo pintamos nosotros.

Otro un debate que se asocia con todo esto es el de la hija adoptiva de Woody Allen, Dylan Farrow. La hija tiene derecho a que su testimonio se tenga en cuenta y no se descarte de antemano (principio de veracidad del testimonio de una víctima), exactamente igual que el padre es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Son principios elementales, uno ético (presunción de veracidad) y otro jurídico (presunción de inocencia). No son contradictorios: sirven para que no se pueda silenciar a una víctima cuando el sistema protege a los agresores y para que el acusado no pueda ser juzgado arbitrariamente por un poder más grande que él. Las dos situaciones pueden darse y hay casos evidentes de ambas en todas las épocas.

El caso de Dylan Farrow no lo sacó #MeToo, lo hizo ella misma hace años y ha vuelto al debate público. Lo interesante es que ahora sí está afectando a la carrera de su padre. ¿Por que no en 2014 no y sí en 2018? Porque la industria está cambiando y la están cambiando las mujeres, no para cargarse a Allen (hay quienes le defienden, como Diane Keaton, y quienes no), sino para que el sistema del cine no proteja sistemáticamente a quienes acosan, agreden y producen más desigualdad. Por ejemplo, en situaciones como las que narra Uma Thurman.

En resumen, creo que nos toca a nosotros tener mucha calma, más que a las mujeres que aspiran a ser iguales en derechos y oportunidades. Nos toca ser muy conscientes de que la batalla por la igualdad requiere eso de nosotros: escuchar, acompañar, estar atentos a lo que pasa, sin alarmas exageradas, y hablar mucho con y por quienes hacen, han hecho y harán siempre por toda la sociedad: las mujeres, trabajen o no en el cine o en cualquier otro lugar, de todas las edades y procedencias.

Leo estos días comentarios y reflexiones que sugieren, temen o afirman que estamos ante una ola de censura, también dicen “neopuritanismo”, auspiciada por los movimientos de mujeres como #MeToo, que, aunque no lo quieran, promueven un clima irrespirable de acusaciones.

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