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Morir de inanición. Por qué el Museo Nacional de la Energía se fue al garete
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Esther Aparicio Rabanedo

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Morir de inanición. Por qué el Museo Nacional de la Energía se fue al garete

Los males políticos de una institución cultural fallida, según la ex directora del programa de creación del Museo Nacional de la Energía

Foto: Museo de la Energía de Ponferrada (Patricia Seijas)
Museo de la Energía de Ponferrada (Patricia Seijas)

El Museo de la Energía de Ponferrada -protagonista de un artículo reciente de este periódico: “Todos los museos vacíos de España”- es un excelente y oportuno ejemplo con el que documentar algunas de las causas por las que los museos están vacíos. Fue un proyecto que arrastró desde el principio un grave problema de falta de consenso político. Se colocó en el centro de la batalla política local y no tan local, afectado por agentes e intereses ajenos a su desarrollo y en ese caldo de cultivo encontró mil y una barreras para su correcta consecución.

De manera que, con el cambio político y la crisis económica, como si de un elemento extraño e indeseable se tratase, no se hizo el más mínimo esfuerzo para adaptar la planificación a las circunstancias. Se intuye, por la deriva de los hechos, que la consigna fue dejar que el proyecto fuese desapareciendo por inanición, poco a poco, sin que se notase mucho. Morir por invisibilidad. Morir por ser identificado con una iniciativa planteada por el adversario político. Pero dejar morir algo, sin que lo parezca, también es política cultural y tiene diferentes expresiones según el estadio en el que esté cada proyecto que lo compone.

Foto: Una sala vacía del Museo de la Energía de Ponferrada. (Patricia Seijas)
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Dejar lo diseñado en un cajón es fácil, aunque en ese cajón se quedasen posibles soluciones en tiempos de crisis. Si nos referimos a la rehabilitación que estaba en marcha, la central térmica de Compostilla I, lo que iba a ser el edificio central del museo, la cosa se complica, porque se mantuvo una obra, que se debería haber parado por el momento económico del país, pero se continuó y se terminó con grandes modificaciones que no parece que vayan a propiciar su éxito posterior, creando un falso espejismo de que algo estaba en marcha, pero sin que sepamos, a día de hoy, el para qué de ese edificio.

Por último, en lo que se refiere a la Fábrica de la Luz, de la que se habla en el artículo, es un elemento incómodo, porque ya está en marcha y siendo una infraestructura premiada internacionalmente y apreciada por aquellos que la visitan, se ha mantenido abierta con altibajos, incluso con períodos en los que la entrada estaba muy limitada a días concretos.

Fue un proyecto que arrastró desde el principio un grave problema de falta de consenso político. Se colocó en el centro de la batalla política local y no tan local

Su personal hace grandes esfuerzos por mantener la actividad, hay excelentes profesionales allí, pero se necesita mucho impulso y un plan de gestión diverso y con margen de maniobra para que su actividad dé fruto, sobre todo, porque ese museo siempre se pensó como un elemento en relación con otros que componían lo que iba a ser Museo Nacional de la Energía. Por lo tanto, no puede cumplir con las expectativas que se plantearon para un proyecto que ya no existe y del que la Fábrica de la Luz es solo una pequeña parte, que camina en solitario como puede, y que, por lo que se ve, languidece a la espera de encontrar su lugar en este ya no tan nuevo contexto.

Toda esta deriva ha tenido como resultado algo que en el inicio del proyecto se quería evitar a toda costa: que las infraestructuras fuesen un peso muerto para la comunidad. Porque planificación había desde el primer momento y en todos los aspectos del proyecto. Se pudo desarrollar un trabajo técnico impecable, no exento de errores, desde luego, pero en el que se siguió el procedimiento de cómo debe ser la planificación de un museo, sin injerencias políticas o de otra clase en el trabajo técnico, para el que se contó con la colaboración y la labor cualificada de muchas instituciones, empresas y personas.

Por último, el Museo Nacional de la Energía se planificó con una visión de red, siguiendo la estela de otros que existían ya, tanto dentro como fuera del país. De red local en la que, por una parte, se establecía una vinculación con el territorio de El Bierzo, dado que la trayectoria histórica de ese lugar tiene todo que ver con la energía y, por otra, en estrecha relación con la planta de investigación en captura de CO2 y otros proyectos de I+D+i que desarrollaba la propia fundación a la que pertenece ese museo. Se trataba de mostrar en la instalación museística los avances de una investigación sobre la que se tenían grandes expectativas a nivel mundial, que había recibido una importante subvención de la Comisión Europea, y cuya infraestructura ha corrido parecida suerte a la del museo.

Morir por invisibilidad. Morir por ser identificado con una iniciativa planteada por el adversario político

La red tenía también ámbito nacional e internacional, se pretendía vincular a museos como el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología y a otros con los que compartía temática y, también, con los más punteros centros de investigación del mundo como, por ejemplo, el MIT de Massachusetts, con los que ya se habían establecido relaciones para incorporar sus más innovadoras investigaciones en las exposiciones del museo. Además, se exploraron redes no tan evidentes relacionadas con el mundo del arte, el cine, el diseño, el deporte, la gastronomía, la tecnología u otras actividades turísticas de la zona, siempre con un hilo conductor, sin perder la identidad, pero buscando oportunidades en la transversalidad.

Se trataba de tejer relaciones que permitiesen posteriores proyectos conjuntos de diversa naturaleza en las diferentes áreas que componen una institución museística. Estas sinergias programadas hubieran generado oportunidades de retornos de investigación, de educación, de conocimiento, de divulgación científica, de ampliación de redes. También retornos turísticos, económicos, de interés de los visitantes y por tanto de relevancia pública, tan necesaria cuando se coloca un museo nacional en un entorno físico como el suyo. Pero nada de eso ha sucedido al aislar cada eslabón de la cadena programada en el proyecto, suprimir la mayor parte del mismo y, sobre todo, porque se necesitaba tiempo para desarrollar un trabajo serio y continuado cuyos resultados se irían viendo a medio y largo plazo.

Se dice, con toda la razón, que muchos museos se construyeron sin proyecto, pero ese no es el caso del Museo Nacional de la Energía. Proyecto había para todas sus fases, además se fue comunicando con exposiciones, asistencia a ferias e incluso con una serie de videos de divulgación de cómo se hace un museo. Por lo tanto, sus males no se pueden achacar a eso y sería una pena que estuviese metido en una tipología de enfermedad museística que no le corresponde, está vacío, como muchos otros, pero el origen de sus males no está en la planificación. Le sobró mala praxis política y le faltó tiempo.

Enfermedad, maná y vacío

Durante mucho tiempo, al hilo del éxito de grandes museos y operaciones museísticas, se contagió una especie de enfermedad en la que cada lugar quería tener el suyo propio. Bastaba con hacer un edificio, colocar una exposición de una manera más o menos digna y se suponía que sólo por la mera existencia de un espacio con un cartel en la fachada, las personas empezarían a entrar por la puerta. Estos proyectos se vendían como si fuesen parte de un maná que vendría a solucionar los problemas económicos del lugar y a subrayar sus características identitarias. Nadie se planteaba muy bien de qué manera se conseguiría eso, era algo que sucedería sin más, como si todos estos interrogantes no formasen parte esencial de la decisión de crear un museo.

Existen multitud de ejemplos de este tipo por toda la geografía española. La planificación, si existía, se identificaba con unos edificios para los que se usaban fondos nacionales y europeos que llegaban hasta la inauguración. Una vez pasado el efecto apertura, los flashes se iban y ahí se quedaban los espacios, abriendo y cerrando la puerta, intentando desarrollar actividades, en muchos casos con una gran voluntad e imaginación, pero sin los recursos mínimos para cumplir esa pretendida función de atraer visitantes al territorio, algo que debería ser una más de las funciones que debe cumplir un museo.  No se pensaba en el día después, el día después era una especie de “terra incógnita” en la que hoy muchos museos languidecen sin rumbo, varados como un problema cuando podrían haber formado parte de la solución. 

Y es que la creación de un museo de verdad, y además que funcione, no es una tarea fácil. Son proyectos que hay que acometer pensando en el largo plazo, porque son instituciones que tienen sentido si permanecen y contribuyen al bienestar de las poblaciones en las que se asientan. Por eso, en su creación, lo primero que hay que considerar es si existe la necesidad de hacerlo, si tras esa reflexión se sigue adelante con la idea, es preciso que estén presentes al menos cuatro elementos: compromiso político que vaya más allá de la inauguración, planificación minuciosa de todas las fases y aspectos del proyecto, desde la idea inicial hasta el diseño de su funcionamiento, control de obras e infraestructuras que son las que más presupuesto necesitan y gestión profesional con capacidad y margen de actuación.  Sin al menos todos estos ingredientes la receta de la tarta no puede salir bien.

* Esther Aparicio Rabanedo es consultora de organización de turismo y museos y fue directora encargada de crear el Museo Nacional de la Energía entre el año 2007 y 2012

El Museo de la Energía de Ponferrada -protagonista de un artículo reciente de este periódico: “Todos los museos vacíos de España”- es un excelente y oportuno ejemplo con el que documentar algunas de las causas por las que los museos están vacíos. Fue un proyecto que arrastró desde el principio un grave problema de falta de consenso político. Se colocó en el centro de la batalla política local y no tan local, afectado por agentes e intereses ajenos a su desarrollo y en ese caldo de cultivo encontró mil y una barreras para su correcta consecución.