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La última novela de Stephen King es más mala que los nazis, pero le amamos
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Juan Soto Ivars

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La última novela de Stephen King es más mala que los nazis, pero le amamos

De lo que yo quería escribir, y este libro es una excusa, es del motivo por el que no me importa que tus últimos libros sean flojos

Foto: 'El visitante' es la última novela de Stephen King (EFE)
'El visitante' es la última novela de Stephen King (EFE)

Compré tu última novela, Stephen, en la estación de Sants de Barcelona. 'El visitante' empieza muy bien y luego se va desmoronando. Sé que dejaste la farla hace mucho tiempo pero este libro recuerda a una bolsa de cocaína. Las primeras líneas te llevan al cielo y dan ansia, pero a medida que se apelotonan llega la debacle y el deliro. Hacia la página 360 ya no me importa lo que les pueda ocurrir a los protagonistas, y el final, con el combate a muerte en el interior de una cueva que parece de cartón piedra, es para matarte a ti a raquetazos. Pero no escribiría esto, Stephen, si mi intención fuera hablar mal de uno de tus libros.

No existen motivos para difamarte. Te quiero como se quiere solamente a los escritores muertos. Qué suerte que la furgoneta aquella que te pasó por encima no te convirtiera en uno de ellos. 'El visitante' tampoco es tu peor libro. El planteamiento, un asesino capaz de transformarse y dejar huellas de inocentes en sus víctimas, es bueno. Y la narración tiene suficientes brotes de genio como para que merezca la pena darse el empacho. Y has inventado a Holly, un personaje que me hace preguntarme cómo te las apañas para crear una inspectora memorable de pronto, cuando la novela ya ha empezado a desinflarse.

placeholder 'El visitante' (Plaza
'El visitante' (Plaza

A la novela le fallan estrepitosamente el malo y las pesquisas. El “visitante” resulta ser un diablillo patético a años luz del risueño Randal Flagg que te inventaste en 'La danza de la muerte', y las pesquisas para descubrirlo resultan tan cansinas y repetitivas que uno desea que lo encuentren sólo para que dejen de buscarlo. Pero de lo que yo quería escribir, y esta novela es una excusa, es del motivo por el que no me importa que tus últimos libros sean flojos. De la razón por la que seguiré comprando y devorando alegremente todo lo que escribas y buscaré hueco en los estantes para ampliar la colección. Hay escritores que te deslumbran una vez, dos, tres o cuatro, pero luego te decepcionan y no vuelves a leerlos nunca más (no pasa contigo). ¿Por qué?

Esta tarde se me ocurren tres motivos:

Primero: el pueblo te adora pero escribes bajo el menosprecio de los críticos pedantes. Has descrito la vida mediocre de los pobres como si fueras Gorki y la paz precaria de los burgueses como si fueras Roth. Lo que Auster hace sufridamente con Nueva York lo haces tú con Maine con la punta de la polla. Has narrado las vicisitudes de familias complicadas con trazos tan precisos como los de Franzen y has creado atmósferas tan barrocas y claustrofóbicas como las de McCarthy. Pero has escondido toda esa observación humana en intrincados laberintos, entre mutantes y reptiles, bajo la capa de los vampiros y los sudarios de los muertos. Ocultarle a la crítica infeliz tu genio literario, tu disfrute, ya es algo por lo que te admiraré siempre. Que se mueran sin descubrir tus perlas mientras Joyce les ayuda a dormir la siesta.

Has descrito la vida mediocre de los pobres como si fueras Gorki y la paz precaria de los burgueses como si fueras Roth

Segundo: tu imaginación es desbordante, no existe nada igual. De tu chistera ha salido una enfermera adicta a la novela cursi que secuestra a su autor favorito y lo tortura para que siga escribiendo; una mujer esposada a la cama, atrapada allí cuando su marido cae muerto mientras follaban; una epidemia de supergripe que diezma a la población mundial y obliga a los supervivientes a recomenzar otra sociedad de cero; una maldición diabólica que azota un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra cada 28 años matando a varios niños; una niña con el poder de incendiar cosas con la mirada, una adolescente que desarrolla telequinesia cuando tiene su primera menstruación, etcétera.

placeholder Stephen King en la PEN America Literary Gala de Nueva York en 2018 (Reuters)
Stephen King en la PEN America Literary Gala de Nueva York en 2018 (Reuters)

También un coche es poseído por el demonio, un piloto que da una cabezada y descubre que el avión comercial que manejaba está vacío, un cementerio de mascotas maldito del que los animales enterrados regresan arrastrándose, un puesto de comida rápida con una trampilla que permite viajar en el tiempo, un perro San Bernardo mordido por un vampiro, un pueblo donde todos los habitantes empiezan a mutar y a comunicarse por telepatía. Etcétera, etcétera, etcétera.

Tercero: Has dedicado buena parte de tus novelas, casi todas, a tu mujer, Tabitha King.

Hasta en tus peores libros hay tramos maravillosos, recursos brillantes de estilo que deslumbran como relámpagos en medio de la monotonía, personajes complejos y llenos de vida. Quizás eso sea lo mejor de ti y lo que nos mantiene enganchados: utilizas el horror como pretexto para escribir sobre la vida, todo lo contrario que otros escritores más valorados que tú, que parecen usar la vida como pretexto para escribir un puto horror.

Compré tu última novela, Stephen, en la estación de Sants de Barcelona. 'El visitante' empieza muy bien y luego se va desmoronando. Sé que dejaste la farla hace mucho tiempo pero este libro recuerda a una bolsa de cocaína. Las primeras líneas te llevan al cielo y dan ansia, pero a medida que se apelotonan llega la debacle y el deliro. Hacia la página 360 ya no me importa lo que les pueda ocurrir a los protagonistas, y el final, con el combate a muerte en el interior de una cueva que parece de cartón piedra, es para matarte a ti a raquetazos. Pero no escribiría esto, Stephen, si mi intención fuera hablar mal de uno de tus libros.

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