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Olduvai y el origen del ser humano: un proyecto español en la cuna de la Humanidad
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Manuel Domínguez-Rodrigo

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Olduvai y el origen del ser humano: un proyecto español en la cuna de la Humanidad

Manuel Domínguez-Rodrigo, uno de los científicos españoles que persiguen el origen de nuestra especie en Olduvai, cuenta su experiencia de primera mano

Foto: Gargantas de Olduvai
Gargantas de Olduvai

Llevamos milenios obsesionados con nuestros orígenes, primero buscándolos con el mito y luego con la filosofía. Sin embargo, nunca hemos estado tan cerca de poder desentrañarlos. Tenemos en África un registro muy rico de fósiles humanos de más de seis millones de años que dan certeza a nuestra evolución biológica en dicho continente. Sólo en su último tercio, en especial a partir de hace 2.5 millones de años, aquellas criaturas bípedas que moraron las sabanas africanas durante los cuatro millones de años anteriores, empezaron a proyectar su mente en el espacio y en el tiempo de un modo nuevo. Esas mentes, en proceso de convertirse en humanas, empezaron a crear herramientas de piedra y a consumir carne y mucho más importante, a crear lugares especiales en el espacio producto de un nuevo modo de organización social. Dichos lugares, hoy convertidos en yacimientos arqueológicos, vieron nacer las primeras conductas solidarias y cooperativas del ser humano, articuladas en torno a la consecución y compartimiento intencionado del alimento por parte del grupo, transformado en su colectividad en objeto de selección natural. Dichos yacimientos son preciosas ventanas de valor incalculable a un mundo ignoto, el que nos definió como humanos.

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Aunque existen algunos de estos yacimientos en varias partes del continente africano, la Garganta de Olduvai en Tanzania ha conservado el único conjunto de yacimientos creado por aquellos antepasados sin distorsión por el efecto de procesos postdeposicionales. En ningún otro lugar del mundo podemos abrir esas ventanas al pasado y descubrir grupos de aquellos protohumanos moviéndose en el espacio y realizando actividades que hoy nos definen como el primate excepcional que somos y que nos separan del resto de nuestros primos evolutivos. En algunos de esos yacimientos, los arqueólogos estamos viendo los huesos de aquellos animales consumidos por aquellas criaturas y sus herramientas tal cual fueron vistos por los ojos y las mentes que los crearon hace casi dos millones de años. El inmenso potencial de información preservado en dichos lugares es único y fundamental para entender cómo apareció la mente y conducta humanas. Su preservación ha sido algo fortuito unido a una gran explosión volcánica que sepultó todo el paisaje que los contenía al poco de haberse formado, preservando para la humanidad que iba a evolucionar posteriormente, un testimonio vital de sus primeros pasos evolutivos.

Hasta que llegamos a Olduvai solo se conocía un yacimiento en los estratos más antiguos de la garganta creado casi exclusivamente por aquellos primeros humanos a los que los paleoantropólogos llamamos homininos. En menos de una década hemos cuadriplicado el número de yacimientos de homininos conocido y hemos abierto ventanas nuevas a ese pasado fascinante. Estos yacimientos nuevos están llamados a constituir la espina dorsal en las próximas décadas de la reinterpretación de cómo nos convertimos en lo que somos y encontrar nuestro lugar en este universo. Que nuestro país esté jugando un papel vital en estos descubrimientos únicos nos hace sentir privilegiados.

Llevamos milenios obsesionados con nuestros orígenes, primero buscándolos con el mito y luego con la filosofía. Sin embargo, nunca hemos estado tan cerca de poder desentrañarlos. Tenemos en África un registro muy rico de fósiles humanos de más de seis millones de años que dan certeza a nuestra evolución biológica en dicho continente. Sólo en su último tercio, en especial a partir de hace 2.5 millones de años, aquellas criaturas bípedas que moraron las sabanas africanas durante los cuatro millones de años anteriores, empezaron a proyectar su mente en el espacio y en el tiempo de un modo nuevo. Esas mentes, en proceso de convertirse en humanas, empezaron a crear herramientas de piedra y a consumir carne y mucho más importante, a crear lugares especiales en el espacio producto de un nuevo modo de organización social. Dichos lugares, hoy convertidos en yacimientos arqueológicos, vieron nacer las primeras conductas solidarias y cooperativas del ser humano, articuladas en torno a la consecución y compartimiento intencionado del alimento por parte del grupo, transformado en su colectividad en objeto de selección natural. Dichos yacimientos son preciosas ventanas de valor incalculable a un mundo ignoto, el que nos definió como humanos.