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Es hora de cancelar a Papá Noel: así perpetúa este 'señoro' la cultura de la violación
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Juan Soto Ivars

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Es hora de cancelar a Papá Noel: así perpetúa este 'señoro' la cultura de la violación

El mito posee además todos los rasgos de lo colonial e imperialista; es rico y posee propiedades inmobiliarias en zonas sensibles al impacto humano y azotadas por el calentamiento global

Foto: Un niño abraz a Papá Noel en un parque navideño de Buenos Aires (Argentina)
Un niño abraz a Papá Noel en un parque navideño de Buenos Aires (Argentina)

El hecho de que cada solsticio de invierno un 'señoro' corpulento penetre por la chimenea y atente contra la seguridad del hogar es un asunto problemático y una forma más en la que la cultura de la violación queda perpetuada. La amenaza de intromisión de este 'boomer' blanco y heterosexual se cierne sobre personas identificadas como mujeres, pudiendo revivir toda clase de traumas y revictimizándolas, y además ofrece una pervertida enseñanza a la infancia: les dice que deben fiarse de cualquier hombre de avanzada edad que aparezca de pronto en su casa, más todavía si les ofrece regalos. Desde esta perspectiva es fácil entender por qué caen más tarde en la trampa de los pedófilos. Es hora de cancelar a Papá Noel.

Muchas personas están investigando los efectos perniciosos de los cuentos infantiles. Se ha demostrado que Caperucita es una apología de la violación y que el beso de la Cenicienta perpetúa los roles de género y alienta los contactos sexuales no solicitados, minando el consentimiento. Se ha deconstruido con éxito la masculinidad hegemónica de historias más contemporáneas como Star Wars y se ha abolido el machismo de Cazafantasmas sustituyendo a los señoros por mujeres empoderadas. En una época de cambios positivos en las narrativas, me extraña que no se haya propuesto antes la cancelación de ese peligroso mito que nos recuerda cada diciembre que no estamos a salvo de los merodeadores ni siquiera en nuestra vivienda.

No hay escapatoria: la tradición capitalista y heteropatriarcal permite que se cuele en casa un magnate barbudo

Mientras se gestionan espacios seguros en las universidades para que los estudiantes puedan huir de puntos de vista ofensivos, peligrosos e hirientes; mientras proliferan los puntos lila en los festivales de música para que las personas ofendidas por las letras de las canciones que han pagado por escuchar puedan emitir sus quejas, el propio hogar se ve sin embargo violado por esta presencia con total impunidad. No hay escapatoria posible: la tradición capitalista y heteropatriarcal permite que se cuele en casa un magnate barbudo, que nos tienta con productos no siempre solicitados que suponen un grave impacto para el medio ambiente.

El mito de Papá Noel posee además todos los rasgos de lo colonial e imperialista. Es evidente que es rico y posee propiedades inmobiliarias en zonas sensibles al impacto humano y azotadas por el calentamiento global. Además, la forma en la que conquista simbólicamente el hogar ofreciendo a cambio productos manufacturados supone una explotación simbólica de los cuerpos y las culturas, y puede leerse con facilidad en clave de metrópolis-territorio-ocupado. Pese a que su origen es europeo, los Estados Unidos hicieron una apropiación cultural, y hoy sus colores corporativos son sospechosamente hoy parecidos a los de Coca-Cola.

Prostitución navideña

Incluso más allá del mito, la pervivencia de Papá Noel en la cultura supone una asfixiante presión para las personas con bajos ingresos o en situaciones de exclusión social. La tradición las obliga a trabajar horas extra en una suerte de prostitución destinada a satisfacer sexualmente la imagen metafórica de este hombre poderoso. Papá Noel penetra con impunidad y sin consentimiento, de forma heteronormativa, en hogares necesitados: todo lo que se trabaja para pagar este tributo debe ser considerado desde ahora como una explotación.

Además explota a los animales, utilizando a un grupo de renos para tirar de los pesados carros repletos de mercancías

Para colmo, Papá Noel también cosifica: nos introduce en una dialéctica de la persona-producto-mercancía en la que el valor y el precio se confunden, y la condición humana queda sometida al consumo capitalista. Ni que decir tiene que la paridad de género no ha sido una preocupación para este empresario explotador de elfos, que no contrata a mujeres o, si las emplea, es siempre para desempeñar labores de cuidados y hornear galletas. Además explota a los animales, utilizando a un grupo de renos para tirar de los pesados carros repletos de mercancías, algunos de los cuales muestran heridas visibles en los hocicos encarnados.

Es por todo esto, por todas estas evidentes microagresiones, que el imaginario de Papá Noel debe ser cancelado de inmediato. No podremos sentirnos seguros mientras un corpulento violador barbado pueda presentarse en casa. Las historias no son inocentes. Perpetúan situaciones de desigualdad y explotación. En este solsticio de invierno, si ese señoro entra en mi casa le enchufaré en la cara mi spray de pimienta y tuitearé su intentona de allanamiento para convocar a toda clase de personas comprometidas contra cualquier tipo de abuso.

El hecho de que cada solsticio de invierno un 'señoro' corpulento penetre por la chimenea y atente contra la seguridad del hogar es un asunto problemático y una forma más en la que la cultura de la violación queda perpetuada. La amenaza de intromisión de este 'boomer' blanco y heterosexual se cierne sobre personas identificadas como mujeres, pudiendo revivir toda clase de traumas y revictimizándolas, y además ofrece una pervertida enseñanza a la infancia: les dice que deben fiarse de cualquier hombre de avanzada edad que aparezca de pronto en su casa, más todavía si les ofrece regalos. Desde esta perspectiva es fácil entender por qué caen más tarde en la trampa de los pedófilos. Es hora de cancelar a Papá Noel.

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