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Álex de la Iglesia

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Reflexiones tempestivas

Sin la cultura no sabremos discernir qué es lo más urgente, no encontraremos la vacuna, no nos apoyaremos unos a otros en la adversidad, no saldremos a aplaudir al balcón

Foto: Dibujo para la banda de la Policía Municipal de España, que toca en homenaje a los sanitarios. (Reuters)
Dibujo para la banda de la Policía Municipal de España, que toca en homenaje a los sanitarios. (Reuters)

Son momentos extraños. Recuerdo la decepción del año 2000. En el patio del colegio leíamos el 'Flash Gordon' de Buru Lan y soñábamos con el futuro, un lugar de colores brillantes, donde la gente vestiría relucientes botas de cuero hasta las rodillas y trajes de licra, que resaltarían nuestra admirable musculatura. Nos fascinaba el vehículo de Los 4 Fantásticos aterrizando suavemente en el tejado del edificio Baxter, y los rascacielos estarían conectados por puentes en una ciudad interminable que, al mirar hacia abajo, se perdería en el infinito, y hacia arriba el cielo resplandecería, plagado de naves de dos plazas, para volar el finde a tu residencia de verano.

Bueno, pues no. Caímos en una depresión cuando descubrimos que el año 2000 no era el que esperábamos. Todo era una ordinariez, los coches tenían ruedas e iban a seguir teniéndolas durante mucho tiempo. El rodaje de nuestra vida permanecería en los mismos decorados manoseados y feísimos. Afortunadamente, resultó una decepción general, y los de la clase media no lo llevamos tan mal. Seguíamos esperando el futuro, esperanzados. Ahora, ya está aquí. El futuro es esto que acaba de darnos una buena hostia en los morros. Las ruedas, los puentes y Flash Gordon han pasado a segundo plano. El futuro real que acaba de llegar es más cabrón, cruel y demente que el que pueda imaginar el guionista de series más perverso y desalmado. Vivimos dentro de un episodio de 'Black Mirror', pero la directora de 'casting' ha escogido para regir los destinos de la humanidad a los protagonistas de 'Tiger King'.

Como en una producción de serie B, compartimos el mismo futuro que los neoyorquinos, franceses o italianos: el horror nos iguala

Las calles están vacías, todos somos el Hombre Omega. Como en la canción de Parálisis Permanente, vivo "encerrado en mi casa, todo me da igual, ya no necesito a nadie, no saldré jamás". Pero es mentira, sí que necesitamos a los demás. Ahora más que nunca. Dios bendiga a todos los que nos protegen de verdad, los que están afuera, currando las 24 horas del día para salvarnos literalmente la vida, y que este infierno se acabe lo antes posible. Si no es por ellos, habríamos perdido la esperanza.

Lo mejor del día, sin duda alguna, es aplaudir a las 20:00 mirando al vecino, que no sabemos quién es, pero le sonreímos, y aplaudimos con todas nuestras fuerzas. Sin embargo, a las 20:15, la cosa cambia y comienza el reino del capitán 'A Posteriori', el mundo del "ya te lo dije", el planeta de "esto no se hace así". Como en una producción de serie B, compartimos el mismo futuro que los neoyorquinos, franceses o italianos, el horror nos iguala, y, sin embargo, los cretinos hacen carreras para ver quién lo lleva mejor en las estadísticas, quién ha tardado más en tomar medidas, quién es el culpable de nuestra desgracia.

El sistema capitalista funciona si el viento sopla a favor, pero deja de hacerlo cuando surgen situaciones 'imposibles' como esta

Cuando llega la noche no puedes criticar a nadie, salvo a ti mismo. Quizá sea un buen momento para aprender, y abandonar de una vez por todas el planeta Mongo, donde todo se hace mal, cuando se podía hacer mucho mejor. En este futuro en el que nos encontramos, yo no quiero coches sin ruedas. No quiero naves espaciales, ni trajes de licra. Ahora, en la oscuridad de la noche, advierto, aterrado, que lo único que necesito de verdad es que cuando vaya a un hospital, me atiendan. Todos sabemos ahora (hasta Boris Johnson lo sabe) que no necesitamos más. Cuando esto se calme, cuando el susto se nos olvide, debemos mantener la cabeza bien fría, porque habrá que repensarlo todo.

El racionalismo del siglo XIX, el liberalismo pragmático, el bueno de Milton Friedman, en definitiva, el 'capitalismo classic' que ha regido los destinos del pensamiento occidental desde hace décadas, no funciona. Antes no se percibía con tanta claridad, porque los que escriben la historia se guardaban siempre un 'deus ex machina' para el tercer acto. Ahora no, ahora no se salva ni el apuntador, y advertimos con estupor cómo el sistema funciona si el viento sopla a favor, pero deja de hacerlo cuando surgen situaciones 'imposibles' como esta.

Sin alternativas

La cabaña de paja salió por los aires, porque todos pensábamos que el lobo era parte de un discurso extravagante y alarmista escrito por los mismos guionistas del calentamiento global. Esta confianza en la bondad del futuro y la solidez de las instituciones es un regalo que nos ha dejado el neoliberalismo de los ochenta, que no leía a los hermanos Grimm. El endurecimiento de la conducta moral de cierta clase dirigente es comparable a la de Harry Lime, el personaje interpretado por Orson Welles en 'El tercer hombre'. Desde la noria, algunos políticos ven pasar a las personas como si se tratasen de hormigas, y deciden con frialdad cuántos cientos de miles pueden aplastar con el dedo, para que la economía no se resienta.

Yo solo hago películas. Mucho me parece. Hacerlo bien es 'jodido'. Pero mucho más difícil, no lo olvidemos nunca, es currar en Urgencias

No sabemos qué pensar porque no hay alternativas. El desamparo, la incertidumbre, el estremecimiento de no tener ni la más remota idea de lo que sucede en este maldito mundo, nos dinamita la confianza en nosotros mismos. Nos vendieron que éramos héroes individuales, que cuanto mayor fuese nuestra libertad, mayores posibilidades teníamos de mejorar lo que se encontraba a nuestro alrededor. Nos sentíamos capaces de todo sin ayuda de nadie. Algún día seríamos como Flash Gordon, que él solito conquistó el planeta Mongo. Bueno, ese modelo hay que olvidarlo. Para que esto funcione, hay que dejar de leer 'Flash Gordon'. Olvidemos la tramposa promesa de un futuro mejor, buscando un decorado que tape las grietas de la puesta en escena que tenemos delante. Prestemos atención al presente, que es lo único que existe.

Primero la vida, luego todo lo demás

Vivamos aquí, y ahora, sabiendo quiénes somos: los vecinos de Portugal, un país que adoro. Cambiemos las reglas. Las que tenemos nos conducen a la casilla de salida. Apostar por el individuo parece probado que no es eficaz, que a Flash Gordon todo este asunto le queda grande. Por eso hay que repensar un sistema global que pueda hacer frente a lo que nos viene encima. Y en esto pienso yo, mientras mis hijas me quitan el teclado, recaliento los macarrones y me clavo un Playmobil en el pie, por andar descalzo.

Sin cultura no aguantaríamos la vida, que no deja de ser, en definitiva, un largo confinamiento

Aprovecho la noche para escribir y contar historias, es mi curro, la gente necesita desconectar. Por favor, valorad lo que digo en la medida en que se lo merece: poco. Yo solo hago películas. Como dice Sturges, nuestro servicio a la humanidad es ese: entretener. Mucho me parece. Hacerlo bien es 'jodido'. Pero mucho más difícil y más importante, no lo olvidemos nunca, es currar en Urgencias. Ojalá un día podamos sentirnos tan útiles como un celador de hospital.

Primero la vida, y luego todo lo demás. ¿Quién puede negar eso? Nadie con dos dedos de frente. La cultura nunca estará por delante de la supervivencia, pero tampoco detrás, porque sin la cultura no sabremos cómo sobrevivir. Sin la cultura no sabremos discernir qué es lo más urgente, no encontraremos la vacuna, no nos apoyaremos unos a otros en la adversidad, no saldremos a aplaudir al balcón. Sin cultura no aguantaríamos el confinamiento. Sin cultura no aguantaríamos la vida, que no deja de ser, en definitiva, un largo confinamiento.

Son momentos extraños. Recuerdo la decepción del año 2000. En el patio del colegio leíamos el 'Flash Gordon' de Buru Lan y soñábamos con el futuro, un lugar de colores brillantes, donde la gente vestiría relucientes botas de cuero hasta las rodillas y trajes de licra, que resaltarían nuestra admirable musculatura. Nos fascinaba el vehículo de Los 4 Fantásticos aterrizando suavemente en el tejado del edificio Baxter, y los rascacielos estarían conectados por puentes en una ciudad interminable que, al mirar hacia abajo, se perdería en el infinito, y hacia arriba el cielo resplandecería, plagado de naves de dos plazas, para volar el finde a tu residencia de verano.

Boris Johnson