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Ni apocalipsis ni transhumanismo: lo inquietante del futuro es lo largo que será
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Jesús Zamora Bonilla

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Ni apocalipsis ni transhumanismo: lo inquietante del futuro es lo largo que será

El progreso tecnocientífico, social y económico es improbable que continúe durante mucho tiempo al ritmo frenético que ha tenido en Occidente en los últimos siglos

Foto: El transhumanismo cree que los seres humanos romperemos los límites biológicos. (Istock)
El transhumanismo cree que los seres humanos romperemos los límites biológicos. (Istock)

Vivimos tiempos apocalípticos, no porque la pervivencia de la humanidad en los siglos venideros se halle realmente amenazada, sino porque la ideología dominante se basa en la creencia de que la civilización occidental-capitalista-y-patriarcal es tan intrínsecamente nociva que ahora mismo solo habría dos futuros posibles: o bien acabamos con ella, sustituyéndola por una arcadia simple y virginal, o bien será ella la que se nos llevará por delante en un colapso planetario “antes de que pase esta generación” (que dijo mi tocayo más famoso).

No cabe duda de que los problemas a los que se deben enfrentar las naciones en estas primeras décadas del siglo XXI son formidables, a la altura de algunos de los más terribles que han tenido que sortear o sufrir nuestros antepasados, y de entre estos problemas la crisis ecológica a la que puede conducirnos el calentamiento global es uno de los más alarmantes. Pero los escenarios en los que el cambio climático sería tan grave como para implicar un auténtico derrumbamiento de la civilización (en vez de unos meros procesos de reajuste, todo lo desgarradores social y económicamente que queramos imaginar, pero reajuste y no colapso, al fin y al cabo) son demasiado poco probables, aunque no tanto como para perderlos de vista del todo, por si llegado el caso hubiera que actuar con mucha mayor contundencia.

placeholder Nueva evidencia del calentamiento global. Los lagos árticos se han congelado en invierno cada vez más tarde en los últimos decenios (EFE)
Nueva evidencia del calentamiento global. Los lagos árticos se han congelado en invierno cada vez más tarde en los últimos decenios (EFE)

Apocalípticos vs transhumanistas

Para hacernos una idea más precisa: echando cuentas de los costes económicos y humanos que se estima que podría tener el cambio climático en los peores escenarios, resulta que en lo que queda de siglo se habla de unas pérdidas globales que podrían llegar a eliminar un 20 o un 30% del PIB (con lo que nuestros bisnietos, suponiendo un famélico crecimiento económico de un 2% anual desde aquí hasta el 2100, serían solo 3,6 veces más ricos que nosotros, en vez de 4,8 veces), y de una cantidad de víctimas mortales que podría llegar a los mil millones de personas. Pero un lastre al crecimiento del PIB de un tamaño similar al mencionado es más o menos de la misma magnitud que el que se calcula que tiene el causado por la corrupción política; y una cifra de víctimas semejante es la que se podría atribuir en ese mismo plazo al consumo de tabaco y alcohol si se mantienen las tendencias actuales. Y estamos hablando, repito, de los escenarios climáticos más pesimistas. Así que, con perdón de los apocalípticos, el calentamiento global (gracias a las acciones que sin duda se están y se seguirán llevando a cabo para reducir las emisiones de CO2) no tiene más visos de ir a terminar con todos nosotros que el tráfico de influencias, los cigarrillos o las copas, calamidades estas que, por supuesto, también haríamos bien en reducir el máximo posible.

Otra de las modernas sectas intelectuales, la de los transhumanistas, están entusiasmados con la esperable longevidad de nuestra especie

A mí, en realidad, lo que me angustia de nuestro porvenir no es el miedo a que sea demasiado breve o tenebroso, sino más bien todo lo contrario: el hecho de que tenemos por delante un próspero futuro casi inconcebiblemente largo. En el extremo opuesto de los apocalípticos, otra de las modernas sectas intelectuales, la de los transhumanistas, están entusiasmados con la esperable longevidad de nuestra especie, pero porque piensan que va a llevarnos aceleradamente a un proceso en el que conseguiremos transcender nuestras limitaciones biológicas, y nos extenderemos por el espacio galáctico en forma de inteligencias puras casi despegadas de lo material, o en todo caso, viviendo en cuerpos hipertuneados que ya poco recordarán a nuestros miserables y patéticos chasis de mamíferos.

placeholder Un oso polar, una de las especies más amenazadas por el cambio climático. Foto: Unsplash
Un oso polar, una de las especies más amenazadas por el cambio climático. Foto: Unsplash

Yo, en cambio, opino que el progreso tecnocientífico, social y económico es improbable que continúe durante mucho tiempo al ritmo frenético que ha tenido en Occidente en los últimos siglos y en otros lugares en las últimas décadas. Los humanos de dentro de un milenio disfrutarán seguramente de unos niveles de bienestar mucho mayores que la mayoría de nuestros contemporáneos, sobre todo que quienes ahora viven en los países menos desarrollados, pero su vida seguirá pareciéndose mucho a la nuestra en aspectos fundamentales: seguirá habiendo científicos, pero descubrimientos tan revolucionarios como los de un Newton, un Darwin o un Einstein serán cada vez más infrecuentes; tendrán mejor salud y más longevidad, pero no inmortalidad ni auténticos superpoderes; podrán hacer un uso más eficiente y abundante de la información y tendrán unos mayores niveles educativos y culturales, pero no la posibilidad de disfrutar de obras sustancialmente mejores que una sonata de Beethoven o una película de Spielberg; el riesgo de morir violentamente o de caer en trabajos deshumanizadores será minúsculo, pero seguirá sin haber un superyate para cada uno; el medioambiente se habrá recuperado relativamente de los peores daños sufridos hasta ahora, pero a costa de no poderlo visitar muy a menudo. Y sobre todo, sospecho que habrán sido incapaces de desplazarse masivamente a grandes distancias a una velocidad mucho mayor que las de los modernos medios de transporte, tanto en la superficie terrestre como más allá, por lo que, además de no poder viajar demasiado (o hacerlo lentamente, pues, eso sí, tendrán bastante tiempo libre como para poder permitírselo), tampoco lograrán extenderse mucho más allá de los límites del sistema solar, donde, en todo caso, las colonias espaciales que se puedan fundar vivirán siempre gracias a un precario y carísimo cordón umbilical que las mantenga unidas al único ecosistema realmente viable a largo plazo: el de nuestro planeta.

Seguirá habiendo científicos, pero descubrimientos revolucionarios como los de un Newton, un Darwin o un Einstein serán cada vez más infrecuentes

Nuestro futuro profundo puede consistir, por lo tanto, en una interminable sucesión de milenios en los que no suceda nada relevante. No me cabe duda de que nuestros descendientes habrán aprendido a sacarle, de alguna manera, más provecho a la vida, a ser más felices y menos pendencieros de lo que ahora somos nosotros, pero habrán tenido que hacerlo a costa de renunciar a algo que, para nuestra cultura, es el máximo exponente de lo que da sentido a la existencia: el “contribuir al progreso”, o incluso el “pasar a la historia”. Pues cada uno de ellos sabrá que, igual que habrá pasado con los miles y miles de generaciones que le habrán precedido, no tendrá la más mínima oportunidad de ser recordado por los miles y miles de generaciones que le seguirán, ni de hacer que sus descendientes vivan sustancialmente mejor que sus antepasados, pues el mantenimiento del nivel de bienestar será automático, gracias a la tecnología de la que dispongan, y no requerirá ningún esfuerzo heroico por su parte.

placeholder El ser humano como ser tecnológico
El ser humano como ser tecnológico

Para esa infinita cantidad de humanos que vivirán más allá de nuestra actual “edad del progreso”, o, como podríamos decir, para los metaprodéuticos (del griego πρόοδος: “progreso”) el futuro no será una tarea, un destino, como lo es según la mayor parte de nuestras ideologías políticas y culturales. Tal vez falten muchos siglos, o un buen puñado de milenios, hasta que alcancemos esa nueva y cuasidefinitiva era, pero ese plazo no será nada en comparación con los eones que los metaprodéuticos “tendrán por delante”... si es que ellos logran entender lo que quiere decir esta última expresión. En realidad, lo que me angustia del futuro es nuestra propia incapacidad de comprender existencialmente a los estupendos seres humanos que llegaremos a crear entre todos, pese a lo similares a nosotros que serán en casi todos sus aspectos, y que vivirán básicamente atrapados en este planeta por los siglos de los siglos.

* Jesús Zamora Bonilla es decano de la facultad de Filosofía de la UNED. Su último libro publicado es 'Contra apocalípticos: ecologismo, animalismo, posthumanismo' (Shakleton Books)

Vivimos tiempos apocalípticos, no porque la pervivencia de la humanidad en los siglos venideros se halle realmente amenazada, sino porque la ideología dominante se basa en la creencia de que la civilización occidental-capitalista-y-patriarcal es tan intrínsecamente nociva que ahora mismo solo habría dos futuros posibles: o bien acabamos con ella, sustituyéndola por una arcadia simple y virginal, o bien será ella la que se nos llevará por delante en un colapso planetario “antes de que pase esta generación” (que dijo mi tocayo más famoso).

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