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El actual ataque filosófico a la democracia

La filosofía está cobrando un papel relevante y bastante censurable en la promoción de ideas que sustentan un ejercicio autoritario del poder

Foto: Elon Musk hablando con Donald Trump en Brownsville, Texas. REUTERS
Elon Musk hablando con Donald Trump en Brownsville, Texas. REUTERS

En momentos en que las rivalidades geopolíticas se acrecientan y los populismos ganan apoyos en diversos países, incluyendo los de larga tradición democrática, la filosofía (que solo por exageración cabe identificar con el espíritu crítico) está cobrando un papel relevante y bastante censurable en la promoción de ideas que sustentan un ejercicio autoritario del poder o que alimentan sentimientos nacionalistas e incluso neoimperialistas.

En Cómo renovar la filosofía, Hilary Putnam, uno de los filósofos más importantes del último cuarto del siglo pasado y comienzos de este, escribía: “La falta de responsabilidad filosófica de una década puede convertirse en la tragedia política real de unas décadas más tarde”. Esta es una frase que he tenido muy presente desde que la leí hace años, porque creo que ilumina un aspecto importante de nuestra época. De hecho, cuando alguien me habla de la inutilidad de la filosofía suelo contestar que en ocasiones desearía que fuera tan inútil como se dice, pero que por desgracia la mala filosofía ha sido muy útil a algunas personas para dañar de múltiples maneras a muchas otras, a veces de formas atroces. Aunque, en mi ingenuidad, también creo que la buena filosofía ha sido útil para alcanzar algunos beneficios importantes, como la conquista de los ideales democráticos y de los derechos humanos. No es que las personas que detentan el poder necesiten de la filosofía para ejercerlo a su antojo, pero sí que les resulta conveniente encontrar en la filosofía justificaciones para legitimar sus acciones ante la opinión pública, e incluso para movilizar en su favor a los que se muestran más tibios en apoyo de esas acciones. Buscan una cosmovisión, como se decía antes, para enmarcar y blanquear su política nefasta. E incluso puede que llegaran a ejercer esa política llevados de esa mala filosofía.

Un ejemplo claro de esto lo ofrece, en mi opinión, Alexandr Dugin, el conocido filósofo ruso que lleva tiempo desarrollando una doctrina antidemocrática, tradicionalista, populista y ultranacionalista, a la que denomina “cuarta teoría política”, por oposición a otras tres: el liberalismo (cuya última fase en la desintegración de la identidad sería, según él, el poshumanismo), el comunismo y el nacionalismo (o fascismo). Esta teoría lleva tiempo sirviendo de cobertura ideológica a las acciones de Putin, especialmente en la guerra de Ucrania, y Dugin desea imponerla en todos los aspectos de la vida rusa.

Dugin no solo ha defendido la invasión de Ucrania, sino que la ha incitado políticamente, llegando a criticar a Putin por su pasividad inicial y afirmando que el genocidio de ucranianos era obligatorio. Su idea geopolítica central es que debe restaurarse la Gran Rusia creando una Unión Euroasiática, lo que implica recuperar el dominio de todos los países que pertenecieron a la antigua Unión Soviética, e incluso ir más allá. Su filosofía es radicalmente anti-occidentalista y anti-globalista. Frente a los ideales modernos e ilustrados, defiende las tradiciones rusas y la sacralidad premoderna. Considera que el universalismo de los valores que pretende Occidente es racista. Cada civilización tiene derecho a conservar sus valores y a gobernarse con los sistemas políticos que desee, especialmente los tradicionales.

placeholder Un entrenamiento militar en Kharkiv, Ucrania, en 2024. (Rusia, Ucrania, Moscú) EFE
Un entrenamiento militar en Kharkiv, Ucrania, en 2024. (Rusia, Ucrania, Moscú) EFE

Según la cuarta teoría política, a la que llama también “populismo integral”, el sujeto político no es el individuo, como en el liberalismo, ni la clase, como en el comunismo, ni la nación o la raza, como en el nacionalismo, sino el pueblo; pero el pueblo entendido como una unidad orgánica y sagrada, casi mística, plasmada en una historia cultural concreta y única que debe ser preservada de influencias externas que puedan socavar su identidad. Para su caracterización Dugin recurre nada menos que al Da-sein heideggeriano. Cree que Rusia debe retornar a una monarquía tradicional al estilo de los zares. Mantiene contacto con partidos o asociaciones de la extrema derecha europea. Su hija Daria murió en 2022 en un atentado que posiblemente estuviera dirigido a él. Pocos días después de la accidentada entrevista entre Trump, Vance y Zelenski en la Casa Blanca tuiteó que “el fin de Ucrania había llegado”.

Según la cuarta teoría política, a la que llama también “populismo integral”, el sujeto político no es el individuo, sino el pueblo

Pero Dugin no es el único pensador ruso metido en esta senda. El Club Izborsky, al que Dugin pertenece, y el Club Zinoviev, son instituciones bastante tenebrosas implicadas también en la difusión del nacionalismo ruso. Y no deja de sorprender de nuevo el papel que está jugando la filosofía que desarrollan en la legitimación de la política de Putin. Una de las curiosidades que encierra todo esto es ver cómo el Club Izborsky, bajo la influencia de otro de sus líderes, Alexandr Prokhanov, editor del periódico de extrema derecha Zavtra, recupera el modernismo reaccionario a través de una versión conservadora del cosmismo ruso (recordemos: esa síntesis de filosofía, religión y culto a la ciencia iniciada por Nicolái Fiódorov a finales del XIX y que propugnaba, entre otras cosas asombrosas, la resurrección de los muertos por medio de la tecnología). A ello se une la revalorización del cristianismo ortodoxo, y la oposición frontal al transhumanismo occidental, que consideran ligado al capitalismo, la democracia y la defensa de los derechos de las personas transgénero. A este cóctel ideológico añaden diversas ideas conspiracionistas sobre un Occidente que desea el final de Rusia y la búsqueda de un Quinto Imperio para Rusia, que supuestamente habría iniciado Putin.

El Club Zinoviev, por su parte, se llama así en honor el filósofo Alexandr Zinoviev, quien fue expulsado de la Unión Soviética por sus críticas al régimen en la novela Radiante porvenir, pero terminó finalmente convirtiéndose en un anti-occidentalista, apoyando al Partido Comunista de la Federación Rusa y acusando a Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin de ser agentes occidentales. Mediante un decreto Putin declaró el 2022 como el “Año Zinoviev”. En 2023 uno de los miembros del club, Anatoly Chernyaev, fue destituido de su puesto en el Instituto de Filosofía de la Academia Rusa de Ciencias. Afortunadamente, el Instituto de Filosofía, a pesar de recibir duros ataques desde los medios oficiales, ha conseguido mantenerse al margen de estas tendencias nacionalistas, aunque de forma cada vez más precaria. Los miembros del club organizaron entonces un simposio para denunciar a los filósofos pro-occidentales frente a los eslavófilos y para subrayar el daño que han hecho las influencias occidentales ajenas a sus tradiciones rusas, tales como los estudios de género, la pornografía, la ética ambiental, el posmodernismo y el multiculturalismo. En una entrevista, Chernyaev llega a afirmar que el concepto de totalitarismo fue un invento de Occidente (particularmente de Hannah Arendt) para poder equiparar el comunismo soviético y el nazismo.

Hay que decir que quedan filósofos independientes y defensores de la democracia en Rusia, como los que participaron en 2020 en la creación de la Universidad Libre (Svobodny Universitet), aunque esta fue prohibida en 2023 y ahora la mayoría de sus profesores están en el exilio. Muchos filósofos críticos con las posiciones nacionalistas tuvieron que marcharse de Rusia tras la invasión de Ucrania y siguen realizando una tarea encomiable de resistencia intelectual desde el exterior.

Mientras tanto, al otro lado del océano, en los Estados Unidos, hay muestras evidentes de un uso similar de la filosofía. Algunos magnates tecnológicos han quedado entusiasmados con la doctrina de la “Ilustración oscura”, que coincide al menos en tres de las ideas que se están forjando en Rusia: el desprecio por la democracia, el nacionalismo y la confianza desmedida en la tecnología. Las similitudes entre ambos movimientos quizá expliquen en parte las peculiares relaciones entre Trump y Putin. La Ilustración oscura (o NRx) es un movimiento neorreaccionario promovido por el multimillonario Peter Thiel, fundador de PayPal, junto con Elon Musk, con Nick Land, filósofo británico aceleracionista, que fue quien acuñó su denominación, y con el informático y bloguero Curtis Yarvin, uno de sus más influyentes teóricos (J. D. Vance lo cita de vez en cuando) y más radicales portavoces (ha defendido encerrar en sótanos conectados a una realidad virtual a las personas improductivas).

Esta filosofía mantiene conexiones con el transhumanismo, con el que simpatizan algunos de sus partidarios, y propugna poner fin a lo que Yarvin, influido al igual que Dugin y Prokhanov por el filósofo fascista y ocultista italiano Julius Evola, considera el “fallido experimento democrático de los dos últimos siglos”. Reclama volver a formas de gobierno del Antiguo Régimen, como cesarismos, monarquías absolutas y sistemas tecnofeudales gestionados por una aristocracia de expertos. El monarca absoluto debería gobernar al modo en que lo haría un gran empresario tecnológico, es decir, al modo en que lo haría alguno de sus convencidos seguidores en Silicon Valley, si es que ese monarca o dictador no debiera ser directamente uno de ellos.

Esta filosofía mantiene conexiones con el transhumanismo y propugna poner fin a lo que Yarvin considera el “fallido experimento democrático de los dos últimos siglos”

Yarvin defiende el supremacismo y la eugenesia y cree que el fascismo y el comunismo fueron formas perversas de democracia. Uno de los objetivos principales de la Ilustración oscura es acabar con el poder de lo que llaman “la Catedral”, es decir, las instancias que controlan el discurso globalista predominante: las universidades de élite, especialmente Harvard, los medios de comunicación progresistas y las agencias estatales. Si Yarvin no oculta su deseo de acabar con la democracia en los Estados Unidos, Thiel, que como Elon Musk ha sido un apoyo financiero fundamental en la victoria de Donald Trump, sostiene que democracia y libertad son en realidad incompatibles. Obviamente está pensando en la libertad de mercado. El enorme poder de las compañías tecnológicas que dirigen o en las que están implicados los defensores de la Ilustración oscura está propiciando que su influencia se extienda con rapidez, por ejemplo, entre los partidos europeos de extrema derecha.

Estas son, según parece y si nada lo impide, dos filosofías que van a marcar la política de los próximos años. En qué medida y con qué efectos es algo que está por ver. El poder blando de los Estados Unidos es mucho mayor que el de Rusia y la guerra de Ucrania no ha hecho más que agrandar esta distancia (por mucho que Trump se empeñe en estropear esa ventaja), así que cabe esperar que sean las tesis de la Ilustración oscura las que consigan mayor alcance. Algunas de sus medidas ya han sido asumidas por el movimiento MAGA. Lamentablemente, todo indica que, como señaló Putnam, van a ser filosofías capaces de convertirse en la tragedia política real de unas décadas más tarde. Probablemente, lo están haciendo ya.

En momentos en que las rivalidades geopolíticas se acrecientan y los populismos ganan apoyos en diversos países, incluyendo los de larga tradición democrática, la filosofía (que solo por exageración cabe identificar con el espíritu crítico) está cobrando un papel relevante y bastante censurable en la promoción de ideas que sustentan un ejercicio autoritario del poder o que alimentan sentimientos nacionalistas e incluso neoimperialistas.

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