:format(png)/https%3A%2F%2Fdelorean.ecestaticos.com%2Fimg%2Fjournalist%2Fjournalist-default.png)
Tribuna
Por
Sebastião Salgado y su lección sobre cómo ser fotógrafo y persona al mismo tiempo
El reportero gráfico Manu Brabo, ganador del premio Pulitzer, rinde en este texto su personal homenaje al fotógrafo brasileño, fallecido el pasado viernes, y a su manera de contar el mundo
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F36b%2F810%2Fd98%2F36b810d98efe57c29c67cce07815b2c9.jpg)
Siempre me han jodido los obituarios. Lo de las felaciones postmortem no es lo mío, creo que se corre el riesgo de querer ser el muerto en el funeral. A veces pienso que hay cierto ejercicio de parasitismo del personaje y de la obra de este en aquel que escribe. Siempre hay mucho “cuando yo conocí a”, y otro tanto de “los días que pasé junto a”, como si se nos fuera a pegar algo de la grandeza del difunto, del experto, del artista, del político o filósofo. Como si se tuviera que juntar una visión épica, mágica y grandilocuente a toda hostia para que se imprima al día siguiente, y ser el primero en tener un pésame untado de vaselina impreso en el diario de turno.
Así que empezaré por decir que nunca tuve la oportunidad de conocer a Sebastião Salgado. No leeréis en estas líneas sobre los tiempos que compartimos, ni sobre los consejos que me dio en privado, ni sobre aquel día en que la dama del lago sacó la espada para nombrarme rey de los sajones. Esto debería ser, sin más, una colección de pensamientos sobre un fotógrafo, uno de los mejores, que he ido coleccionando a lo largo de una tarde de mayo tomando cervezas con amigos. La tarde que nos dejó.
Pido disculpas de antemano si me tropiezo en alguna de las vergüenzas mencionadas anteriormente y voy:
Mi primer contacto con el trabajo de Salgado fue en la biblioteca de la Escuela de Artes de Oviedo, donde estudié. Trapiella, Oscarin, Charly y yo hacíamos pellas con cierta frecuencia para encerrarnos en la biblioteca del centro a devorar libros de fotografía. Un día, por lo que fuera, sacamos del estante un tocho titulado
Los años corrieron y los trabajos de Salgado llegaban con lentitud. Uno no recorre el mundo en cuatro días, y mucho menos lo explica. Los trabajos de Salgado reúnen todas las condiciones que un fotógrafo considera ideales para trabajar. Un gran tiempo de preproducción, mucho tiempo en terreno, y otro tanto en edición y post producción (El tiempo, ese tesoro que nos dedicamos a atrapar y del que muy pocos fotógrafos gozan a la hora de trabajar).
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8f5%2F2e9%2F75f%2F8f52e975ff2a360937e176d3d79ed2a5.jpg)
En un mundo caracterizado cada vez más por la velocidad y por lo inmediato, por los deadline para antes de ayer, él supo marcar el tempo de las publicaciones, de los editores y de aquellos que ya esperábamos su siguiente trabajo mientras salíamos de su última exposición. Parafraseando al mago ese de La Tierra Media: Salgado no llegaba tarde ni pronto, llegaba cuando se lo proponía; y añado: también llegaba a quien se proponía. Pues si algo ha sido también Salgado es el fotógrafo que llevó las tragedias a los ambientes más pijiflús. He visto mucho Lacoste fucsia al hombro y mucho bolso Hermès perdiendo la indiferencia por primera vez frente a refugiados ruandeses impresos a casi tres metros de largo. Salgado supo entender que, muchas veces, el preciosismo y la estética son la única manera de cautivar la atención de aquellos que, por reveses de la vida, se conmueven escuchando a Taburete y Hombres G (elijan su generación).
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa71%2F791%2Fc20%2Fa71791c207ef2722b7b23d26af28a965.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa71%2F791%2Fc20%2Fa71791c207ef2722b7b23d26af28a965.jpg)
Precisamente es este mimo por la estética y el éxito equilibrado entre los de arriba y los de abajo lo que más críticas le ha generado entre profesionales, aficionados y esos charlatanes que llenan páginas y páginas hablando de lo que significan, o no, nuestras imágenes. Pero les voy a contar un secreto: en este mundillo del fotoperiodismo, el de “dar voz a los sin voz” (me cago en esa frase, pero mucho) estamos llenos de egos, envidias y recelos como en cualquier otra. Él ha sabido mantenerse al margen de eso y seguir (chini chana, chini chana) regalándonos trabajos inabarcables y, como vimos en The Salt of the Earth, predicando con el ejemplo. Y eso ya nos queda para siempre, o al menos hasta que sus imágenes comiencen a amarillear, también en nuestras memorias.
Sebastião deja tras de sí una escuela, un modelo de cómo ser fotógrafo y persona al mismo tiempo, de estética y de compromiso, de piedad en escala de grises. Deja una colección de imágenes que está a la altura de muy pocos fotógrafos. Deberíamos considerarnos muy afortunados de que Salgado nos haya contado el mundo hasta ayer mismo. Hoy, tras pasear un ratito por su trabajo, me vuelvo a sentir como ese chaval de 20 años que hacía pellas para devorar libros de fotografía: quiero ser esos ojos capaces de explicar el mundo. Y esto es una buena conclusión para un obituario, creo.
*Manu Brabo es fotorreportero. Ha fotografiado numerosos conflictos: en Ucrania, Yemen, Haití, Bolivia, Libia o Kosovo, por citar solo algunos. Ganó el premio Pulitzer en 2013 por su cobertura de la guerra de Siria, convirtiéndose con 32 años en el fotógrafo más joven en recibir ese galardón.
Siempre me han jodido los obituarios. Lo de las felaciones postmortem no es lo mío, creo que se corre el riesgo de querer ser el muerto en el funeral. A veces pienso que hay cierto ejercicio de parasitismo del personaje y de la obra de este en aquel que escribe. Siempre hay mucho “cuando yo conocí a”, y otro tanto de “los días que pasé junto a”, como si se nos fuera a pegar algo de la grandeza del difunto, del experto, del artista, del político o filósofo. Como si se tuviera que juntar una visión épica, mágica y grandilocuente a toda hostia para que se imprima al día siguiente, y ser el primero en tener un pésame untado de vaselina impreso en el diario de turno.