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Tribuna
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Una respuesta a Javier Sádaba y los anti tatuajes: la masa son siempre los otros
La masa me ha resultado siempre un término poco operativo. Desconfío del que lo emplea. Prefiero el término "comunidad". Creo que es más necesario y útil en estos tiempos hostiles
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Algo, que quiero atribuir al azar, hizo que un amigo me compartiese la columna en la que el pasado fin de semana el filósofo Javier Sádaba cargaba contra el tatuaje como muestra de la degeneración contemporánea justo cuando pasaba enfrente de la óptica en la que hace meses me sorprendió la enorme fotografía de un David Beckham tatuado anunciando gafas de sol (con la que inicio
En su columna, Javier Sádaba arremete contra los tatuajes a los que reduce a "un triunfo de la masa. Y una derrota de la inteligencia" y atribuye su expansión "por la única razón de que la gente va donde va Vicente". ¿Por qué cargar contra los tatuajes cuando su normalización parece ya extendida? Si algo nos enseña nuestro momento histórico es que toda expansión es seguida de una reacción. Lo contemporáneo está marcado por el miedo (y odio) a lo desconocido. Y frente a lo que se suele pensar, no es tanto porque nos asusta lo que no entendemos sino porque su mera existencia pone en cuestión la pulcritud de la nuestra. De ahí que la reacción política haya encontrado en las identidades disidentes una amenaza sobre el orden existente. Esta lección, sin embargo, no es nueva. De hecho, la historia del tatuaje está atravesada por ella.
El Mediterráneo era un mar cercado por pueblos tatuados: los egipcios, los tracios, los persas, todos se marcaban la piel
No es lo único sobre lo que la historia del tatuaje puede arrojarnos luz. No hace falta que como Javier Sádaba nos retrotraigamos a las llanuras de Texas para hablar del tatuaje. De hecho, la historia de Europa es una historia tatuada. Ötzi, el resto humano más antiguo del que tenemos constancia es un resto tatuado y fue hallado en los Alpes. No en balde, el Mediterráneo era un mar cercado por pueblos tatuados: los egipcios, los tracios, los persas, todos se marcaban la piel. Fueron los griegos los que, como el profesor Sádaba, también pensaron que el tatuaje era denigrante; un asunto de la masa. En el mundo clásico, el tatuaje era un sinónimo de barbarie, estigma que ha arrastrado hasta hace poco.
Los griegos llevaron su odio hacia las pieles tatuadas un paso más lejos y empezaron a usar el tatuaje para marcar a los esclavos y los presos. No es hasta el año 313 d.C. cuando el Emperador Constantino prohíbe el uso del tatuaje en el imperio romano, que vive en un letargo hasta llegados el siglo XVIII. Aunque son muchos siglos, ese período no es tan grande si tenemos en cuenta que la momia Ötzi data de más de 5000 años de antigüedad. Además, si existe constancia de que hay comunidades en todos los continentes que, sin haber tenido contacto entre sí, practicaban de algún u otro modo el arte del tatuaje, podríamos suponer que la verdadera anomalía histórica y cultural es no tatuarse. Lo que los libros de historia nos muestran es que lo realmente anacrónico es la piel sin marcar.
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A su vez, el profesor Sádaba vincula el tatuaje con la idiotez (que no con el idiotismo, en una muestra de generosidad que le agradecemos). De modo similar, el filósofo Byung-Chul Han escribe que "El infierno neoliberal de lo igual está habitado por clones tatuados". Si bien Javier Sádaba opta por la orteguiana idea de "la masa", lo cierto es que ambos pensadores coinciden en tener el privilegio de caer fuera del vergonzoso grupo social de los tatuados. Aunque lo cierto es que es algo que sucede recurrentemente con la masa: da la casualidad de que siempre son los otros. Uno nunca se reconoce dentro de la misma. Son siempre los demás los que caen en el engaño, en la dominación y la connivencia. Quien habla de la masa se sitúa siempre fuera - normalmente arriba - mientras observa al resto de los mortales, ignorantes tatuados que no hemos alcanzado a descubrir el engaño que subyace en nuestras pieles marcadas. "Sois todos iguales", repiten condescendientes.
Uno nunca se reconoce dentro de la masa. Son siempre los demás los que caen en el engaño, en la dominación y la connivencia
La masa me ha resultado siempre un término poco operativo. Desconfío del que lo emplea. Prefiero el término "comunidad". Creo que es más necesario y útil en estos tiempos hostiles que nos zarandean. Y, de hecho, ayudan a explicar mejor el fenómeno del tatuaje pues este, frente a lo que suele pensar, es un recordatorio de que somos, ante todo, sujetos sociales e interdependientes; que ver y ser visto es la muestra de nuestro paso por el mundo. Los hay quienes sospechan de la masa, yo prefiero confiar en la comunidad.
Tras terminar el artículo doblé la esquina y fui a donde va Vicente: a tomar un vermut a Pérgamo y hablar de tatuajes.
*Pablo Cerezo es librero, sociólogo y autor del estudio cultural 'El cuerpo enunciado. Cómo el tatuaje explica nuestro tiempo' (Siglo XXI)
Algo, que quiero atribuir al azar, hizo que un amigo me compartiese la columna en la que el pasado fin de semana el filósofo Javier Sádaba cargaba contra el tatuaje como muestra de la degeneración contemporánea justo cuando pasaba enfrente de la óptica en la que hace meses me sorprendió la enorme fotografía de un David Beckham tatuado anunciando gafas de sol (con la que inicio