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El siglo XXI se decide en las periferias de las grandes ciudades
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Fernando Caballero Mendizabal

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El siglo XXI se decide en las periferias de las grandes ciudades

Sin planificación metropolitana e integración efectiva asistiremos a un aumento de las tensiones centro-periferia, al auge de discursos identitarios y a problemas de desestabilización

Foto: Bloques de viviendas en Aluche. (iStock)
Bloques de viviendas en Aluche. (iStock)

Dentro de pocos días terminará el primer cuarto de un siglo XXI en el que el pesimismo y la retórica de la defensa se han apoderado del espíritu de nuestro tiempo.

Quedan pocos optimistas, y aunque ojalá tengan razón, los que quedan cada vez parecen más extemporáneos. No sé ustedes, pero cuando escucho eso de que vivimos en el mejor momento de la historia me imagino a Stefan Zweig en algún café vienés asegurando lo mismo en 1913.

Da la sensación de que, cada vez más, la política internacional y los asuntos domésticos se están entrelazando. Ecos de este mundo "glocal" que hace que aquello que se decide en una oscura habitación en Moscú, en un comité de Bruselas, Frankfurt o Beiijing, o en un despacho de la Casa Blanca tarde poco tiempo en tener repercusiones en nuestras ciudades y por tanto en nuestras vidas.

El periodista Enric Juliana decía que las personas de izquierda debían hacer sus ejercicios de meditación matutinos frente a un globo terráqueo. Juliana, lector asiduo de autores realistas como Kissinger o Robert Kaplan, afirmaba con elegancia que el tiempo de los idealismos, los dogmas y las consignas debe dar paso a la realpolitik de un mundo que se nos está poniendo muy cuesta arriba a los europeos.

Foto: vox-crecimiento-clase-media

Hoy en día, es necesario extender esa apelación a todos los idealistas -liberales incluidos-, y exhortarles a que además del globo terráqueo, cuelguen un mapa de su ciudad global de referencia y sus áreas de influencia. La población urbana ya es mayoría y la globalización transforma nuestras grandes urbes en verdaderas "ciudades mundo".

En estas geografías urbanas, con sus particularidades, se manifiestan y reproducen a escala local muchos de los desafíos que enfrentamos a nivel global. Un análisis atento del mapa metropolitano revelará los puntos en que se hacen visibles -además de las disparidades de ingresos- los lugares donde las divisiones ideológicas tienen un rostro, un coste y una ubicación física concreta, y también donde los focos de conflicto de las "guerras híbridas" generan tensiones que comprometen nuestra coexistencia pacífica.

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Observando el globo terráqueo distinguimos las fronteras problemáticas, las grandes brechas de renta y PIB, los posibles conflictos por recursos naturales y los cuellos de botella en el sistema de transporte mundial, como los estrechos de Malaca o Gibraltar y el Canal de Panamá. Pero es más difícil detectar que existe una geopolítica interna en las grandes ciudades globales intrínsecamente ligada a la geopolítica internacional. Esta conexión es tan fuerte que, al acercarse el fin del primer cuarto de siglo, la ciudad se ha erigido en uno de los campos de batalla clave donde los actores globales -sean países, organismos o corporaciones- materializan algunos de sus movimientos estratégicos. En la ciudad global también hay fronteras conflictivas, disparidades de ingresos y cuellos de botella.

Centros contra periferias

El concepto de periferia no es solo físico sino sistémico. Vivir en los márgenes de un sistema, sea geográfico o económico tiene un coste fundamental: serán otros los que tomen las decisiones que nos afectan. Esto es importante porque Europa pierde fuelle económico. En 2023 la revista Política Exterior recordaba que el PIB europeo creció solo un 21% en el mismo periodo en el que el estadounidense lo hizo un 72% y el chino un 290%. Ese viraje económico explica por qué las nuevas condiciones geopolíticas -incluidas las presiones de Washington- ya no se negocian en condiciones de igualdad, sino bajo la lógica del vasallaje. Europa se está convirtiendo en un territorio periférico, en un campo de juego para terceros. Quizá el globo terráqueo nos ayude a averiguar quiénes son esos terceros, pero es el mapa de la ciudad el que nos mostrará la mayoría de los campos de juego. Porque esta nueva realidad está provocando tensiones tanto a nivel mundial, sí, pero también en el propio continente europeo, en el interior de sus diferentes países y, por supuesto, en las grandes ciudades globales europeas. Esas tensiones tienen una forma "natural" de manifestarse: intentar consolidar aquellos lugares capaces de generar riqueza, concentrando y reteniendo en ellos la mayor cantidad de recursos posibles.

En todos estos niveles (europeo, nacional y metropolitano), cuando el sistema tiende hacia el decrecimiento, el empobrecimiento y la escasez, se activan las lógicas del "sálvese quien pueda". Cada cual hace acopio de víveres por su cuenta y los países evalúan si compensa apostar por opciones individuales frente a cooperaciones colectivas. Y, por supuesto, esta opción siempre es más tentadora cuantos más recursos se posean. Históricamente, los primeros en practicar este tipo de "traiciones" han sido las élites de los lugares periféricos. La Unión Europea sigue siendo rica, pero en el actual contexto de decrecimiento, en sus centros de poder -básicamente Francia y Alemania- cada vez vemos a más políticos que están considerando si los incentivos para retener su talento y riqueza no están tanto en "repartir" con los demás, como en "acumular" y así mantener sus particulares islas de riqueza y prosperidad. El canciller Merz ya ha entonado en Alemania el "vivimos por encima de nuestras posibilidades" ¿Cuánto tardarán en decirnos al resto de Europa, especialmente a los "licenciosos" países mediterráneos que estamos viviendo por encima de las posibilidades de los alemanes? Ese será el momento en que se sientan legitimados para ir por libre, y eso gustará fuera de Europa.

El corazón económico de la Europa continental lo forma la zona geográfica conocida como la "Blue Banana" (Londres, Holanda, París, Bélgica, Alemania occidental y el norte de Italia). España queda fuera de ese ámbito, por lo que si Europa se está convirtiendo en un espacio geopolíticamente periférico, España lo es por partida doble. Y a su vez, los territorios poco poblados y aquellos con una economía decreciente, lo son aún más. Es por eso que también aquí se activa la necesidad de concentrar lo que queda de riqueza en islas urbanas de prosperidad. Desde fuera de dichos centros, en las ciudades intermedias, sean dormitorios metropolitanos o "ciudades de provincias", la interpretación es que la economía de la aglomeración les relega a los márgenes del sistema. Pero desde dentro se interpreta que las consecuencias negativas de que exista una gran ciudad global son preferibles a las consecuencias negativas de que no exista. Todos tienen su parte de razón, y solo hace falta ver el laberinto en el que se está adentrando la política francesa, cuyos problemas son muy similares a los nuestros, para ver lo que nos puede ocurrir cuando llegue el estancamiento económico.

Huntington, Said y la balsa de la Medusa

La consolidación de Vox en el sur de Madrid ejemplifica hasta qué punto los distritos-dormitorio situados en la periferia de las grandes ciudades se están volviendo protagonistas en la política española, como ya ocurrió en la francesa. Mientras los gobiernos central y regional proclaman el crecimiento macroeconómico, la fiesta de la multiculturalidad hispana y las lógicas propias del centro próspero, la imagen cambia radicalmente al salir de la M-30. Es ahí donde el "dilema del prisionero" cobra sentido, porque la sensación de que no hay botes salvavidas para todos empieza a ser evidente. Las periferias sirven de alertas tempranas de los problemas que vienen, y en este caso el problema aparece con un discurso que azuza la lucha entre los más desfavorecidos para decidir quién tiene la legitimidad para ordenar la fila de la escasez y por tanto el privilegio de acceso preferente a servicios públicos o a la vivienda.

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En este mundo "glocal", la defensa de la parte débil, lo local, hace que cobre sentido la aparición del lepenismo de Aliança Catalana y el ascenso del diputado de Vox y doctor en historia, Carlos Hernández Quero. Ambos son consecuencia directa de unas periferias donde se empieza a notar que el futuro no les pertenece. Por eso, como le pasaba a Stefan Zweig, quienes caricaturizan sus mensajes y a sus votantes solo demuestran lo lejos que están de comprender el mundo de hoy y de mañana.

En su discurso "Madrid Sur en pie", Quero se dirigía a aquellos afectados por las reformas neoliberales y la crisis del 2008, que provocaron una profunda devaluación laboral interna y la sustitución de la mano de obra local -considerada demasiado cara- por otra extranjera, percibida como más dócil y barata. Según este discurso, además de los problemas de convivencia en los barrios, la llegada de estos inmigrantes estaría provocando una escasez y un alza insostenible de los precios de la vivienda. Ese sería el rostro real del "Madrid de todos los acentos" de Díaz Ayuso. Como demostraba el reciente mapa de población extranjera publicado por el eldiario.es, Quero acierta al señalar que la multiculturalidad siempre fue un mito de las clases bien estantes.

Esta crítica al proyecto de ciudad global, busca conectar con el sector obrero que suele vivir en los mismos lugares geográficos que los inmigrantes y que se siente marginado por una izquierda que, en lugar de defenderles, ha priorizado las demandas de sus bases más profesionales y cosmopolitas, ubicadas en el centro del sistema. La reacción desorientada y vehemente de muchos diputados idealistas de izquierda es la mejor prueba de cuánto necesitan mirar el mapa de su ciudad todas las mañanas.

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Al mismo tiempo que Vox atrae el voto obrero, estamos viendo cómo Podemos también dirige su mensaje a ese nuevo proletariado indígena (migrantes latinos con posibilidad de nacionalidad en solo dos años) buscando resignificar sus identidades nacionales en una sola de clase y raza: los "panchitos" , término despectivo que Díaz Ayuso dice que no existen. Algo que quedó patente tras el fichaje en Canal Red de la activista peruana Laura Arroyo y su campaña contra la idea de Hispanidad.

Como en otras grandes ciudades de occidente, el "choque de civilizaciones" de Samuel Huntington y el "Orientalismo" de Edward Said también se citan en nuestras periferias. La lucha entre el "Partido de los Españoles perdedores" -apoyado por élites locales, también desplazadas por hispanos más ricos- frente al "Partido Panchito". Una política que ya no solo responderá a conflictos étnicos, culturales y territoriales entre regiones, sino también entre distritos. Todo ello, por cierto, bajo la atenta mirada de la "Corporación de intereses de la comunidad china en España".

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Aliança Catalana, Vox y Podemos son el síntoma de que, al volvernos periféricos, nuestro mundo cambia hacia posiciones defensivas propias de los juegos de suma cero. La disgregación se acelera y aumentan los incentivos que nos llevan al conflicto, arrastrando en esas lógicas a los principales partidos, para que formen frentes, muros y trincheras.

Geopolítica de las periferias

El camino hacia 2050 estará fuertemente condicionado por los conflictos que ya se generan entre los centros y las periferias de las grandes conurbaciones.

Como en París, como en Londres, allí está el caldo de cultivo perfecto para aquellos países o grupos que tengan interés en desestabilizarnos buscando sacar partido de nuestros conflictos y nuestros empates. Por eso serán un objetivo para los países y corporaciones que deseen hacerle la guerra a Occidente de forma encubierta, desestabilizando nuestros puntos más débiles, inflamando las periferias y señalando múltiples culpables de su creciente empobrecimiento. La geopolítica se activa en las periferias, porque es una manera efectiva de erosionar las capacidades de nuestros países y destruir su cohesión interna. Y es que, en la balsa de la Medusa, como bien explica el libro de Daniel Iriarte, las "guerras cognitivas" sirven para racionalizar que es "el otro" quien merece ser arrojado al océano.

El objetivo es que, llegado el momento de un conflicto abierto (ya sea en Taiwán, Estonia o Melilla), nuestro sistema carezca de la energía, recursos y cohesión necesarias para hacer frente a esas amenazas.

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Las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona son nuestros mayores activos económicos y al mismo tiempo nuestros grandes puntos débiles. Son grandes objetivos por ser de las más segregadas de Europa y al mismo tiempo sus altos índices (menguantes) de propietarios están actuando como un airbag fabuloso que mantiene la estabilidad social que ya no vemos en otras periferias europeas. No durará para siempre, y la falta de un plan integral para articular el crecimiento de la periferia es responsabilidad tanto del Estado Central, como de los gobiernos regionales de Madrid y Cataluña (también Castilla-La Mancha) y los ayuntamientos metropolitanos, ya que comparten las competencias de movilidad, vivienda, planeamiento territorial y urbanismo.

Para no convertirse en una periferia europea, España puede buscar una alternativa a través de sus crecientes vínculos más allá de la UE -como ha hecho Turquía- posicionándose como un punto de encuentro entre América, África y Asia. Pero la llegada de 120.000 migrantes anuales en ciudades como Madrid, plantean el enorme reto de integrarlos a contracorriente: Crecer económicamente en los centros, para recuperar masa crítica demográfica allí donde se está perdiendo. No convertir al resto del país en lugares marginales -como ya ocurre en buena parte de la "España vaciada" o en las narco ciudades de Algeciras y Barbate-, y de igual modo, no relegar a buena parte de los entornos metropolitanos a los márgenes del sistema.

Dentro de pocos días terminará el primer cuarto de un siglo XXI en el que el pesimismo y la retórica de la defensa se han apoderado del espíritu de nuestro tiempo.

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