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Máxim Huerta iluminado por el Cristo "sexy"
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Peio H. Riaño

Un Prado al día

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Peio H. Riaño

Máxim Huerta iluminado por el Cristo "sexy"

Tan verosimil, tan real, tan austero, que siempre imaginó con retirarle el pelo de la cara. El periodista y escritor siempre ha visto al crucificado de Velázquez muy humano, muy solo y con mucha luz

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Cuando despertó el Cristo seguía ahí. La primera vez que Máxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) vio fuera de su habitación al Cristo crucificado (1632) de Velázquez tuvo la sensación de que conocía toda su infancia. Había dormido con él hasta que abandonó la casa de sus padres para buscarse la vida en Madrid. Velázquez es un pintor de interiores, un analista de decorados que busca la grandeza de sus personajes en escenas de interior y este cuadro es la culminación de los logros realistas programados por la Contrarreforma: verosimilitud, compostura, decoro y realidad.

El periodista y escritor se detiene en la humanidad de uno de los retratos más austeros de los del pintor sevillano: “Siempre amagué el gesto de retirarlo el pelo de la cara, tal vez para ayudarle a respirar, por curiosidad ante la belleza o para saber si era verdad alguna de las leyendas que cuentan de él. Dicen que se enfadó y que lanzó los pinceles contra el lienzo y tuvo que ponerle ese mechón cubriéndole medio rostro. Leyenda. Aún así yo quería retirarle el pelo de la cara”. La voluntad realista de Velázquez permanece inagotable casi cuatro siglos más tarde.

Parecía un faro de luz. Aún apagado todo sigue ahí, iluminándose como un farol

“Demasiado humano, demasiado solo, demasiada luz. Parecía un faro de luz. Aún apagado todo sigue ahí, iluminándose como un farol. Cuando apagan El Prado debe ser el único iluminado. Tanta que te obliga a sentirte igual de solo, como si lo iluminaras tú con una linterna o te iluminara él”, recuerden, compartió media vida con él. Con e minúscula, porque hablamos de una reproducción del cuadro de Velázquez, porque el autor de La noche soñada (Espasa) veía en aquella figura -primero en la cabecera, luego a los pies de su cama- a un héroe improbable y rotundamente bello.

Velázquez era capaz de pintar muy deprisa. Ejecutar sin preparación. Como una improvisación calculada. Lejos de la idea de tormento de la Pasión, el pintor ha aislado al personaje, eliminando cualquier referencia espacial. Sólo la cruz a la que es clavada con cuatro clavos.

“El cuerpo, la piel tan blanca, en medio de la nada o de la noche, y una calma extraña que descansa con los dos pies como si dijera: “No pasa nada”. Es un Cristo sexy, un Cristo sin sangre, tranquilo, moderno y con timidez. Será el mechón, supongo”. Dicho esto, Velázquez vuelve a trasgredir las reglas, con una originalidad sin precedentes. “Entiendo a Unamuno cuando se preguntó: “¿En qué piensas tú, Cristo mío” ¿En qué puiensa?”.

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Cuando despertó el Cristo seguía ahí. La primera vez que Máxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) vio fuera de su habitación al Cristo crucificado (1632) de Velázquez tuvo la sensación de que conocía toda su infancia. Había dormido con él hasta que abandonó la casa de sus padres para buscarse la vida en Madrid. Velázquez es un pintor de interiores, un analista de decorados que busca la grandeza de sus personajes en escenas de interior y este cuadro es la culminación de los logros realistas programados por la Contrarreforma: verosimilitud, compostura, decoro y realidad.

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