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Victoria Camps destaca el orden del bodegón de Zurbarán en un mundo veloz
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Peio H. Riaño

Un Prado al día

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Peio H. Riaño

Victoria Camps destaca el orden del bodegón de Zurbarán en un mundo veloz

La filósofa, catedrática y senadora rinde homenaje a aquella vida lenta y detallista en la que no había carreras y el precio de las cosas no era tan importante

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Fiel servidor e intérprete de la Contrarreforma, Francisco de Zurbarán (1598-1664) aportó a la pintura española la mejor imagen de la santidad. Encontró en la Iglesia su mejor cliente y creó una fábrica de santos que abasteció las iglesias del Nuevo Mundo y enriqueció sus fondos. Es reconocido como el pintor de la vida monástica, del misticismo y del tenebrismo. Tan oscuro como colorista, tan meticuloso como moderno, Zurbarán sacralizó lo cotidiano. Buena prueba de ello es el Bodegón con cacharros (1650), cuatro recipientes, uno metálico y tres de barro, de diferentes formas, alineados sobre una repisa, envueltos en la sombra de un fondo negro y dos bandejas metálicas sobre las que reposan los cacharros de los extremos.

Hay equilibrio, hay paz y armonía… los valores que hoy son tan necesarios y no tanto el precio de las cosas

Sencilla y ordenada. Esa visión es lo que llama la atención de Victoria Camps (Barcelona, 1941), filósofa, catedrática de Ética y de Filosofía del derecho moral y político y senadora, convencida del valor del Estado del bienestar ante la reducción liberal de la presencia del Estado al mínimo. Colaboradora de Pedro Sánchez en la redacción del programa del PSOE de las próximas elecciones generales, reconoce que lo que más aprecia del pintor de frailes es, precisamente, lo que no tiene que ver con la beatitud, sino con la vulgaridad. “Admiro ese contraste en Zurbarán. Me gustan los bodegones, sobre todo los que no son ostentosos. Los más sencillos. Son tan modernos como los de Giorgio Morandi (1890-1964). En casa tengo un bodegón de Xavier Valls (1923-2006), el padre del Primer Minsitro francés, Manuel Valls”.

Nadie como Zurbarán para los pequeños detalles. Su técnica sobre el tacto de las telas es excepcional, su atención en la calidad de los objetos hace de él un bodegonista único. ¿Son los objetos sencillos elevados a la trascendencia sublime gracias al dominio de su pincel? ¿Es la sobriedad un disfraz del lujo? ¿Son estos objetos cotidianos tan simples como se ha dicho o están envueltos en un halo de esplendor impropio de unos cacharros?

Lo que me evoca un bodegón como éste es el orden. Aquí, en el cuadro, las cosas están en su sitio”, explica Victoria Camps con la seguridad de quien confía en la virtud del buen acomodo por encima de todas las cosas. “Hay equilibrio, hay paz y armonía… los valores que hoy son tan necesarios y no tanto el precio de las cosas que tanto valoramos. Éstas no son cosas que valgan mucho, pero la mirada del pintor las ha dotado de un valor estético básico”, añade.

La idea de tranquilidad es el contraste con la velocidad con la que hoy hacemos todo

Lo cierto es que Zurbarán entró a dar vida a estos objetos sólo ocasionalmente, por gusto o a petición de sus clientes. Los especialistas dicen que los poquísimos que pintó se cuentan entre los más bellos españoles del siglo XVII. Las vasijas que escogía, las más vulgares de la época y todas ellas de uso cotidiano para contener agua, tenían el mismo tratamiento tenebrista con el que daba forma a su pintura de figuras, detrás de los efectos pictóricos. Por eso es inevitable recordar las lecciones del Aguador, de Velázquez, donde estas vasijas de barro tienen una presencia notable.

Democratización pervertida

“Es una obra muy interesante en momentos como el actual, en el que sólo lo pragmático tiene importancia y ya nadie parece fijarse en las cosas sencillas. La idea de tranquilidad es el contraste con la velocidad con la que hoy hacemos todo”, cuenta la filósofa.

Recuerda que su contacto con la obra de arte empezó con tres museos: El Prado, el Louvre y el British. “Si las obras de arte no están recogidas en museos no llegarían a nadie”. ¿Y los visitantes, qué les aporta? “El arte se ha convertido en mercancía y los museos en entretenimiento. Nunca hasta ahora había visto tantas colas ante los museos. Abarrotados de masas. Es una forma de ver la obra de arte muy poco aprovechable. Porque en el museo hay que estar mucho tiempo para sacarle partido. Pero es lo que ocurre cuando se democratiza el museo, porque la democratización abre los museos a todo el mundo pero también pervierte las cosas”.

Fiel servidor e intérprete de la Contrarreforma, Francisco de Zurbarán (1598-1664) aportó a la pintura española la mejor imagen de la santidad. Encontró en la Iglesia su mejor cliente y creó una fábrica de santos que abasteció las iglesias del Nuevo Mundo y enriqueció sus fondos. Es reconocido como el pintor de la vida monástica, del misticismo y del tenebrismo. Tan oscuro como colorista, tan meticuloso como moderno, Zurbarán sacralizó lo cotidiano. Buena prueba de ello es el Bodegón con cacharros (1650), cuatro recipientes, uno metálico y tres de barro, de diferentes formas, alineados sobre una repisa, envueltos en la sombra de un fondo negro y dos bandejas metálicas sobre las que reposan los cacharros de los extremos.

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