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Usain Bolt no es lo que parece
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Ignacio Romo

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Usain Bolt no es lo que parece

Su aspecto de caribeño cachondo y despreocupado esconde un fiero competidor, un profesional concienzudo que es capaz de amedrentar a sus rivales con tan solo una mirada

Foto: Usain Bolt, antes de correr su serie de 100.
Usain Bolt, antes de correr su serie de 100.

Pekín, 2008. Usain Bolt gana con facilidad una de sus series eliminatorias de los 200 metros. Es por la mañana, una de aquellas mañanas luminosas de El Nido del Pájaro, el estadio que presenció la mayor explosión de talento que se ha dado en una pista de atletismo. Bolt ha estado simpático con las cámaras de televisión, bromeando con una periodista, riendo mucho. Atraviesa la zona mixta y se detiene delante de una televisión. Me acerco con Michael Butcher, un periodista inglés, con décadas de atletismo a sus espaldas. Queríamos hacerle una pregunta muy concreta. Nos recibe con muy mala cara. “Estoy viendo la siguiente serie, quiero ver al americano que corre ahora”. Le hicimos la pregunta (¡me da la risa ahora al recordarla porque era una tontería absoluta!) que era en realidad una excusa para abordarle, la respondió de muy mala gana y nos pidió que le dejáramos en paz. Jamás me tomé mal aquello. Porque aquello nos mostró la cara oculta de Usain Bolt. Bajo aquella apariencia de simpatía a raudales, de caribeño cachondo, de despreocupación total, se escondía todo lo contrario. Un profesional concienzudo que quería saber todos los detalles, ver detenidamente a cámara lenta la carrera de Wallace Spearmon.

Realmente existe un ramillete de atletas que no son como parecen. He visto a muchos campeones transformarse en las pistas, ofrecer una imagen para la galería y esconder debajo una fuerza abrumadora, una energía indomable, incluso una gestualidad que sólo aflora en los entrenamientos más duros y en la competición. Fermín Cacho era uno de ellos, un muchacho simpático, dicharachero… hasta que saltaba a la pista. Una vez en ella hinchaba el tórax, cambiaba la cara y se convertía en un tipo temible.

Bolt es un atleta de doble cara. El ‘relámpago de Trelawny’ acabó para siempre con la seriedad, la gravedad de los velocistas de antaño, siempre concentrados y mirando la línea de meta sin pestañear. La irrupción del jamaicano como la nueva brisa fresca de la velocidad, con sus bailoteos, la sonrisa perpetua y sus gestos a la cámara transformó de golpe el atletismo y se ganó el corazón de los aficionados. Pero Bolt no es así.

En el delicioso libro 'The Bolt supremacy', el autor, Richard Moore, conversa con el entrenador jamaicano Dennis Johnson, uno de los que mejor conoce al triple plusmarquista mundial:

- El límite de la velocidad humana está en 9.8 –afirma el técnico caribeño–.

- Sin embargo, Bolt ha corrido en 9.5 -responde Moore-.

- Sí. Pero sólo una vez.

- Entonces…

- Mira. Bolt es muy bueno. Es el mejor. El mejor de la historia. Eso es indudable. Le conozco bien y desde hace mucho. Pero lo bueno de Bolt no es su endiablada velocidad. No.

- ¿Qué es?

- Su cabeza. ¿Lo entiendes ya de una vez? Y por eso nadie puede batirle.

Los duelos de miradas

La cabeza manda en los velocistas. La guerra de nervios. “Las pruebas de velocidad se ganan antes de correr”, me dijo hace décadas el gran Javier Arques. “Si eres capaz de aguantar las miradas en la cámara de llamadas, bien, pero como te cagues de miedo, ya no corres. No tienes nada que hacer”, añadía el alicantino.

Bolt tiene ganada esa guerra de nervios a Gatlin desde el principio. Es posible que Trayvon Bromell, otro de los estadounidenses, le dé más guerra en los 100 metros, pero, salvo que se reproduzca su lesión del muslo, pienso que Bolt ganará los tres oros.

Siempre hay un extra de motivación de Bolt en los grandes eventos, como si nos engañara durante toda la temporada y no corriera a tope. Toda esa disciplina, el duro trabajo de los entrenamientos, esos 312 kilos que levanta en semi-squat, esas series de 150 metros que le hacen vomitar sobre la pista, saldrán a flote en Río.

Bolt quiere exprimirse en estos Juegos. Porque ya está cansado. Quiere dejarlo. Gana 33 millones de dólares al año y sólo sigue porque se lo pide Puma y se lo pide su mánager. Pero él quiere estar tranquilo. Volver sus nuggets de pollo, su cerveza Guiness y clubear por las noches de Kingston y Londres. Le vamos a ver volar en Río. Por última vez. Esa mezcla brutal, inigualable, de potencia y relajación. Lo decía el viejo Bud Winter a sus velocistas hace casi más de medio siglo: “El labio inferior, quiero veros correr con el labio inferior suelto, que bambolee. La velocidad no es fuerza. Es relajación”. Eso es Usain Bolt. Relajación, talento y trabajo duro.

Pekín, 2008. Usain Bolt gana con facilidad una de sus series eliminatorias de los 200 metros. Es por la mañana, una de aquellas mañanas luminosas de El Nido del Pájaro, el estadio que presenció la mayor explosión de talento que se ha dado en una pista de atletismo. Bolt ha estado simpático con las cámaras de televisión, bromeando con una periodista, riendo mucho. Atraviesa la zona mixta y se detiene delante de una televisión. Me acerco con Michael Butcher, un periodista inglés, con décadas de atletismo a sus espaldas. Queríamos hacerle una pregunta muy concreta. Nos recibe con muy mala cara. “Estoy viendo la siguiente serie, quiero ver al americano que corre ahora”. Le hicimos la pregunta (¡me da la risa ahora al recordarla porque era una tontería absoluta!) que era en realidad una excusa para abordarle, la respondió de muy mala gana y nos pidió que le dejáramos en paz. Jamás me tomé mal aquello. Porque aquello nos mostró la cara oculta de Usain Bolt. Bajo aquella apariencia de simpatía a raudales, de caribeño cachondo, de despreocupación total, se escondía todo lo contrario. Un profesional concienzudo que quería saber todos los detalles, ver detenidamente a cámara lenta la carrera de Wallace Spearmon.

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