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La ‘crisis del azulejo’ arrastra al Villarreal CF a un desenfreno deportivo
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Antonio Sanz

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La ‘crisis del azulejo’ arrastra al Villarreal CF a un desenfreno deportivo

En 1997, Fernando Roig Alfonso se apoderó de la propiedad del Villarreal CF apresando en una década varios hitos: arrinconó al titular de la provincia, arañó

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La ‘crisis del azulejo’ arrastra al Villarreal CF a un desenfreno deportivo

En 1997, Fernando Roig Alfonso se apoderó de la propiedad del Villarreal CF apresando en una década varios hitos: arrinconó al titular de la provincia, arañó distancia al grande de la región, se codeó con el poderoso del Mediterráneo y con el grandilocuente del fútbol nacional y se coló en rutilantes galas internacionales. El trabajo de Roig transformó una entidad que parecía un experimento en un equipo experimentado. Todos los jugadores eran necesarios, pero a la vez prescindibles. Lejos quedan los tiempos cuando dudaba entre Rumanía -Craioveanu o Galca- y Argentina -Palermo o Schelotto-. Lejana es también la apuesta por los nacionales veteranos -Amor o Farinós-, los esperables -Víctor o Guayre- o la cesión como formación -Albelda o Palop-. Por eso llegaron las apuestas seguras para hacer caja -Reina o Belletti-, la mezcla para dulcificar el paladar -Pires o Nihat- o la fortaleza del espíritu joven para sostener el futuro -Cani o Cazorla-. Nadie se inquietaba si Forlán cambiaba de aires reforzando la caja, si se sacrificaba a Riquelme para respaldar al entrenador o si Ayala, contratado seis meses antes, optaba por emigrar a Zaragoza por voluntad futbolística añadiendo seis millones de euros a la cuenta corriente amarilla. La parcela deportiva mantenía el enfoque ganador.

El modelo del club era tan simple que todo giraba en torno a Roig y Llaneza, un sabio futbolero con olfato y buen conocedor del negocio. La dupla montó la organización sin secretario técnico visible. Para ganar crédito apostaron por la estabilidad en la torre de mando. Desde el asentamiento en Primera, temporada 2000-01, tres técnicos ocuparon la década: Víctor Muñoz, Floro y Pellegrini, con la espera del mismo interino -Paquito-. En estos últimos tres años, tras la contratación del chileno por el Real Madrid, cuatro han sido los entrenadores que han pasado por el banquillo: Valverde y Lotina como apuestas, una de relevo y otra de emergencia, frente a Garrido y Molina, las soluciones caseras. Mientras el primero trepó hasta la cima para presentarse en la Liga de Campeones, para derrumbarse ante el Mirandés; al segundo se le ha denegado el crédito como si un moroso en apuros se tratara.

En la Junta General de Accionistas de 2011, la familia Roig ostenta la holgada mayoría, se aprobaron pérdidas en el ejercicio por más de dieciséis millones de euros. El traspaso de Cazorla al Málaga por veinte millones de euros, que se entendieron suficientes para equilibrar el presupuesto, restó credibilidad al proyecto deportivo, pero sirvió para evitar que las cuentas se tambalearan. Y es que el Villarreal CF es otra empresa más que arrastra la inexorable crisis de la construcción. El ejemplo es que desde 2007 han ido disminuyendo los ingresos mientras se trataba de amortiguar el gasto. El club siempre ha sido envidiado en el sector por su estricto cumplimiento en los pagos. Ni un retraso. Ni una deuda a corto. El motivo es que las inyecciones económicas llegaban por la excelente salud de la empresa del azulejo, propiedad de Roig, y por el tejido empresarial de la Plana Baja. Además, en la época de esplendor, las instituciones locales, provinciales y regionales se volcaban porque todos deseaban salir en la foto, ya que el Villarreal CF era motivo de orgullo para cualquier ciudadano de la zona que sentía el amarillo como su principal y único color. La crisis frenó el flujo de ingresos y en estos últimos años el presupuesto se ha reducido en un treinta por ciento. 

Al mismo tiempo, la edad de jubilación se acercó a la brillante dupla creativa cediendo territorio de poder a Fernando Roig Negueroles, el hijo del dueño, nombrado consejero delegado. La decadencia del cerebro deportivo ha provocado que la plantilla pierda fuelle. Otra rama del clan familiar se hizo fuerte en la conexión con Sudamérica y cada vez se incorporan más latinos con escasa raíz de éxito -Musacchio, Hernán Pérez, Castellani, Martinuccio, Marco Ruben-. Igualmente, el pulso de la venta se ha perdido. El FC Barcelona se aproximó a por Rossi, la Roma, a por Nilmar y el Atlético, a por Borja Valero, pero ninguno salió porque aún se respiran aires de grandeza que el viento del tiempo ha ido evaporando. El desacierto en los fichajes -De Guzmán, Zapata, Camuñas-, el agotamiento de veteranos -Senna o Marchena-, el castigo de las lesiones y la intransigencia con el inquilino del banquillo han provocado semejante desajuste en un club que era un reloj suizo. La última, la contratación de Lotina. Antes de caer ante el Levante, el desazón con el trabajo de Molina aumentó entre los ejecutivos. Se sondeó la disponibilidad del vizcaíno -caché barato y tres meses de trabajo-, que aceptó sin dudar, mientras se lanzaban globos sonda -Luis Aragonés o Schuster- para despistar a la opinión periodística. El elegido, involucrado en cuatro descensos a Segunda -Logroñés, Celta, Real Sociedad y Deportivo- aunque sólo el último acreditado de principio a fin, ha iniciado con buen pie el reto, restándole dos puntos al Real Madrid. En otoño, el Villarreal CF participaba en la Champions; en invierno, el Mirandés le abofeteaba mostrándole su nueva realidad; en primavera, coquetea con el infierno; en verano, ajustará cuentas. Lo que está garantizado es que la bonanza económica tardará en volver a la Plana Baja. Veremos, si también la deportiva.

En 1997, Fernando Roig Alfonso se apoderó de la propiedad del Villarreal CF apresando en una década varios hitos: arrinconó al titular de la provincia, arañó distancia al grande de la región, se codeó con el poderoso del Mediterráneo y con el grandilocuente del fútbol nacional y se coló en rutilantes galas internacionales. El trabajo de Roig transformó una entidad que parecía un experimento en un equipo experimentado. Todos los jugadores eran necesarios, pero a la vez prescindibles. Lejos quedan los tiempos cuando dudaba entre Rumanía -Craioveanu o Galca- y Argentina -Palermo o Schelotto-. Lejana es también la apuesta por los nacionales veteranos -Amor o Farinós-, los esperables -Víctor o Guayre- o la cesión como formación -Albelda o Palop-. Por eso llegaron las apuestas seguras para hacer caja -Reina o Belletti-, la mezcla para dulcificar el paladar -Pires o Nihat- o la fortaleza del espíritu joven para sostener el futuro -Cani o Cazorla-. Nadie se inquietaba si Forlán cambiaba de aires reforzando la caja, si se sacrificaba a Riquelme para respaldar al entrenador o si Ayala, contratado seis meses antes, optaba por emigrar a Zaragoza por voluntad futbolística añadiendo seis millones de euros a la cuenta corriente amarilla. La parcela deportiva mantenía el enfoque ganador.

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